Cuentan que un viajante se desplazaba por la ancha Castilla para visitar a un potencial cliente cuando en medio del páramo su coche dejó de funcionar. Como pudo, arrastró su vehículo hasta una inhóspita aldea. Allí trató de encontrar un taller pero sólo halló un herrero que le advirtió que el garaje más cercano se encontraba a sesenta kilómetros.
Apremiado por la proximidad de la cita, el comercial preguntó si en el pueblo no había “un manitas” capaz de sacarle del apuro. Y herrero se acordó de su primo. “Es muy espabilado y además es mecánico, pero mecánico de mecheros”.
Bueno, pensó el pobre viajante. Menos es nada. Por intentarlo que no quede.
El primo llegó presto y enfundado en buzo azul, como los de antes.
.- ¿Qué es lo que ocurre? –preguntó-.
.- Nada, que el coche no anda. De repente se ha parado y no hay quien lo ponga en marcha.
.- Muy bien. Abra el capó.
Tras mirar durante unos instantes el motor, el pertrechado mecánico hizo una primera consideración.
.- ¿Tiene gasolina?.
.- Sí, por supuesto -contestó el comisionista-. Hoy mismo he repostado y he llenado el depósito.
El muchacho del mono azul sonrió. Giró la cabeza y sentenció contundente: “No hay duda. Le falta la piedra.”
Un mechero sin piedra no es nada. Y es que una miserable piedra da mucho de sí.
Una piedra en el zapato puede llegar a ser un incordio insoportable. Que se lo pregunten al “zapatero” cuyos pasos perdidos denotan que más que piedra tiene una cantera completa en sus pies. De ahí que él y su gobierno caminen dando tumbos, como el zigzagueo de un boxeador sonado que busca con fruición el sonido de la campana para tomar aire y aliviar el sufrimiento.
Piedra, la primera del nuevo San Mamés. Piedra, por fin, de consenso. De inversión pública ante la crisis. De futuro. De ilusiones. De cadena generacional que no se rompe. Piedra de buen rollito. Aunque la Consejera Urgell tenga “un susto tremendo” por la aportación gubernamental de 55 millones.
Hasta quienes vociferaron hace poco tiempo contra el proyecto, los que dijeron aquello de que era un capricho caro para que once jugadores dieran patadas a un pelotón estuvieron en la calle Pichichi. Sí, hasta Pastor, estuvo allí. Luciendo sus mejores galas para no perderse la foto histórica. O Carlos Aguirre para quien, en un principio, el proyecto no era prioritario y, a última hora, deprisa y corriendo, rubricó en Ibaigane la entrada del Gobierno vasco en la sociedad promotora del nuevo estadio.
El hoy director de Comunicación de la lehendakaritza, mi buen amigo Emilio Alfaro, se preguntaba el 20 de septiembre de 2009 si “¿es obligación de los poderes públicos construirle un estadio a un club privado?”. Su responsable jerárquico, el lehendakari López, le ha resuelto el sofisma. Sí, porque San Mamés es “mucho más” que un campo de fútbol.
Una piedra en el camino enseñó que su destino era rodar y rodar. Pero un viejo arriero les dijo que no hay que llegar primero, que lo que hay que saber es llegar. Aunque tarde, algunos han terminado por llegar, que no es poco.
Aprendida la letra de la canción, sería bueno que el mariachi no repitiera la historia en proyectos sucesivos, aunque mucho me temo que como buen colectivo humano nuestro gobierno tropiece nuevamente en la misma piedra.
El oráculo ha anunciado que la próxima semana –alrededor de la celebración del día mundial del medio ambiente- el Gobierno vasco presentará públicamente su alternativa al Guggenheim Urdaibai. Como paso previo ya han enseñado una piedra de toque; el inicio de expediente de protección del edificio Bastida en Sukarrieta.
Tratar de impedir, por fuerza administrativa, lo que por razonamiento no se es capaz, dice mucho de quienes han creído que con esta decisión – basada en “criterios puramente técnicos” (Rivera)- se pone punto y final al proyecto museístico en Urdaibai.
Piedras contra ideas. Esa es la propuesta. Aunque quien las lanza esconda la mano.
Cuidado de que no les caigan en su propio tejado. Rodar y rodar.
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