viernes, 9 de mayo de 2014

DESCUENTOS CON PRÓTESIS INCLUIDAS

Empiezo a notarme desfasado. La realidad, a veces, me supera. Antes, compraba los periódicos y, los fines de semana, necesitaba un carrito para llevarme las superofertas que los tabloides realizaban para fidelizar o ganar lectores.  Una taza, un pañuelo, un libro de recetas de postres de las monjitas o una bufanda del Athletic.  Era como ir al supermercado.

Pero la agresividad comercial de las empresas editoras se fue apagando antes de que la crisis azotara el mercado.
Nunca creí en las superofertas. Pero, en cierta medida funcionaban. Algunas  eran de entrega inmediata. Otras te obligaban a rellenar extensas cartillas con cupones que animaban a la compra diaria del periódico. Salvo que, agudizado el ingenio,  se recortaran de los ejemplares que se leían en el bar, en la oficina o en la peluquería.
Conocí un gorrón que  cuando acudía a tomar el cafelito de media mañana, llevaba unas tijeras  para el saqueo del cupón. El tasquero, harto de ver su periódico mutilado,  terminó por presentar el tabloide sin su primera página, lo que hacía muy difícil identificar si el rotativo era el del día o el de la semana pasada. El gorrón, incasable en su ánimo depredador, migró hasta otra taberna haciendo que todos perdiéramos. El tabernero sin la consumición del café y los demás usuarios con unos periódicos desnudos de portada y cierre.

Debo reconocer  que  aquello de  pegar una treintena de sellos para llevarse a casa una sartén tenía su mérito. Algunas revistas del corazón regalaban de todo. Gafas de pichiplástico, anillos de la señorita Pepis, posavasos de ganchillo...Lo mejor eran los métodos de aprender un idioma por fascículos.  Empezabas por la “A” de “acojonante” y terminabas en la “I” de “imbécil”.

De aquellas promociones, guardo un ajedrez con tres alfiles del mismo color, un caballo, dos reinas y  veintitrés peones. Nunca fui un Kasparov, lo admito,  pero la culpa la tuvo el quiosquero. Un “salao” que distribuía los fascículos a granel. Como las aceitunas y los encurtidos que tenía junto a los lacasitos.

Lo de los fines de semana era un sin vivir. Por deformación profesional, o por obligación, hasta hace bien poco, me hacía con cuatro diarios diferentes. Hubo días –antaño-  que si compraba el pan con anterioridad a los periódicos, tenía que hacer dos viajes  o llevar un carrito de la compra.

Lo que jamás de los jamases hubiera pensado es lo que acabo de ver en la portada digital de un diario supuestamente serio. Vamos, el “líder” de los editados en nuestro ámbito. Superoferta para sus lectores; Un cupón de descuento de 499 euros en una operación de “aumento de mamas con las prótesis incluidas”.

Me he quedado de piedra. Tetas nuevas  a un precio  de ganga. Todo ello gracias a la empresa editora de referencia. Puede parecer una frivolidad pero no lo es en todos los supuestos. Lo de las glándulas mamarias y su estética tiene su importancia. En algún caso es hasta un tema de salud y  de estabilidad mental. Algo muy serio

Hablando de estabilidad, hace unos días, en un grupo de amigos (de ambos géneros para eliminar suspicacias) se suscitó, a tenor del tema de las operaciones estéticas,  cómo poder diferenciar si unos pechos son naturales o recauchutados. Y la solución –como siempre- nos la dio una mujer. “Es fácil de adivinar –nos dijo-“. “Basta contemplar a la protagonista en cuestión cómo desciende unas escaleras. Si en la bajada  de peldaños, los senos basculan con cierta independencia entre ellos, acompasando el movimiento, las tetas son naturales. Si por el contrario, los pechos permanecen fijos, casi inmóviles, es que han pasado por el taller”. En la primera ocasión que pudimos, sometimos a examen la teoría y, efectivamente, la persona observada, sobre la que existían dudas razonables de que había hecho “ampliación de instalaciones”,  evidenció que sus evoluciones en la escalera  no generaban inercias  en aquellas partes de su cuerpo. Luego, la conclusión obtenida abonaba la opinión  de que se había sometido a unos retoques artificiales. Olé por su decisión.

Que un periódico se lance a una estrategia comercial inédita, con propuestas otrora  inconcebibles resulta simpático. Pero, al fin y a la postre, su cuadro directivo  habrá evaluado tal gestión de ampliar mercados y ellos, de manera particular, correrán con los riesgos o las confianzas  que tal acción de marketing les pueda reportar. Buscar ventajas competitivas subvencionando implantes mamarios puede tener su recorrido pero, a ciencia cierta,  la estabilidad y la mejora de mercado vendrá –a un periódico o a cualquier otro proyecto empresarial- afianzando la calidad de su producto, ajustándolo al rigor y sometiéndolo día a día a la confianza de sus potenciales clientes.

Digo todo esto porque, en política, tal norma parece tener poca raigambre. Así, nos encontramos que cuando  se acerca una cita para acudir a las urnas, acto fundamental en un sistema representativo en el que la ciudadanía renueva con su voto la confianza a unas listas, los partidos políticos, por lo general, se transforman súbitamente. Y se promete de todo. Lo posible, lo remoto y lo imposible.

Hasta el momento, nadie ha tenido la osadía de ofrecer descuentos en las operaciones de cirugía estética, pero, a este paso, todo llegará.
Quienes han congelado y minorado las pensiones, han quitado pagas extra,  impuesto el pago de medicamentos,  eliminado prestaciones sociales y modificado la reforma laboral para abaratar el despido y depreciar los salarios, sacan pecho (jesús que obsesión con el busto) para decirnos que gracias a ellos, la crisis se acabó. Que comienza la recuperación.

Arias Cañete, el candidato tardío,  con aire de Papá Noel, entre chuletón y yogurt caducado, extiende su escaparate repleto de “oportunidades”. Porque “el PP es el futuro, en contraposición a “quienes con su política nos dejaron en la ruina y en la crisis”. Su oferta es “la eficacia”, “la experiencia”, “crecer”, “crear empleo” y “seguir adelante”.

Los socialistas, con una Elena Valenciano agotada de energías  tras pugnar durante semanas contra un candidato inexistente, nos vende la “garantía de salarios dignos”, “parar la troika” y, como consecuencia,  “cambiar la economía”.

Ambas formaciones, olvidándose de sus responsabilidades pasadas y presentes en la gestión de un tiempo perdido, buscan el éxito electoral a golpe de eslogan y de acto de fe. Nuevas oportunidades, gangas y quimeras de quienes se presentan a la ciudadanía como si no hubieran roto plato alguno.  A la caza y captura del voto amnésico.

Pero esta vez no les va a salir bien. Van a tener que pagar el desgaste de tanta silicona superflua bajo el tejido de una sociedad  que paga las consecuencias de una política estética irresponsable. Del glamour del pelotazo inmobiliario reventado por la deuda  y una estructura económica artificial y suicida.

El  riesgo de las consecuencias del desapego social es la irrupción de  candidaturas  y propuestas  populistas. Desde quienes, como en la “Vida de Brian”, exijen la “disolución del imperio romano en 24 horas” hasta quienes serán capaces de prometer no sólo “tetas nuevas” sino “alargamiento de penes” a sus votantes. Demagogia en garrafón. Euroescépticos, ultras, jueces prevaricadores  y trileros varios como pescadores de ríos revueltos.


No olvidemos que Ruiz Mateos ya obtuvo un acta de eurodiputado o que Jesús Gil reinó en todos los ayuntamientos mediterráneos al sur de Alicante.
Es la democracia. La oferta y la demanda. Como en el kiosko. Prensa seria o ultramarinos tipográficos.

Quizá esté ya desfasado, que mi espíritu se haya vuelto conservador. Es probable. Pero cuando compro un periódico lo adquiero para informarme y para conocer la actualidad. Y cuando voto, con más razón, lo hago buscando la autenticidad de la opción política y de su candidatura. Revisando la trayectoria, la garantía y hasta la fecha de caducidad. Porque lo que ese día entrego, es parte de mi confianza.  Y eso, a mi juicio, vale más que un simple reclamo publicitario. Aunque me regalen las prótesis.  



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