viernes, 4 de abril de 2014

TEORÍA DE LA CONSPIRACIÓN, LA MEMORIA DE SUÁREZ

La rancia estampa de Rouco Varela en la catedral de La Almudena, su invocación a la guerra civil,  el aroma a incienso edulcorado en el recuerdo  público a un personaje denostado, la imagen de un monarca  en condolencias televisivas reclamando para sí, y para el finado,  la patente de la “reconciliación” española, me transportó a otros tiempos. Para muchos jóvenes de hoy serán los tiempos de maricastaña, pero no. El nacional - catolicismo, el régimen, la transición, no son aún, historias del abuelo Cebolleta.

Son episodios recientes en la historia política. Memoria histórica reciente.
La muerte del ex presidente español Adolfo Suárez ha provocado el “flashback”, esa vuelta al pasado, que ha hecho pasar  por delante de nuestros ojos imágenes, recuerdos y sensaciones que creíamos olvidadas.

Rouco nos recordó el tiempo del palio. De una Iglesia rendida  al “glorioso alzamiento”. Cautiva de soberbia. Ideologizada e influyente. Rancia como los capellanes castrenses. El arzobispo de Madrid quiso ser protagonista. Y lo fue. Transformándose en pájaro de mal agüero. Su vaticinio de que otra guerra civil es posible fue una irresponsabilidad. Una beatífica tontería de mal gusto que retrata al personaje.

Los obituarios, por lo general, suelen estar impregnados de  materia edulcorante. Siempre se glosa en positivo al finado. Aunque, en vida éste haya sido un canalla. No creo que este fuera el caso de Adolfo Suárez. Pero ver  a quienes entonces provocaron su caída y su escarnio repartir elogios ante el catafalco sólo provoca vergüenza ajena.
 
Suárez fue una pieza política a utilizar en el puzzle del momento. La llave que alguien diseñó para abrir el búnker del franquismo desde dentro. Una herramienta que, cuando comenzó a funcionar por sí misma fue inmediatamente desechada, inutilizada y reemplazada. Porque, tal vez, en su debilidad de actuar por pura intuición, asumiendo que los problemas estaban para resolverse,  Suárez se convirtió en una amenaza para quienes habían dibujado un destino “atado y bien atado”.

Por eso  causa descrédito que sean precisamente quienes urdieron contra él todo tipo de conspiraciones, campañas de descrédito, de  acoso y derribo los que le hayan subido al pedestal de la gloria.
No puede decirse que las relaciones del PNV con Adolfo Suárez  fueran magníficas.  Pero recordamos que Juan Ajuriagerra  participó en aquel primer pacto de la Moncloa que permitiera la estabilidad económica y social del Estado. Julio Jáuregui fue implacable en la negociación de la amnistía, y Xabier Arzalluz  y todo el entonces grupo parlamentario  -incluido el Frente Autonómico del Senado-, tras la marginación sufrida en el proceso constitucional,  supieron alcanzar un acuerdo histórico con el primer Estatuto de autonomía, el de Gernika, tras  los cuarenta años de dictadura.

Eran otros tiempos. Tiempos de plomo. De violencia. De amenazas de involución. De crisis económica. De improvisación, de efervescencia.  Y la falta de experiencia de Suárez, el  enfrentarse “ex novo” a problemas de hondo calado político vinculados a la activación del sistema democrático o la  articulación territorial con los casos catalán y vasco, le llevó a buscar acuerdos. Acuerdos que a los nacionalistas vascos nos parecían insuficientes pero que a ojos de  quienes pensaron en Suárez  como un “presidente de transición”, habían ido demasiado lejos. Y esa sensación de  “condescendencia”  entre los “suyos”  acabó con su historia como mandatario español.

Mi única vinculación personal con Adolfo Suárez la encuentro  en el activismo político. En diciembre de 1980, el presidente español decidía visitar Euskadi. El nacionalismo vasco le exigía  la  rehabilitación del Concierto Económico para Bizkaia y Gipuzkoa –suspendido por el franquismo por considerarlas “provincias traidoras”- y la inmediata puerta en marcha y despliegue de la Ertzaintza. En el Estado, el discurso de que “con el estatuto vasco” a Suárez se le “había ido la mano” cobraba cada vez más fuerza.  La situación estaba bloqueada. Pese a ello, el entonces inquilino de La Moncloa programó una visita institucional a Euskadi.  Y el PNV boicoteó aquel viaje.

En las vísperas de aquel periplo, la militancia nacionalista inundamos de pintadas el país. Los lemas “Suárez go home” o “RCE” –Resistencia Civil Euskadi- fueron incrustados con pintura en paredes y espacios públicos por quienes entonces  éramos activistas de aquel PNV. Los alcaldes y hasta el Diputado General de Bizkaia, Jose María Makua, se negaron a recibir a Suárez. El pulso fue tremendo. Y , a final de mes, llegaba el acuerdo y el Concierto Económico era reinstaurado. Apenas dos meses antes de su salida del gobierno, y quizá por ello,  el dirigente carismático de la UCD rubricaba  la legalización del Concierto, quizá la herramienta de autogobierno de mayor calado que dispone este país.

El final de la carrera de Adolfo Suárez llegaba en febrero de 1981, un mes especialmente  trágico. Por las secuelas del terrorismo y de la violencia policial, y, como no,  por el golpe de estado fallido el día 23.

La periodista Pilar Urbano acaba de editar el libro “La gran desmemoria. Lo que Suárez olvidó y el Rey prefiere no recordar”. En esta publicación, la escritora vinculada al OPUS DEI trae a la palestra los acontecimientos que provocaron la caída de Suárez, vinculando directamente al Rey de España en el derribo del presidente avulense. 

Urbano relata la participación de Juan Carlos I en una trama, junto a su antiguo Secretario, el General Alfonso Armada, para hacer caer a Suárez y establecer en España un gobierno  de “emergencia nacional” presidido por un militar. Un “golpe blando” que abortara  cualquier tentación  de asonada militar violenta.

En la promoción publicitaria del texto de Urbano aparecen, con pelos y señales,  encuentros, entrevistas, audiencias  de un monarca español obsesionado con hacer caer a Suárez  y “restablecer” el orden del gobierno “atado y bien atado”. Una obsesión que contó con la inestimable colaboración del General Armada quien se hizo responsable de buscar una alternativa, un complot del que, según se afirma, fueron partícipes políticos de la oposición, banqueros, militares y hasta periodistas y que tenía como objetivo instaurar un gobierno de “emergencia” compuesto, por hasta diecinueve nombres destacados de los ámbitos civil y militar.

Según consta en el libro, la resistencia de Suárez a dimitir remitió cuando tras un encuentro en la Zarzuela, un grupo de tenientes generales, le conminaron a renunciar ante la amenaza latente de una pistola encima de la mesa.  Siguiendo la historia, con Suárez fuera, el rey español encontró en Calvo Sotelo al “jardinero fiel” que recondujera los desmanes promovidos por el dimisionario (la entrada en la OTAN,  la reformulación autonómica –la LOAPA-, la lucha antiterrorista...), dejando a Armada y su complot en la estacada. Pero Armada había andado demasiado y muchos de sus pasos  no tuvieron marcha atrás (Tejero, Milans del Bosch...), pese a que en su plan oculto, dichas piezas  no fueran sino partes residuales de una estrategia global. Piezas que puestas en circulación llevaron adelante sus planes  de golpe  según lo previsto en el convencimiento de que eran respaldados al más alto nivel.

Las confesiones que en el libro de Pilar Urbano se describen, han  vuelto a poner en entredicho el papel del Rey de España y su protagonismo determinante en la trama conspiradora que acabó con Suárez. El 23-F, según se desprende, fue el efecto no deseado de la misma. Abortado el “tejerazo” –Tejero se sintió traicionado por Armada y éste fue desamparado por el Rey- , el nuevo Gobierno español  “enderezó” el rumbo de la política en el Estado y el monarca compareció ante  sus súbditos como el baluarte de la nueva democracia.  Y todo ello con el reconocimiento expreso de propios y ajenos.

Por el contrario, Suárez fue historia y su memoria se perdió en el olvido y en una cruel enfermedad.

No ha tardado mucho la Zarzuela en desmentir contundentemente lo publicado por Pilar Urbano. Su  rotunda negativa a la veracidad de lo expuesto en el libro ha vuelto a contar  con innumerables muestras de apoyo. Desde Felipe González a Juan Luis Cebrián, pasando por ex colaboradores del propio Adolfo Suárez, han salido en tromba a rebatir lo relatado por la periodista del OPUS.

En los mentideros políticos se afirma que las revelaciones de Urbano forman parte una estrategia “republicana” para provocar el descrédito y la caída de la monarquía, acosada ya pos casos de corrupción e irregularidades. Es probable que así sea y que detrás de  esta campaña estén conocidos personajes de la opinión y la política. Contubernio contra  conspiración.

Decir que lo escrito por Pilar Urbano es una “ficción difícil de creer” es, quizá, demasiado contundente. Urbano no es Évole y los hechos por ella expuestos cuadran con algunas de las informaciones que desde hace años, por ejemplo, fueron contrastadas  por dirigentes del PNV.

El episodio de la pistola y de los cuatro generales  frente a Suárez en la Zarzuela, fue comentado por Xabier Arzalluz ante las asambleas internas nacionalistas. El arma pertenecía al Teniente General  de la 2ª Región Militar, Pedro Merry Gordon. Y en lo que corresponde a la  denominada “operación Armada”, fue el mismo presidente del EBB quien acusó públicamente a Enrique Múgica Herzog de haber mantenido una  reunión, junto a su compañero catalán Joan Raventós, con  el general Alfonso Armada   en Lleida donde éste les propuso formar parte de su “gabinete de concentración”.

Múgica siempre negó el encuentro y amenazó a Arzalluz con querellase por difamación en una agria polémica que muchos recordarán. Aquella demanda duerme en el sueño de los justos y el tiempo acredita las palabras del líder jeltzale en su integridad. Pero, no fue  Xabier Arzalluz el único en denunciar esta trama oculta que hoy vuelve a la luz. Alejandro Rojas Marcos, dirigente andalucista afirmaba en la cadena SER en noviembre de 1980 que “quiero denunciar que los socialistas están hablando con militares de alta graduación para buscar una salida anticonstitucional a la situación de crisis en la que se encuentra el país”.

Sea como fuere, con trama republicana  o sin ella, la memoria perdida de Adolfo Suárez ha provocado  que el pasado reverdezca  bajo la sospecha de que nada, o muy poco de lo que se ha dicho de la “transición” y de los oscuros años de los “ruidos de sables” fue verdad. ¿A nadie le interesa conocerla?. ¿Volvemos a la “razón de Estado”?. Yo me apunto a una Comisión de Investigación, aunque me temo que en España no encuentre muchos partidarios. Allá ellos.

2 comentarios:

  1. Qué lujo poder leer estas cosas de alguien que lo ha vivido de cerca ... las pintadas en las calles, la negativa a recibir a Suárez, el tan molesto -allá por la meseta central- Arzalluz, ... Es curioso la cantidad de veces que se repite la misma historia / jugada .... cuando alguien resulta molesto para la caverna mediática lejos de comenzar un debate intelectual (je! perdón) sueltan los perros en una campaña de ridiculización del personaje en cuestión que rozaría, en muchas ocasiones, el ilícito penal ... ¿de verdad creerán convencer a cualquier ser pensante con esos métodos?

    En cuanto a la presencia de Rouco .... fue, en mi opinión, un agradecimiento del régimen a su persona por los servicios prestados ... ahora que Aita Patxi lo ha enviado a cultivar nardos y a vigilar obras.

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  2. Creo que el respeto que se ha tenido por Adolfo Suarez es ejemplar. Por otro lado esta la actitud de un hijo que quiere a toda costa ocultar parte del pasado de su padre. Cuando me refiero al pasado, simplemente es lo realmente ocurrido durante el periodo anterior y posterior a su dimisión con el 23F como reflejo de aquella realidad. No creo en el oportunismo de Pilar Urbano pero si en parte de lo escrito. La conciencia patria no esta tranquila y hay un pacto de estado, de esos que los de a pie no nos enteramos, para ocultar la verdad. La monarquía en horas bajas pero protegida a toda costa ¿por que?......Abran la lata señores que la fecha de caducidad así lo indica.

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