viernes, 6 de enero de 2012

UNA DE REYES MAGOS

No soy un forofo de los Reyes Magos. Será que por mi edad, me he vuelto un tanto escéptico. O porque en una cabalgata uno de los “magos de Oriente” quiso obsequiarme con un caramelo y casi me saca un ojo. Demasiado humano para una ostia de tal calibre. Fue como si hubiese sido a posta. En lo alto de la carroza, flanqueado por pajes y pajas ataviados con escaso ropaje, reposaba su trasero en un trono dorado un rollizo Baltasar. Era mi rey. Estaba bien conservado –entrado en carnes- y no me extrañaba. Con tanto turrón y presentes que comer en cada casa, no era rara su excesiva humanidad.


Yo chillé. Le llamé por el nombre, reclamé su atención con mis brazos al aire. Y Me vio. Momento inenarrable. Me había distinguido entre el gentío. Sonreí. “Espero –pensé- que esta vez, aunque sea por una sola vez en la vida, me traigas lo que te he pedido”. Los Reyes Magos tenían la mala costumbre de no hacer ni caso a las cartas que mis hermanos y yo escribíamos. Pero, en la mañana del día 6 de enero, eran mis padres los que se encargaban de disipar las dudas y de convencernos que los regalos que había junto al sofá eran mejores que los que inicialmente habíamos pedido. Los equivocados éramos nosotros, aunque no supiéramos para qué servía aquella enorme caravana del Oeste americano que era incapaz de caminar medio metro pero que hacía un ruido como si se tratara de la “diligencia” de John Ford (cascos de caballo, tocotoc , tococtoc, tocotoc). Por no hablar de aquel robot con cara de imbécil que encendía luces si le pinchabas la antena a la cabeza. Siempre nos convencían. Los Reyes de Oriente eran “magos” y no se equivocaban jamás.

Me había quedado con Baltasar mirándome desde lo alto de la carroza. Me señaló. “Tú”. ¿Yo?, sí, yo. E introdujo su mano negra enfundada en guante blanco (nunca entendí porqué llevaba guantes blancos y no negros) en una bolsa de terciopelo. Entonces sonreí. Me va a dar… Y me dio. Encogió el brazo y lo desplegó como movido por un resorte. El caramelo salió a la velocidad que David lanzó su piedra contra Goliat. Y el dulce impactó como un guijarro junto a mi ojo izquierdo. Casi me mareó del golpe. Para redondear la jugada, una jauría de jubilados se me echaron encima. Me pisaron, empujaron y caí al suelo mientras uno repetía “es de tutti fruti”. Había capturado el tesoro del caramelo volador. Y raudo y veloz, ante mi dolor y mi susto, le quitó el papel y se lo metió en su desdentada boca.

Juré venganza. Esperé todo la noche a que Baltasar llegara. Le iba a cantar las cuarenta. Limpié aquellos zapatos-botas ortopédicas. Ayudé a poner los vasos de agua para los camellos y las copas de “Cointreau” para sus majestades. Jamás entendí por qué en mi casa bebían “Cointreau” y donde amama “Karpi” o donde los tíos “coñac”. Por eso entendía que tras pasar toda la noche, pegándole al frasco y a licores distintos, terminaran por llevar robots o caravanas que nadie había pedido.

No pegué ojo. Toda la noche en duermevela. Y los Magos ni aparecer. O eso me pareció, porque con las primeras luces aparecí en la cocina y el “cointreau” se había esfumado. Ni una gota. Y en el sofá estaban los regalos. Una máquina de petacos, cuyo campaneo me había sonado vagamente la noche anterior en la habitación de al lado. Cobarde Baltasar. Utilizar la magia para no dar la cara. Así que me hice del Olentzero. Pero pronto apostaté. En cuanto pisé una boñiga que apareció repentinamente tras el carruaje de bueyes que transportaba al orondo carbonero aquella nochebuena. Por cierto, para entonces yo ya estaba mosca pues en el cuarto piso donde vivía no había chimenea y Olentzero llegaba, entraba, se bebía una copita de “Cointreau” y desaparecía dejando tras de sí , no ya juguetes, sino pantalones, jerseys y calzoncillos ( y acertaba en el tallaje). Por eso, y porque soy un antisocial, me volví un descreído.

A Juan Carlos Eizagirre, alcalde donostiarra de Bildu, le tuvo que pasar en su infancia algo similar a mi experiencia vital. He leído en los periódicos que el máximo edil de San Sebastián rompió la tradición municipal y no se presentó a la cita oficial de recepción con los Magos de Oriente en su Casa consistorial de Alderdi Eder. Eso de que un “independentista” radical rindiera pleitesía a unos reyes, por muy magos que fueran, era un poco fuerte. Una contradicción ideológica que un revolucionario abertzale jamás cometería. Desde “Bildu” se ha indicado que el plantón a los reyes de oriente no debe ser interpretado de manera especial pues Eizagirre tampoco recibió al Olentzero la pasada nochebuena. Ya. Una pena que su compañero Xabier Mikel Errekondo no le diera unas clases de cortesía y de educación. Él, diputado a Cortes, sí accedió a entrevistarse con la realeza. Pero no era mágica sino española. Y le trató de “Su Majestad”. Por delante y por detrás. Si nos descuidamos, hasta le presentó a “Su Majestad” una carta repleta de peticiones. Pero Eizagirre no es Errekondo ni jugó en la selección española de balonmano junto a Iñaki Urdangarin.


Tiempo al tiempo, que si el año que viene, la cabalgata es popular, el alcalde no tendrá inconveniente en encabezar la comitiva. Aunque sea en moto. Sería colosal.






P.D. A mi amigo Carlos Olazabal, los Reyes Magos, tras tanta copita de Cointreau, le han dejado sin regalo. El nombramiento como Delegado del Gobierno, que alguien le prometió, ha sido para otro. También se llama Carlos, pero se apellida Urquijo. ¿Un error?. ¿Un extravío?. Yo creo que no. Sin duda ha sido una concesión mariana. Mariana de María. San Gil, por supuesto.

1 comentario:

  1. Muy bueno el comentario, aunque no vendría mal una mención a Mari Domingi y a las cabalgatas de algunos municipios regidos por Bildu (yo así, te juro, me borro hasta de Olentzero). De todas formas, la postdata sobre Carlos Olazabal es bastante cruel... ¡Menos mal que es tu amigo...!

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