No trago las patatas con arroz. No puedo con ellas.
Culinariamente es una especie de potaje sucedáneo de las patatas a la riojana o
con chorizo, pero se trata de un plato de “vigilia”. Mi madre sustituía la parte
de chacina por un sofrito de cebolla y arroz. A mi padre le encantaba y a mí me
daba unas arcadas que me hacían un rebelde comedor. Pero, por lo civil o por
matriarcal, tenía que acabar con el
plato. Economía real. Lo que hay, se come. Y punto.
Empezó siendo todo los viernes de cuaresma, para
limitarse al “viernes santo”. Reduccionismo
de creencia, de rito, de costumbre. Hoy, sin saber por qué, el “viernes
santo” sigue siendo un día de “vigilia”. Bacalao en cualquier receta, pasta,
verduras, pescadito pero nunca carne. Los más jóvenes preguntan el por qué y
los más carrozas casi no sabemos contestar. “No os hará daño” es mejor
respuesta que “para no ir al infierno”.
Aquel mal
trago del engrudo de patatas con arroz tenía una compensación. El domingo, llegaba el cordero. Era el cordero Pascual.
Un animal que yo pensaba era de un vecino. Pascual vivía en el rellano superior
de mi escalera. Y de pueblo era, pero pinta de pastor no tenía. Aunque tenía un
hijo que , por lo bruto que era, parecía vivir en un páramo al recaudo de un
rebaño.
Pues no. El cordero nada tenía que ver con el
vecino. Era un símbolo. Una alegoría
que, bien horneada y con una buena ensalada, a modo de pasto, alegraba nuestros
estómagos y hacía olvidar potajes de castigo.
Durante un tiempo creí que aquel menú suculento
obedecía al mismo rito judeo-cristiano
que daba pie a la vigilia , a la cuaresma, la pascua, etc. Y quizá así fuera.
Pero en mi casa, como en muchas otras,
además de aquellas creencias había algo más. Porque la celebración de la
“resurrección” tenía algo de oculto, algo de pagano que propiciaba un brindis
con vino espumoso – o con sidra- que llamábamos champán , que dotaba a aquella
festividad familiar de algo que quizá los mayores conocían pero que , para los
más jóvenes, suponía una incógnita.
Durante los años oscuros aquello se repetía con un
afán inalterable hasta que en unas
vacaciones de Semana Santa, tuve la fortuna de que mi padre, hizo el esfuerzo
de llevar a toda la familia a Canarias. Diez días en las islas afortunadas. La
víspera de llegar a Las Palmas –la primera vez que volaba en avión- dos aeronaves chocaban terroríficamente en el
aeropuerto de “Los Rodeos” dejando más de quinientas víctimas mortales en la
pista de aterrizaje y una estampa desoladora. Aquel domingo de resurrección lo
vivimos a miles de kilómetros de casa. En un hotel en cuyas habitaciones con un
infiernillo, mi madre cocinaba tras volver de la playa. Pero aquel domingo fue
diferente. Comeríamos en un restaurante. Donato había encontrado la dirección de la “Casa Vasca” y allí
fuimos. En aquel garito de nombre cercano y , lamentablemente, yantar poco
satisfactorio, mi padre pronunció , por primera vez, lo que en casa nadie se
había atrevido a decir hasta entonces. Había que celebrarlo, porque era el
“Aberri eguna”. El Día de la Patria
Vasca.
Miles de familias de este país celebraron el “Día de
la patria vasca” desde la soledad del hogar durante la sórdida dictadura. Unos
lo hicieron con más compromiso y mayor entrega. Otros, aguantando el miedo.
Nacionalistas y no nacionalistas, demócratas pisoteados de todo tipo, tenían centrado en el calendario un día, una
jornada, en la que reivindicar su país y su pertenencia a una colectividad
prohibida pero real como su propia
voluntad inalienable. Aberri egunas clandestinos. De gestos. De
puertas adentro. Patrias íntimas que salieron a la calle en cuanto se perdió el
miedo. Balcones con ikurriñas. Manifestaciones en las calles. Con pancartas
compartidas en las que se definíamos reivindicación. Días de la patria de reconstrucción
institucional. Días de reproche. De afirmación, de diferencia.
En
defensa de esa Patria Vasca, generaciones de vascos han sufrido en carne propia
opresión, violencia y sufrimiento. Y en el nombre de esa misma Patria Vasca
también se ha sometido a una parte de la ciudadanía al horror del terrorismo y
la persecución.
Hoy,
afortunadamente para este Pueblo, vivimos tiempos de paz. Nuestra primera
obligación es, por lo tanto, recordar y resarcir la memoria de todas las víctimas
que en el nombre de Euskadi han sido. Porque la nueva Patria que estamos
empeñados en construir se sustenta en la memoria y en el objetivo irrenunciable
de sentar las bases de una nueva convivencia de respeto y conciliación de todos
los derechos humanos para todas las personas.
Este domingo es para muchos vascos y vascas la
reclamación de sus derechos colectivos. Desde el año 32 del pasado siglo en el
que el concepto de “Patria” movilizó a miles de hombres y mujeres, este día es la expresión de una voluntad inequívoca de ser sujetos reconocidos de decisión. De formar parte de un Pueblo al que le asiste el derecho de compartir
destino con otras realidades nacionales que ya gozan de un estatus reconocido
pleno.
Quizá las expresiones públicas y privadas de este
sentimiento han cambiado. Lo ha hecho la propia sociedad y su comportamiento.
Habrá más o menos ikurriñas en las balconadas, más o menos pancartas o
consignas. Las liturgias cambian, como la “vigilia” de antaño en identificativo
cristiano. Pero, la Patria Vasca de hoy, del año 13 del segundo milenio,
sigue siendo, en concepto, la misma que movilizó a miles de vascos
durante años de libertad y dictadura. Una Nación, Euskadi, que busca su reconocimiento expreso en el
concierto internacional que le rodea. Una legítima aspiración que debe ser entendida por quienes creen en otras “patrias” ya reconocidas y
cuyos derechos son ejercidos en plenitud.
Una
nueva Patria para avanzar juntos. Para ser, cada día menos dependientes y
decidir por nosotros mismos cual puede y
debe ser nuestro porvenir. Y así seguirá siendo mientras haya gentes con
aliento suficiente para identificarse con un país, Euskadi, que más pronto que
tarde alcanzará su plenitud en una nueva Europa que repiensa su estructura y
que deberá solventar los déficits de cohesión que actualmente la atenazan a una
crisis económica y de gobernanza que todos padecemos.
Vivimos
tiempos de apreturas, de sacrificios y dificultades. También en el pasado
padecimos momentos crueles. Y los superamos. Como superaremos los actuales .
Con voluntad, trabajo y confianza. Aunque tengamos que volver a las patatas con
arroz.
Pero
hoy no. Hoy es día de cordero. Y de un brindis con champán. ¡Por la nueva
Patria Vasca!.¡Gora Euskadi askatuta!
Koldo,
ResponderEliminarOso artikulu ona eta hunkigarria.
Eskerrik asko.