Elsa Punset es la hija de Eduardo, ese librepensador mediático que fuera ministro. Elsa, ha seguido los pasos de su padre y se ha lanzado, a través de un programa televisivo – “El Hormiguero”- a la divulgación científica. Esta semana, con ejemplos gráficos muy simples pero de notable impacto, nos ha demostrado la capacidad del cerebro humano para seleccionar sensaciones. Así, los televidentes pudimos discernir que nuestra masa gris es capaz de priorizar lo bueno y lo malo de un mensaje para quedarse con lo que más le interesa. De igual manera, como el corrector ortográfico automático de un procesador de texto, modifica aquellas señales que nos llegan distorsionadas para que nuestra percepción asuma mensajes que sean reconocibles y entendibles. En resumen, que la mente humana es la repanocha.
A todo eso, algunos lo llaman ingenio, la capacidad que tiene una persona para imaginar o crear cosas útiles combinando con inteligencia y habilidad los conocimientos que posee y los medios técnicos de que dispone.
Todos lo tenemos. Unos, más desarrollado y, otros, con acusada atrofia. Algunos, como yo, lo agudizamos para acomodar nuestro quehacer a la ley del mínimo esfuerzo. Es decir, mitigar en lo posible esfuerzos procelosos que implicarían desgaste físico o mental. En otras palabras, trabajar lo mínimo posible.
En una ocasión –cuando era joven-, me enfrentaba al aprendizaje del latín con una incomodidad fuera de lo normal. Había que estudiar mucho y aquello de las declinaciones resultada, a la vez de tedioso, una matraca.
El profesor, Don Pedro Orbezua, era muy didáctico a la vez que disciplinado y riguroso. Pero la materia, no me motivaba. Como me iba a motivar una lengua muerta. Lo mejor que le podía pasar a una lengua muerta era un buen funeral.
Casi lo consigo, pero en carne propia porque en el primer parcial aquella antigualla me dejó un 2 en el expediente académico. Mi ingenio tenía que entrar en acción. Y lo hizo.
Siguió atentamente, día a día, las clases de latín. Observó párrafo a párrafo las sucesivas traducciones que se presentaban. Identificó al autor, la referencia editorial y hasta la periodicidad en la que aparecían las citas en la pizarra. Ingeniero total. Compré el libro (“De bello Gallico- La guerra de las Galias”. Su autor, Julio César.
Con cálculo matemático deduje las 15 líneas que corresponderían –si el ciclo no se cortaba- a la traducción que se presentaría en el examen. Y, ¡bingo!. El examen completo.
Había memorizado buena parte del pasaje pero quince líneas eran muchas para tenerlas intactas en el molondrón. Así que fotocopié dos hojas –por si acaso la cita escogida se movía de renglón-. Copié mejor que los monjes que trasladaron a papel el Beato de Liébana. Me permití alguna pequeña licencia, por aquello de que no pareciera un original, y mi hoja inmaculada fue recogida terminado el tiempo del ejercicio.
Una semana más tarde llegaban las notas, presentadas de viva voz ante toda la clase. La puntuación más alta, un 5,8. Pero faltaba por llegar la gran sorpresa. “Mediavilla –dijo con voz calmada pero con una sorna de las que escuece don Pedro-
Mi ingenio me dejó sin vacaciones y en dos meses tuve que estudiar más que en los últimos cinco años. Eso sí, decliné como Séneca o Cicerón.
Aquello me enseñó que los benedictinos tenían razón ; “Ora et labora” .
El retorno a la actividad política nos deja en panorama clarificador. El PNV apura la negociación con el Gobierno Zapatero para que éste cumpla con su compromiso –acordado el pasado ejercicio- de traspasar a la Comunidad Autónoma Vasca la competencia de las políticas activas de empleo. Transferencia sin recortes ni adulteraciones. Por el contrario, López y su gobierno, contemplan el panorama diciendo hoy una cosa y mañana otra.
López, en su día, agudizó su ingenio. Prometió su cargo de Lehendakari no sobre la biblia sino sobre una edición del Estatuto, comprometiéndose a su desarrollo pleno. Ahora, de aquella promesa nos queda su papel de invitado en el banquete. Y mientras unos arrancan competencias del Estatuto que festejarán otros, el lehendakari y su gobierno esperan, sentados a la mesa con la servilleta puesta. Eso es demostrar que tenemos un gobierno de alto rendimiento.
No es de extrañar que, con esa capacidad de éxito, cumplan con el resto de sus compromisos adquiridos. Presentar veintiún proyectos de ley en el Parlamento en el plazo de tres meses es, para ellos, pan comido. Y todo ello con la educación concertada, con la sanidad, el transporte y la Ertzaintza al borde de la insurrección.
Perspicacia que no falte. “Carpe diem”. Aprovechen el tiempo.
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