viernes, 27 de febrero de 2015

EL GIRO REALISTA O MOVERSE HACIA ÍTACA

Hasta Lenin ha decidido moverse. Su cuerpo embalsamado ha resuelto abandonar por un periodo el mausoleo de la Plaza Roja moscovita donde descansaba. Tanto tiempo  de inmovilidad postrada  hacía conveniente que el camarada Vladimir Ilich se ventilara un poco. Noventa años después de representar una reliquia para los bolcheviques bien se merecía unos baños. Baños reparadores de glicerol y acetato de potasio para devolverle la elasticidad a su piel.

La momia de Lenin solamente había abandonado su aposento mortuorio junto al Kremlin durante la segunda guerra mundial. Incluso viajó. En un tren especial denominado “Objetivo 1”. Se trasladó hasta la gélida Siberia donde un destacamento especializado le custodió durante cuatro años.

Luego, volvió a su morada. Sólo en un principio. Más tarde, acompañado por José Stalin. Personajes de fuerte carácter. No  congeniaron demasiado, y el bigotudo georgiano  fue apartado de su lado. Desplazado, como él ordenó para millones de represaliados. Pero, en su caso, a tan solo a unos centenares de metros. A un nuevo monumento funerario.

Si hasta Lenin se movía, ¿cómo no iba a hacerlo Mariano Rajoy?. Entumecido de tanta quietud, alguien pensó que para animarle en el debate de política general  que se desarrollaría en el Congreso de los Diputados, lo mejor era darle una dieta reconstituyente. Pero  se les fue la mano. Y el cuenco de colacao del desayuno vigorizó en exceso al impasible presidente. Su primer discurso sirvió para reconocerse fuerte. Estábamos mal pero ahora estamos mejor. Y mañana, mucho mejor.  Todo gracias a su acierto y a su constancia  inquebrantable por entender que los problemas, como vienen se van.

Y, en ese juego por pintar un país maravilloso,  Rajoy se vino arriba. Desairado por las críticas,  se vio capaz de repartir mandobles. Aquí y allá. A los “patéticos” que estaban, a los que espetó que no volvieran, y a los fantasmas ausentes, tildados de “ventoleras ideológicas” que nos llevarán a la “ruina más descarnada”.

Tan insolente y atrevido estuvo en su primera sesión, que en la siguiente, cuando un vasco, con orden y concierto, le cantó las cuarenta, ya estaba agotado. Las agujetas de los excesos verbales habían acabado con su furor. Los vascos ni habían estado ni estaban en su agenda. Así que, de vuelta al sesteo. Al diván  y a la abulia. Que las dificultades sigan resolviéndose  por azar del destino.

El presidente español volvió a dejar en evidencia  que Euskadi no es para él una cuestión de Estado. No lo es tampoco la consolidación de la paz y la convivencia.  Ni Catalunya. Aunque ahí  tuvo la poca ocurrencia de volver a decir “no”, “no” y otra vez “no”.

No sé lo que durará el letargo de Mariano Rajoy ni si su  tancredismo cautivará nuevamente al electorado español. Todo indica a que el próximo año, por estas fechas, el escenario de mayoría absoluta que ahora da pie a esta prepotencia indisimulada habrá dejado de existir. Que, con nuevos protagonistas esperados o sorpresivos, el bipartidismo habrá acabado un ciclo, abriéndose de par en par una nueva transición democrática de inciertas consecuencias.

Quien parece haber caído en la marmita de colacao, la pócima entusiasmante que liberó por un instante a Rajoy, es el líder de de los círculos, Pablo Iglesias.
Mi madre que en esto de la política tiene un olfato de prescriptora  de primer nivel, tiene claramente identificada la alternativa que encabezan Iglesias, Monedero y Errejón. Para ella, es el movimiento “Pokemos”. Mitad virtual, mitad real.

Pablo Iglesias, convertido en “Pikachu” quiso contraprogramar la realidad institucional  con un mitin alternativo. Se ausentó del pleno del Parlamento Europeo de donde cobra como eurodiputado, para teatralizar, en Madrid, su apuesta política.  Se autoproclamó, con tintes mesiánicos, aspirante a gobernar en España y retó a Rajoy, como si esto fuera referencia de pluralismo democrático,  a un debate televisivo.
La oferta de “Pokemos” empieza a ser, cada vez más,  el guión de un reality, un espectáculo plagado de retórica, de discurso, de puesta en escena. Un juego de rol. Y poco más.

Teniendo todo el viento a favor, a todos sus adversarios hechos fosfatina por conflictos internos desintegradores, uno va teniendo la impresión de que “Podemos” está desaprovechando la oportunidad de presentarse como una verdadera opción de cambio incapaz de proponer medidas, iniciativas,  reformas que encaucen el viento general de insatisfacción que les ha impulsado hasta ser colocado en las encuestas como la formación deseada para gobernar por una mayoría de españoles.

Pero una cosa son las encuestas y otra muy distinta los votos. Pablo Iglesias compareció en el ateneo madrileño borracho de éxito. Y cometió, a otro nivel, el mismo error que Mariano Rajoy en el estrado de la Carrera de San Jerónimo; la soberbia. Sus arengas ya no pellizcan. Sobresaltan  e incomodan. Es como el Aznar de aquella época del “váyase señor González”.  Una notoriedad  en la que ciudadanía pierde protagonismo en beneficio del superhéroe que dirigiéndose a la masa dice; “tranquilos que aquí estoy yo”.  Subirse a una ola de indignación es relativamente fácil. Apaciguar sus expectativas con propuestas es otra cosa.

Bien lo sabe Alexis Tsipras, el primer ministro griego que recientemente se  hizo con una mayoría suficiente de escaños para gobernar aupado por un hartazgo ciudadano a la política tradicional. Una política  que ha dejado al país en la bancarrota absoluta –debe cerca de 342.000 millones de euros-, con el 27% de paro, con cuatro de cada diez habitantes en situación de exclusión social o pobreza. Pero también una política que mintió reiteradamente sobre su déficit, que hizo funcionarios a casi el 10% de la población,  que más gasto militar destinó en el conjunto de la UE –el 4% del PIB-, que mayor fraude y elusión fiscal  generó con una economía sumergida galopante (sólo 5.000 griegos declaraban a Hacienda ingresos anuales superiores a los 100.000 euros).

Un país golpeado en su bienestar y en su orgullo. Que fue rescatado hasta en dos ocasiones  por los estados de la eurozona (164.000 millones de euros) pero que pese a las inyecciones financieras externas ha sido incapaz de reaccionar (seis años consecutivos de recesión) puesto que se ve obligado a dedicar el 50% de los fondos recibidos a pagar intereses y devolver créditos.

Tsipras protagonizó la quimera de romper con el yugo de la exigencia externa en atención a una demanda interna  deseosa de alivio de sus penurias.  Pero su utopía autárquica ha durado bien poco. Apenas un mes. El tiempo justo de negociar y acordar una prórroga  del actual rescate en cuatro meses a cambio de que Grecia presente un  plan de reformas en materias tales como la política fiscal, la estabilidad financiera, el impulso económico y la atención a la crisis humanitaria.    

Este denominado “giro al realismo”, súbito e intenso, ha contrariado a buena parte del electorado de Syriza. Pero, a tenor de la tragedia que se cernía sobre la sociedad helena, resultaba ineludible.  Junto a Tsipras, Yanis Varufakis, ministro de finanzas griego, ha copilotado  el aterrizaje a la realidad. Más troikero que trostkista, desenfadado galán de misura Armani, Yanis Varufakis, hoy flamante ministro de Finanzas griego, es un experto en teoría de juegos. Una rama de las matemáticas de gran aplicación en muchos campos, que van desde la economía y la gestión empresarial hasta la biología o la psicología. Y que tiene que ver con lo que hay que hacer para tomar la decisión más favorable, teniendo en cuenta al resto de individuos que intervienen en el proceso. Dicho de otra manera: ayuda a analizar lo que hay que hacer teniendo en cuenta lo que se supone que harán los demás. Pragmatismo en estado puro.

"A partir de hoy empezamos a ser coautores de nuestro destino, coautores de las reformas que queremos aplicar, que vamos a dictar", ha dicho Varufakis en rueda de prensa al término del Eurogrupo, en la que ha asegurado que en el futuro los ajustes ya no vendrán impuestos desde el exterior.
“Algunas veces, como Ulises, necesitas atarte al mástil para llegar donde quieres y evitar a las sirenas", ha alegado el ministro heleno.

En Euskadi, ni Rajoy con su inmovilismo, ni Iglesias con sus ensoñaciones, resolverán nuestros problemas. También aquí deberemos ser coautores de nuestro destino. Conduciendo la nave, con realismo práctico. Atados al mástil o sorteando a Polifemo. Con el rumbo firme y la capacidad de movernos con agilidad y destreza  para arribar al destino. A nuestra Ítaca particular. Gu, gurera.


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