viernes, 9 de noviembre de 2012

OSOS FISCALES

Me cuentan una historia reciente que no creía verosímil, pero que, a tenor de quien me la ha relatado y los detalles de la misma me hacen pensar en que fue real aunque de ella nada ha trascendido hasta la fecha.


Durante el pasado puente de “El Pilar”, al sur de los Picos de Europa y en la zona denominada de montaña palentina, tres aguerridos funcionarios de la Hacienda vizcaína, paseaban por la exuberante naturaleza. No eran tres trabajadores públicos cualquiera. Sus nombres eran desconocidos para el gran público. El anonimato, como pieza de camuflaje, forma parte sustancial de su trabajo. Eran tres inspectores fiscales. Tres temidos funcionarios del fisco.

¿Qué hacían aquellos altos funcionarios en los aledaños de Cervera de Pisuerga?. ¿Seguían la pista de una escurridiza presa? ¿Investigaban el rastro de un huidizo evasor fiscal?.

Como en toda historia vinculada a tan opacos personajes, el argumento central de aquella inusual estampa no se ha podido conocer. Pero, más allá de donde nuestra imaginación nos pueda llevar, hemos conocido que en aquel periplo montañero, sucedió algo extraordinario. En un recoveco del camino, los tres intrépidos investigadores se vieron sorprendidos por una aparición inesperada. Un oso.

El plantígrado, que caminaba tranquilo por su hábitat en busca de panales y bayas silvestres, se topó, de repente, con los inusuales excursionistas. Estos se detuvieron súbitamente e iniciaron una maniobra de retroceso. En la marcha atrás improvisada, uno de los funcionarios cayó al suelo. El oso, quizá presa de su curiosidad, se abalanzó sobre él y arañó y mordisqueó sus botas. El “ataque” pudo ser felizmente rechazado. Los compañeros del inspector caído tiraron de él y, con un susto de muerte, y ligeras magulladuras, pusieron pies en polvorosa.

Ahí acaba la historia conocida. Nada se sabe del oso ni de las razones que provocaron el inusual encuentro. ¿Saldría el animal corriendo al conocer que aquellos senderistas eran en realidad agentes del fisco?. ¿Tendría algo que ocultar? ¿Qué o a quien buscaban aquellos inspectores? ¿Se trataba de una operación encubierta en la batalla total contra el fraude?. Amigo lector, no busque pruebas de lo aquí narrado. Ni en Internet ni en las hemerotecas. No hay rastro del suceso. Es como si el ámbito “confidencial” que envuelve al cuerpo de inspectores hubiera borrado todas las huellas del incidente. Pero ocurrió realmente.

La elusión y el fraude fiscal es una materia de la que todos parecen saber. De un tiempo a esta parte, parece situarse en la primera página del menú político. Todo el mundo hace referencia al fraude y a los defraudadores. Incluso hay quien se ha atrevido a dar datos de la bolsa de dinero que se esconde en esa sórdida economía sumergida que va desde el pago de servicios sin factura a los beneficios oscuros de operaciones ilícitas y asquerosas. Es como si fuera una evidencia contrastada a la vista de cualquier espectador. Una actividad que siempre desarrollan los demás. Los ricos, los empresarios, los corruptos, los traficantes...Nunca uno mismo. Ni tu padre, el amigo o el cuñado. Los “malos” siempre son “los otros”. Y la fórmula para perseguirlo, se presenta tan simple como quien convierte el agua en hielo en el congelador.

Nada es tan sencillo. Ocultar ingresos, falsificar transacciones, eludir obligaciones es tan antiguo como la actividad humana y encontrar los sistemas de gestión que detecten al tramposo y lo sometan al deber colectivo debe ser una prioridad de las administraciones públicas y de sus recursos humanos que deben especializarse en la materia, sin estar sometidos al pim-pam-pum de la demagogia o a la presión irresponsable de quien se cree en posesión de remedios mágicos inexistentes.

La Izquierda Abertzale parece haber encontrado en el engaño fiscal un filón argumentario –tras la agitación social del Gobierno López- que pretende explotar al máximo en estos tiempos de crisis y estrecheces. Olvidándose de los tiempos pasados de la “extorsión revolucionaria”, se afanan ahora en matar moscas a cañonazos para escarnio público general. Y de la mano de algún ex funcionario de la agencia tributaria española, reconvertido en alto cargo foral, se apresuran a presentar una batería de medidas que, de aplicarse en su literalidad, podrían provocar efectos devastadores en la base productiva en territorio guipuzcoano.

La nueva normativa, denominada pomposamente como “Impuesto de grandes fortunas”, además de incluir una reforma puramente nominal del anterior impuesto de patrimonio, contiene elementos de graves consecuencias para las pequeñas y medianas empresas –base de la actividad económica de Gipuzkoa y de Euskadi- ya que plantea abiertamente posibilidades confiscatorias al incluir en el impuesto un 25% de los activos sujetos a actividad económica, hasta ahora exentos. Pero eso no es todo. Los ahora jefes de la Hacienda guipuzcoana, se han propuesto meter mano a las recuperaciones de capital de aquellos cooperativistas que abandonaban la vinculación asociativa con sus empresas. En la creencia de que en esta nueva “emboscada” cazarían osos ocultos en la foresta política, se han encontrado con que sus medidas soliviantan a todo el universo cooperativo, desde la cajera del hiper al investigador electrónico. Vamos, un despropósito.

Jugar a ser “justicieros” sin rigor ni fundamento tiene el riesgo de generar daños irreparables en el conjunto de la sociedad. Aunque el guión diga que lo que se busca es la justicia social y que “pague más quien más tiene”, la acción punitiva sometida al dogmatismo ideológico no contrastado repercute dañinamente en todos. En justos y en pecadores. Y eso no es justicia social, es castigo.

Si los gestores de la Izquierda Abertzale quieren cazar osos en el campo del fraude fiscal puede hacer algo más sencillo. Que empiecen por investigar los ingresos y las fuentes de procedencia la financiación de quienes ahora, con normalidad democrática, forman parte de su estructura política. O que pregunten a sus cargos públicos dónde viven y en dónde tributan. Quizá se lleven más de una sorpresa y, a la vuelta de un despacho, encuentren un oso suelto. (Oso u osa)

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