viernes, 20 de junio de 2014

FELIPE VI, UN REY DE COLORÍN....COLORADO?

Tal vez estaba predispuesto. Quizá. Pero no me gustó nada. Más allá del boato o la pompa, la performance de la coronación de Felipe VI, su guión, los gestos, el discurso, los símbolos... me resultó de difícil digestión.

No pude entender por qué, en el acto de firma de la abdicación, los borbones fueron de civil, y un día más tarde se empeñaran en lucir el fajín de seda roja  representativo del mando de las Fuerzas Armadas.  Irónico que  en un acto de asunción de la jefatura del Estado,  ante la representación democrática de la ciudadanía, el nuevo rey constitucional,  asumiera  su mandato de militroncho.  Como símbolo del “espadón” ante el Pueblo. Insignia castrense de una “unidad” vigilada. Tampoco comprendí el primer saludo castrense  practicado ante el presidente  Rajoy en la puerta del Congreso. Ni el paseo en Rolls Royce por la capital,  como los recorridos de antaño  del general “patascortas”. Con el “negus” de Abisinia  y  la guardia mora a caballo. Mucho séquito equino. No quiero pensar en el trabajo de limpieza posterior al desfile. Boñigas y boñigas como rastro  material  de una ceremonia de otro tiempo. Porque de otro tiempo es el hecho  de prohibir la exhibición de estandartes o símbolos republicanos. ¿Cabe una persecución ideológica en el siglo XXI? . ¿No resulta contradictorio hablar de reformas, de un cambio democrático y limitar la libertad de expresión?.

La celebración del corpus christi político-militar se saldó con varios detenidos. Por reivindicar la república. Y la “leal oposición”, chitón.

Los fastos siguieron con cañonazos.  Salvas artilladas para un acto multitudinario en...la plaza de Oriente. Como en el “Cuéntame” real y nacional-catolicista que algunos recordamos vagamente. Y, finalmente, la imagen de la balconada. Lo más parecido a cualquier fasto monárquico de la vieja Europa. Con niñas asustadas saludando a la encendida masa congregada en los jardines. Con un rey abdicado  con pinta de pitufo gruñón, encolerizado por su papel de artista invitado a la fuerza en el jolgorio. Un Juan Carlos cabreado, a punto de negar el beso envenenado de su flamante  real nuera. Y con una Sofía eficaz, sacando de la escena y de los focos de la atalaya  al cesante malhumorado. Como si le dijera; “anda carcamal, tira p`adentro”.
Peñafiel  tiene que estar  que no cabe en sí. Filón de intrigas y de manejos palaciegos. Veleidades decadentes de colorín y papel couché.

No puedo disimular. No me ha gustado. Ni un poquito.
Del discurso, del mensaje, un titular; decepcionante. Tampoco esperaba grandes novedades o pronunciamientos  revolucionarios. Pero mi escepticismo se quedó corto.
El discurso del nuevo rey de los españoles en el acto de su proclamación  como tal resultó previsible. Aguardaba más. No en vano éste era  texto que no estaba sometido a la “consideración” del Gobierno por lo que la letra y la música, de exclusiva responsabilidad de la Casa Real, podía ser más arriesgada. Y no. Reflexiones calculadas y poco explícitas. Generalidades. Valores compartidos. Sin pasión ni estímulo.

Muchas referencias a “una gran nación”, a la “unidad de España, de la que la Corona es un símbolo” y matizadas citas a la “diversidad” y a las “tradiciones y culturas diversas”. Juegos florales. Coros y danzas.
No creo que ni Antonio Machado, Espriu, Aresti ni Castelao se hubieran sentido especialmente halagados por la cita del nuevo monarca. De conocerlo, alguno de ellos se retorcería en la tumba. Simple apunte colorista, de referencia  bibliográfica en un ensayo de compromiso. Recurso literario sin más. Como el agradecimiento final en euskera, catalán y gallego. Folclore.

Ni una mención a lo mínimo reconocido en la Constitución, el término “nacionalidades”.  Nada con sifón para referirse a la crisis de Estado, a las reivindicaciones nacionales de Euskadi o Catalunya. Silencio administrativo. Oportunidad perdida.

Alguien me dirá  que el acto de entronización del nuevo monarca  no suponía el momento adecuado para que éste  hiciera referencias explícitas  de carácter político. ¿Cuando entonces?. Si el comienzo de un nuevo reinado no era el “momento adecuado” ¿cuando se espera que lo sea?.

Pese a todo, la representación vasca asistente al acto  celebrado el jueves en Madrid, mantuvo la compostura. Una cosa es la cortesía, vinculada al respeto, y otra muy distinta la pleitesía.

En todo este relevo en la jefatura del Estado hemos visto genuflexiones de todo tipo. Físicas, y mediáticas. Personajes de toda condición y definición perdiendo el trasero y la compostura  por un acercamiento  al nuevo rey, y periódicos que han agotado sus  aprovisionamientos de papel  en un esfuerzo, nada improvisado, de evidenciar su compromiso editorial con la Corona y con la España monárquica. Reverencias de rotativa clarificadoras que sitúan a cada cual en su sitio. Donde siempre han estado pese al esfuerzo diario de camuflaje.

El sitio del PNV estaba bien definido. Los portavoces del Grupo Vasco en el Congreso y en el Senado  -Aitor Esteban y Jokin Bildarratz respectivamente- así como el Lehendakari Urkullu asistieron  al evento  desarrollado en sede parlamentaria.  Ni antes ni después de la toma de posesión, el nacionalismo vasco  envió representación alguna a los eventos programados con motivo del relevo en la jefatura del Estado. Ni al “besamanos”  ni, mucho menos, a la “parada” militar.  Sin entusiasmo –ni ganas-, pero con sentido de la responsabilidad.

Como era de esperar, lo que alguno definiría como “calculada ambigüedad” del PNV ha desatado las críticas hacia este partido desde posiciones enfrentadas. La “españolidad” legitimista, denostaba al lehendakari  y al PNV por no inclinarse ante el monarca. Comentaristas como Fernando Onega clavaron sus dardos ante la “insolencia” de no aplaudir a un rey convertido en Capitán General. Un estado de opinión seguido por abucheos y gritos de “fuera, fuera”  del cortejo callejero que, en la capital de la Corte, seguía el ceremonial a través de pantallas audiovisuales de gran formato.   Y, en el polo opuesto, han estado las censuras de  egregios “independentistas” vascos  que critican la supuesta “sumisión” de los jeltzales, y del propio lehendakari, a sabiendas  de que  el  acatamiento a la legalidad  a la que el PNV somete sus actos es la misma de la que ellos participan cuando cuelgan una bandera española  en las instituciones que gobiernan  o sobre la que sustentan su representación pública o partidaria.

Dejar una ikurriña en el escaño gasteiztarra temporalmente vacío del Lehendakari en el día de la toma de posesión de Felipe VI no puede ser tomado como una ofensa. Más bien es una estupidez. Porque Urkullu, en tanto que lehendakari, fue a Madrid como estandarte  institucional de la Comunidad Vasca. Y se comportó como tal. Íntegro, respetuoso, pero firme en la defensa de Euskadi y de su representación. Mucho más consecuente que quienes  hacen ondear  en sus ayuntamientos banderas republicanas. Republicanas sí, pero españolas también.  En tal sentido, Urkullu fue la ikurriña vasca en las Cortes. Como Artur Mas la senyera catalana.

Ayuntamiento de Markina gobernado por EH Bildu.
A falta de una, dos banderas españolas
Resulta paradójico que quienes pretenden poner en evidencia  la sumisión de los demás a España, sean los que en el día a día apoyan sus pasos en la legalidad española y , llegado al extremo, antepongan la utilización de ésta a la normativa propia, la normativa foral, para , por ejemplo  sustentar  su injustificable posición en relación al contencioso Deba-Itziar. Españolidad frente a foralidad. Gora la coherentzia.

Cierro el comentario. El reinado no ha empezado bien. Nos lo temíamos. Mal en las formas. Y en el fondo. El nuevo tiempo que nos prometían, comienza a ser un calco del ya vivido. Cambio, sí, pero de 360 grados.

“En España –dijo el nuevo rey-  cabemos todos, todas las distintas formas de sentirse español”. ¿Y los que no nos sentimos españoles? ¿Cabemos?. Esa es la pregunta que Felipe VI no quiso contestar. Lo tendrá que hacer, más tarde o más temprano. Entonces sabremos  si su corona nos es útil, si nos respeta en la diferencia,  y si tiene algún sentido para nosotros.


En Escocia, los independentistas no cuestionan el cetro de Isabel II. ¿Aquí?. De momento, Felipe VI no nos dice nada.  Solamente colorín. ¿Colorín-colorado?.

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