sábado, 16 de marzo de 2024

JENÍZAROS

Hace unas semanas, en uno de esos concursos televisivos  de extraordinaria audiencia y que se proyectan buscando el conocimiento general de los participantes  con preguntas de todo tipo y materia, apareció  una cuestión  que comenzando por la letra “J” buscaba la palabra  representativa de la definición “soldado otomano que se encargaba de velar por la seguridad del sultán”. El concursante  en cuestión desconocía el término. Al instante respondí: “yo sí sé la respuesta”.  El vocablo en cuestión era  “Jenízaro”. 

 

Los jenízaros (del turco Yeniçeri, que significa "nuevas tropas") eran un cuerpo del Imperio Otomano formado por unidades de infantería adiestradas para custodiar al Sultán y las dependencias del Palacio Real. Esta especie de guardia pretoriana fue fundada por Murad I en 1330 e inicialmente estuvo formada por adolescentes y jóvenes provenientes de familias cristianas y de prisioneros de guerra. El hecho es que los jenízaros fueron el primer ejército otomano permanente, cuyos miembros recibían una preparación profesional para la guerra, con duros entrenamientos físicos. De origen griego, albanés, serbio o búlgaro muchos de ellos, se les instruía en la religión musulmana y aprendían idiomas, literatura y otras disciplinas. Hacia finales del siglo XVI se convirtieron en un auténtico cuerpo de élite de difícil acceso y al que muchas familias ofrecían a sus hijos con el objetivo de medrar socialmente. El poder de los jenízaros llegó al punto de que en el siglo XIX intentaron deponer al Sultán, lo que llevó a Mahmud II a abolir el cuerpo tras una brutal purga  en la que fueron ejecutados  todos sus miembros (solo en Constantinopla murieron más de diez mil jenízaros)

 

Mi conocimiento del término buscado en el programa televisivo y de su significado  no respondía a que yo fuera más listo  que los concursantes  que a diario buscan con aplomo y sabiduría contemplar el rosco que les reporte un suculento bote  de miles de euros.   

Tampoco  mis conocimientos de la historia  son  notables como para tener retenido un dato tan concreto.  La razón de mi  “acierto” era mucho más sencilla. Hace unos años había un dirigente de mi partido que utilizaba la ironía para todo. Su especial “filosofía” y la forma en la que expresaba sus ideas hacía, en ocasiones, que tuvieras que interpretar sus palabras  para entender con acierto aquello que quería decir. Y en uno de sus asertos  jocosos, refiriéndose  a los círculos  de personas que rodeaban y protegían al líder  se refirió a ellos como “ejército de jenízaros”.

 

Aunque pueda resultar un tanto peyorativa la mención, estoy seguro –conociéndole como le conocí-  que no lo hacía de manera despectiva  ni tan siquiera como crítica. “Jenízaros”.  Así que tuve que documentarme para conocer   a qué se refería  con tal apelación.

 

Solo entonces  supe quienes eran los señalados “jenízaros”. Aquellos  bravos soldados  de apariencia un tanto grotesca por su indumentaria (un gorro con turbante y una larga pluma de avestruz) pero tremendamente vigorosos en la defensa  del sultán al que reverenciaban como si fuera su auténtico padre. Una especie de templarios pero en versión otomana.

 

A quien escuché  por primera vez hablar de los “jenízaros” se llamaba Josu Olazaran, por entonces burukide  de organización en el PNV y hoy tristemente desaparecido. Un personaje entrañable  y cuya huella en la vida interna del nacionalismo vasco fue en una época muy reseñable. Olazaran,  desconocido para el gran público fue un destacado protagonista del PNV en los dos últimos decenios del siglo pasado.

 

Eran otros tiempos. Se actuaba de manera distinta. Ni mejor que peor que la de ahora. Diferente. La acción política era más pasional. Ruda en ocasiones. Directa. Analógica. En un contacto directo con la calle. Por entonces, el nivel de pugna entre partidos rozaba lo físico. Política de “hombres”. Sin la incorporación de la mujer a la primera fila. Filias y fobias a flor de piel.

 

En el PNV  su militancia había sufrido hasta dos crisis internas. Mucho sufrimiento  y desazón por el divorcio familiar y por la pugna en el  mantenimiento de la sigla histórica. La legitimidad de una organización centenaria de la que se desgajaban ramas pero  cuyo tronco se mantenía firme y vivo  para que en el futuro inmediato siguiera dando brotes  que alimentaran de  sombra a las generaciones venideras en este país. Y en ese marco tan complicado surgieron figuras singulares entregadas a dejarse el alma para dar protección al proyecto  nacionalista.

 

Personajes  como Josu Olazaran, un militante de aquella Margen Izquierda  en la que antaño nacionalistas y socialistas habían estado a la greña pero a los que Franco y su represión había conseguido apaciguar y amistar.  Un abertzale  de organización, de redes y consignas. Capaz de identificar cada pueblo  de Bizkaia con el nombre y los apellidos de sus principales activistas. Gente  de orden,  fiable y de garantía ciega. Infantería social para un partido con vocación de gobierno y de convertirse en la espina dorsal de un país en construcción.

 

Josu Olazaran, era un  personaje socarrón. Suave y áspero a la vez.  Guardián de las esencias pero heterodoxo. Un “zorro “sutil  y “aparatero” que cantaba habaneras y que creía que las elecciones se ganaban, en ocasiones, tomando vinos por las calles. Irónico. Elegante  y sabedor de que el éxito solo llega trabajando, tras sucesivos fracasos.  Él, así lo había experimentado en Sestao, municipio en el que el nacionalismo vasco  ostenta hoy  alcaldía pero donde  durante largos años fue fuerza política residual. Amigo de sus amigos y, también, enemigo de sus enemigos.  Un producto arquetípico de un espacio y un tiempo.  

 

Burukide. En el Bizkai Buru Batzar primero y en el EBB después. Exponente de una generación que se va. Con Jesús Insausti “Uzturre”, Jabier Atutxa, Pedro Aurtenetxe, Luis Mari Retolaza, Xabier Arzalluz, Gorka Agirre…

Josu Olazaran Sagardui. Uno de los últimos “jenízaros” jeltzales.

 

Hoy, aquella forma de hacer política, política de poder tocar, sólida y analógica, ha desaparecido prácticamente de nuestro mapa. El discurso, la imagen  han acabado con la práctica de la calle. Y quienes  se mantienen en la plaza pública lo hacen  como reivindicación, protesta, o como símbolo de agitación.

Por el contrario, se impone lo evanescente, lo efímero, el “like” de las redes sociales. Hoy se puede decir o hacer cualquier barbaridad sin que ello te pase factura. O, al contrario, la decisión u opinión de otros –de un juez, de un medio de comunicación, de un bulo lanzado en las redes sociales …-  pueden condicionarlo todo.

 

Trump podrá insultar o mentir abiertamente  en una comparecencia pública  sin que su actitud le penalice. Al contrario, sus excesos  servirán para alimentar sectariamente a sus fieles que le seguirán apoyando sin el menor ánimo de crítica. Y así seguirá siendo aunque  el magnate esté procesado y condenado por tribunales norteamericanos.

Otro tanto ocurre en las proximidades de nuestro entorno con la líder del PP en Madrid. Nada le altera. Ni la vergüenza de sentirse pillada en la mentira. Nos sonrojamos los demás –no ella- por su atrevimiento y por su insolente falta de escrúpulos. Y todo se fragua en un clima de polarización  y de enfrentamiento discursivo lamentable  en el que la carrera por el desprestigio del de enfrente, el reproche del “tú más” viene a ser jaleado por unos medios de comunicación de parte  (de unos y de otros)  que alientan el triste espectáculo como si fueran máquinas de fango. (Umberto Eco dixit).

 

En Euskadi, por fortuna, no hemos llegado a esos límites. Pero la acción política  también se ha transformado en una lucha de comunicación. Pese a que la coyuntura del país, la Euskadi real, presente una fotografía positiva, se ha instalado un ánimo de protesta e insatisfacción  difícil de disipar. Son sensaciones, percepciones, todas ellas subjetivas, alimentadas  desde tiempo atrás por quienes se han abonado al “todo está mal”.  Y hacer frente a  este desgaste de “emociones”  que cada cual alimenta con su propia experiencia, no resulta  fácil.

 

Quizá en los tiempos de Olazaran las elecciones se ganaban  en la calle –“tomando txikitos”- . Hoy no.  Sin embargo, hoy como ayer, quienes pretendan obtener la confianza de la ciudadanía no deberán perder la referencia a tres principios que desde siempre han sido fundamentales: 1.- Tener un compromiso ético y democrático de respeto a los derechos de todos y todas, 2.-Responsabilizarse  de lo hecho en el pasado, dando cuenta de  lo prometido y cumplido y 3.- compromiso firme de gobernar y de trabajar para todos. Para quienes piensan como tú y para quienes no lo hacen.

sábado, 9 de marzo de 2024

CONJUNCIONES IMPREVISIBLES

La vida es una permanente sorpresa. Cosas que resultan prácticamente imposibles terminan ocurriendo y lo descabellado se hace realidad para desconcierto de los escépticos.  Según datos del INE –Instituto de Estadística- en el Estado español hay  cerca de veinticuatro millones y medio de hombres (varones). De ellos, tan solo 22  llevan el nombre de Acindino (del griego “aquél que está seguro”) y que ha llegado hasta nuestros días  por  onomástica histórica del santo así denominado  que fue  torturado y ejecutado junto a su compañero Pegasio  en el siglo IV de nuestra era  por orden del rey persa Sapor II.

Pero si Acindino es un nombre poco común  en la geografía estatal aún lo es más Walerico (apelativo germánico formado por  los conceptos “Wal” –campo de batalla- y  “Ric” –poderoso-) Tal denominación, Walerico, solamente  la ostentan seis personajes  en todo el Estado.

Pues bien, hete aquí que la posibilidad de que dos individuos con semejante  rareza en la denominación estuvieran juntos se hizo realidad. El encuentro entre Walerico y Acindino ocurrió en un lugar de reducidas dimensiones; un  automóvil. Un espacio y un encuentro  único en el caos cósmico. Una conjunción que acabó en tragedia ya  que  el vehículo  en el que transitaban ambos prototipos singulares  sufrió un grave accidente en el que uno de ellos  perdió la vida.

La extraordinaria  y terrible, al mismo tiempo, conjunción astral (nominal  mejor dicho)  se produjo el pasado 30 de enero. El trágico suceso pasó inadvertido entre las habituales crónicas de sucesos . Un accidente más en la carretera. Pero, revisando hemerotecas, una crónica en el “Norte de Castilla” firmada por el periodista Agapito Ojosnegros reveló el extraordinario encuentro y el fatal desenlace.

Walerico -84 años- y Acindino -83 primaveras-  viajaban juntos  en un vehículo  que se salió de la calzada y chocó contra un talud de la carretera   en la localidad vallisoletana de Piñiel de abajo. Como consecuencia del impacto, el automóvil  se incendió  y del mismo solo pudo ser rescatado con vida Acindino. Walerico, un recio agricultor castellano, muy querido en su localidad  de Fombellida,  perdió la vida en tan fatídico siniestro.  La “extraordinaria conjunción nominal” terminó en drama.  Probablemente nunca más se vuelvan a juntar un Acindino y un Walerico.  Sus exiguos representantes  en la tierra caminarán, por separado,  agotando el calendario y los avatares  que se les presenten hacia la extinción de sus respectivos nombres en el registro civil. Un nuevo  encuentro  entre un Walerico y un Acindino se antoja ya imposible. Pero lo inverosímil está para que, rompiendo toda lógica, ocurra.

 

Nadie pensaría que un cúmulo de  estupideces  repetidas sin sonrojo provocara el aplauso  y la alabanza del público. Nadie creería que los desvaríos, intencionados o provocados por el desconocimiento, fueran tenidos como argumentos de referencia  por quienes, se supone, pretenden representar a la mayoría de la ciudadanía tras unas elecciones. Pero ha ocurrido. No una sino en múltiples ocasiones.   

 

Lo cierto es que no me acostumbro a contemplar cómo hay una parte de  nuestra sociedad –y que se dice pensante-  que es capaz de reír cualquier gracia, por idiota que sea, si es que coincide con su ideología o, incluso con sus más bajas pasiones.  Los “aplaudidores” de hoy me recuerdan a las “tricotouses” de la revolución francesa  que mientras tejían punto arengaban  al verdugo a ser sanguinario  en las ejecuciones públicas en la guillotina .  Y es que cuando las barbaridades se reciben con sonrisas y con el respaldo de una ovación de un público entregado  y sumiso a la falsedad, lo impensable  se convierte en una real amenaza de sectarismo.

 

He escuchado íntegramente la intervención de la presidenta de la comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso en la presentación de Javier De Andrés en el foro  madrileño del Club Siglo XXI.

 

Mi primera reacción ante la intervención de Ayuso fue la  de incredulidad ¿Qué fuma la presidenta madrileña? –pensé- . Pero, inmediatamente, desterré de mi pensamiento la ironía. Las barbaridades  que  la máxima representante de la Comunidad de Madrid dijo  en ese foro, no eran improvisadas. Ni suponían un desliz. La rutilante estrella de la derecha española leía con toda consciencia e intención.  Sentando cátedra  y alimentando el odio con semillas de falsedad  y manipulación.   A continuación citaré algunas de sus  delirantes reflexiones seguidas con fruición por el público del evento. Los disparates se contestan por sí mismos.

 

Según Ayuso “gran parte de lo malo que pasa en la política española tiene como origen lo ocurrido  en el País Vasco. Décadas  expoliando, extorsionando y acabando con la vida centenares de inocentes.  Dinero público de todos los españoles entregado a quienes  no se van a conformar nunca, a quienes dicen claramente “no a España”.  A ellos “se les han ido entregando competencias  impropias  de una autonomía  de impunidad”.

 

“Lo que sucede en el País Vasco –continuó la dirigente del Partido Popular-  es que no se ha respetado la libertad y los sucesivos gobiernos han maquillado su gestión con el agravio y la demanda permanente, la apelación a supuestos derechos históricos  falseando la verdad y promoviendo identidades  que garantizan una subvención  y el reconocimiento público aunque ni siquiera lo merezcas por méritos propios. Han euscaldunizado  a la sociedad  vasca borrando todas las huellas de sus raíces  como hacen con su  herencia occidental sin reparo alguno”.

 

“Pero lo peor –remató  su incalificable argumentación Ayuso-  es que ha habido miles secuestrados, extorsionados, amenazados y asesinados. Ni ellos ni sus descendientes  constan ya en el censo electoral alterando mediante la violencia y el terror. Muchos se fueron. Estudios  como el publicado por la Universidad San Pablo CEU (institución con la forma jurídica de fundación dedicada a la educación, fundada por la Asociación Católica de Propagandistas) estima que la persecución ideológica  causó la pérdida de 9% de la población en el País Vasco. Esto equivale a la población de San Sebastián. Es por ello por lo que los partidos constitucionalistas  no han podido hacer campañas con normalidad, ni disponer de candidatos autóctonos o de apoderados e interventores. El terrorismo ha conseguido sus fines alterando el mapa electoral y ahora están más cerca de la independencia ….”

 

Ayuso continuó su extasiada intervención ante el cómplice  semblante de Javier Andrés, el “único político que cree en la unidad de España, en la transición democrática y en la Unión Europea”. De Andrés, candidato a lehendakari por el PP, no puso ni un pero al derrape mental de la presidenta madrileña. Ni una matización, ni una corrección. Al contrario, se sintió halagado y cómodo ante la soflama encendida de la deslenguada mandataria madrileña. Como el copiloto excéntrico  de una extraña pareja a la que le gusta pasarse de frenada y salirse de la pista.

 

Visto lo visto, no caben dudas a la hora de adivinar por dónde transitará la campaña electoral  del político vitoriano. No auguro mucho recorrido a De Andrés  y al PP vasco con el catón panfletario de Ayuso. Quizá en la capital del oso y el madroño las ideas surrealistas  que destilan odio a lo vasco  tengan cierta acogida  entre la opinión pública. Aquí no creo que le la “ayusización” de la política encuentre palmeros como lo que se dieron cita en el club Siglo XXI para jalear a  la autora del dislate  titulado “me gusta la fruta”. Por suerte, Euskadi sigue siendo distinta.

 

Aunque haya gente, como la ministra Díaz, que no se haya enterado. La “jefa” de Sumar ha hecho su aparición en Euskadi  arremetiendo contra la gestión  del Gobierno vasco.  La ferrolana  ha creído que la mejor manera de arengar a los propios –cariacontecidos por su desgarrador divorcio con Podemos- era dirigir sus dardos a  sus socios y aliados vascos en Madrid  que son “quienes privatizan los servicios públicos” o  los mantienen  con “insoportables cifras de precariedad”. En palabras de Ayuso “la derechona”. Jajaja  

 

Es curioso como Ayuso y Díaz coinciden en costumizar el lenguaje a su ideario político. Cada una de ellas  lo usa  según su criterio. La madrileña transforma el término “libertad” y la vicepresidenta  lo hace con el verbo “privatizar” convirtiendo ambas formulaciones en armas arrojadizas.  Cada una moldea  el concepto a su antojo para que la gente lo termine asumiendo con normalidad. Desinformación y bulo de la mano. Eso y creerse en posesión de una superioridad moral respecto a sus rivales políticos. Conjunción de intereses de los extremos. Imprevisibles, pero reales.