viernes, 12 de marzo de 2010

JON “HAMALAU”



Quien más quien menos tiene en su entorno familiar o de amistades un espécimen humano incatalogable. Los hay raros, excéntricos, reservados, pintorescos, sátrapas y hasta buenas personas. Yo, sin ir más lejos, soy de los que huyen de las multitudes y cuatro personas juntas hablando son para mí un tumulto. Así que en casa me consideren un “antisocial” que escurre el bulto cada vez que hay que mantener un contacto asociativo que se salga del guión. Por lo tanto, bodas, comuniones, funerales, reuniones de la escalera…me transforman en un borde insoportable de sonrisa profidén .

Eso y lo de repartir besos y abrazos. Qué manía tiene la gente en achucharse, en besuquearse, en sobarse por cualquier motivo.

Mi madre, sin ir más lejos, es tan vehemente que cada vez que te da dos besos te agita como un frasco de jarabe necesitando unos segundos para recuperarte y volver a tu ser.

Buena persona pero raro al fin de cuentas era también uno de mis tíos. Le llamábamos “monosílabo”. Y es que la locuacidad no era una de sus virtudes. Sin embargo, un ictus cerebral le transformó. Cantaba y no callaba y su estremecedor carácter reservado dio paso a un nuevo estadio de excitación en el que contaba chistes verdes irrepetibles, capaces de sonrojar al más liberal. ¿De dónde sacaría aquella serie interminable de cuentos verdulescos?. Freud, Freud.

Jon, es un mocetón de lo que alguna vez fue cuadrilla. Vive sólo. No es de extrañar. Su personalidad es una mezcla entre basajaun y un trabajador de estiba portuario. Vive en el caserío familiar y es conocido por el vecindario como “Hamalau”. “Hamalau” es un apelativo común en nuestro imaginario colectivo y se aplica a aquellas personas tiradas para adelante, activas pero poco reflexivas. Vamos, un neandertal sin evolución y con herraduras.

Para Jon no hay término medio. Las cosas se hacen “por cojones” y el exceso es su hábitat natural de convivencia.

Hasta hace bien poco, los pinos era su principal sustento. No es que se los comiera –que podía hacerlo- sino que su explotación patrimonial (sus padres le legaron varios montes) le reportaba beneficios suficientes para vivir de forma desahogada.

De joven, Mauricia, su madre, - ¿han oído alguna vez la cita de “eres más rara que doña Mauricia”- , pretendió hacer de él un hombre de provecho. Y se empecinó en que fuera a la Universidad. Lo matriculó en empresariales y Jon consiguió hacer quinto de primero. Luego se aburrió y compró un camión.

Nunca supo lo que era una crisis. Ni tan siquiera cuando los carburantes se pusieron por las nubes. A él no le afectaba porque siempre echaba cinco mil pesetas de gasoil al depósito de su vehículo.

Los problemas surgieron cuando desapareció la peseta y surgió el euro. Menuda crisis. Cambiar cinco mil pesetas a euros fue un trauma. Y Hamalau tiró por la calle del medio. Dejó el camión.

Algo parecido lo debe ocurrir a Francisco González, presidente del BBVA. El pobre hombre gana, por diversos conceptos –según he visto en los medios de comunicación- cerca de diecisiete millones de euros. Que si el sueldo, la pensión, las variables. ¡Jodé cuantos pinos tiene este tío!. Así y todo está preocupado por la crisis y se ha propuesto modificar el sistema retributivo de los altos cargos. Órdago que diría mi amigo Hamalau. En un ti-ta, asunto arreglado. Aunque algunos, en su rareza, terminen por ser los más ricos del cementerio.

Y hablando de necrológicas, he visto una esquela en el “ABC” digna de reseña. Omitiré el nombre del finado pero el homenaje post mortem que le hacían sus amigos no tiene desperdicio. Decía así: “Falleció el día 13 de febrero de 2010, a la edad de sesenta y cuatro años, después de vivir en la forma que eligió.
A los creyentes se ruega una oración por su alma, a los no creyentes un brindis en su memoria.”
El anuncio mortuorio concluía así: “Sus amigos del alma y afines, así como demás seres que lo querían, le enviamos un último mensaje:
Manolo, no nos esperes levantado, ya iremos llegando…tú a tu aire.” Real como la vida misma, o como el diario de VOCENTO en la capital del reino.

Jon Hamalau, estaría gozoso de esta despedida. Hace tres años, su vida desordenada le dio un severo aviso. No en vano ostentaba el récord del mundo de trasegar cubalibres. El médico, temeroso ante la clase de paciente, tuvo a bien recomendarle moderación y deporte.

Desde entonces hace atletismo. Corre por las calles envuelto en plásticos para sudar. Y cuando culmina el ejercicio, se come un “sarteneko” de familia numerosa.

Pronto, gracias a otros que como él se afanan en cumplir la palabra dada, Jon Hamalau, podrá correr, saltar y hasta dar volatines si quiere, sin tener el riesgo de mojarse cuando llueva. Siempre tendrá la nueva pista de atletismo en San Mamés a su disposición para medir su rendimiento físico. Por fin alguien se ha acordado de él. Les estará eternamente agradecido. Seguro.