Su presencia, más protocolaria que otra cosa ha tenido una notable aportación; su discurso.
El lehendakari ha estado en su sitio, presentando a nuestro país, su autogobierno, su vocación de economía abierta, industrial, competitiva. Ha evidenciado igualmente la oportunidad histórica de paz que tenemos ante nosotros. Para construir una nueva convivencia que consolide un modelo propio en el desarrollo humano sostenible.
Urkullu ha estado valiente, denunciando “la tiranía de un mercado financiero tan poderoso, sin “alma” y sin controles” que “pone en riesgo el estado de bienestar que, con esfuerzo, hemos construido durante generaciones en Europa”. Exigiendo de la banca, “contrapartidas” para que devuelva “el esfuerzo público recibido y dedique parte de la ayuda a “engrasar” la economía real a través del crédito”.
Urkullu ha pedido que los “rescatados” se conviertan ahora en “rescatadores”, que se acabe con la “opacidad” y el fraude de los paraísos fiscales. Y ha reclamado acción conjunta efectiva para combatir el paro juvenil.
El lehendakari ha puesto voz a reivindicaciones básicas que defendemos la mayoría de las formaciones políticas y sociales y ha solicitado una “economía más humana, centrada en las personas”.
El Lehendakari ha estado en su sitio. Sin aspavientos ni demagogias. Cortés y hospitalario, como reclamaba el guión para el presidente del país de encuentro y certero y afinado en las posiciones que ha defendido.
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