Hasta Lenin ha decidido moverse. Su cuerpo embalsamado ha resuelto
abandonar por un periodo el mausoleo de la Plaza Roja moscovita
donde descansaba. Tanto tiempo de
inmovilidad postrada hacía conveniente
que el camarada Vladimir Ilich se ventilara un poco. Noventa años después de
representar una reliquia para los bolcheviques bien se merecía unos baños.
Baños reparadores de glicerol y acetato de potasio para devolverle la
elasticidad a su piel.
La momia de Lenin solamente había abandonado su aposento
mortuorio junto al Kremlin durante la segunda guerra mundial. Incluso viajó. En
un tren especial denominado “Objetivo 1” . Se trasladó hasta la gélida Siberia
donde un destacamento especializado le custodió durante cuatro años.
Luego, volvió a su morada. Sólo en un principio. Más tarde,
acompañado por José Stalin. Personajes de fuerte carácter. No congeniaron demasiado, y el bigotudo
georgiano fue apartado de su lado.
Desplazado, como él ordenó para millones de represaliados. Pero, en su caso, a tan
solo a unos centenares de metros. A un nuevo monumento funerario.
Si hasta Lenin se movía, ¿cómo no iba a hacerlo Mariano
Rajoy?. Entumecido de tanta quietud, alguien pensó que para animarle en el
debate de política general que se
desarrollaría en el Congreso de los Diputados, lo mejor era darle una dieta
reconstituyente. Pero se les fue la mano. Y el cuenco de
colacao del desayuno vigorizó en exceso al impasible presidente. Su primer
discurso sirvió para reconocerse fuerte. Estábamos mal pero ahora estamos
mejor. Y mañana, mucho mejor. Todo
gracias a su acierto y a su constancia
inquebrantable por entender que los problemas, como vienen se van.
Y, en ese juego por pintar un país maravilloso, Rajoy se vino arriba. Desairado por las
críticas, se vio capaz de repartir
mandobles. Aquí y allá. A los “patéticos” que estaban, a los que espetó que no
volvieran, y a los fantasmas ausentes, tildados de “ventoleras ideológicas” que
nos llevarán a la “ruina más descarnada”.
Tan insolente y atrevido estuvo en su primera sesión, que en
la siguiente, cuando un vasco, con orden y concierto, le cantó las cuarenta, ya
estaba agotado. Las agujetas de los excesos verbales habían acabado con su
furor. Los vascos ni habían estado ni estaban en su agenda. Así que, de vuelta
al sesteo. Al diván y a la abulia. Que las
dificultades sigan resolviéndose por
azar del destino.
El presidente español volvió a dejar en evidencia que Euskadi no es para él una cuestión de
Estado. No lo es tampoco la consolidación de la paz y la convivencia. Ni Catalunya.
Aunque ahí tuvo la poca ocurrencia de
volver a decir “no”, “no” y otra vez “no”.
No sé lo que durará el letargo de Mariano Rajoy ni si
su tancredismo cautivará nuevamente al
electorado español. Todo indica a que el próximo año, por estas fechas, el
escenario de mayoría absoluta que ahora da pie a esta prepotencia indisimulada
habrá dejado de existir. Que, con nuevos protagonistas esperados o sorpresivos,
el bipartidismo habrá acabado un ciclo, abriéndose de par en par una nueva
transición democrática de inciertas consecuencias.
Quien parece haber caído en la marmita de colacao, la pócima
entusiasmante que liberó por un instante a Rajoy, es el líder de de los
círculos, Pablo Iglesias.
Mi madre que en esto de la política tiene un olfato de prescriptora
de primer nivel, tiene claramente
identificada la alternativa que encabezan Iglesias, Monedero y Errejón. Para
ella, es el movimiento “Pokemos”. Mitad virtual, mitad real.
Pablo Iglesias, convertido en “Pikachu” quiso
contraprogramar la realidad institucional
con un mitin alternativo. Se ausentó del pleno del Parlamento Europeo de
donde cobra como eurodiputado, para teatralizar, en Madrid, su apuesta
política. Se autoproclamó, con tintes
mesiánicos, aspirante a gobernar en España y retó a Rajoy, como si esto fuera
referencia de pluralismo democrático, a
un debate televisivo.
La oferta de “Pokemos” empieza a ser, cada vez más, el guión de un reality, un espectáculo
plagado de retórica, de discurso, de puesta en escena. Un juego de rol. Y poco
más.
Teniendo todo el viento a favor, a todos sus adversarios
hechos fosfatina por conflictos internos desintegradores, uno va teniendo la
impresión de que “Podemos” está desaprovechando la oportunidad de presentarse
como una verdadera opción de cambio incapaz de proponer medidas,
iniciativas, reformas que encaucen el viento
general de insatisfacción que les ha impulsado hasta ser colocado en las
encuestas como la formación deseada para gobernar por una mayoría de españoles.
Pero una cosa son las encuestas y otra muy distinta los
votos. Pablo Iglesias compareció en el ateneo madrileño borracho de éxito. Y
cometió, a otro nivel, el mismo error que Mariano Rajoy en el estrado de la
Carrera de San Jerónimo; la
soberbia. Sus arengas ya no pellizcan. Sobresaltan e incomodan. Es como el Aznar de aquella
época del “váyase señor González”. Una
notoriedad en la que ciudadanía pierde
protagonismo en beneficio del superhéroe que dirigiéndose a la masa dice;
“tranquilos que aquí estoy yo”. Subirse
a una ola de indignación es relativamente fácil. Apaciguar sus expectativas con
propuestas es otra cosa.
Bien lo sabe Alexis Tsipras, el primer ministro griego que
recientemente se hizo con una mayoría
suficiente de escaños para gobernar aupado por un hartazgo ciudadano a la
política tradicional. Una política que
ha dejado al país en la bancarrota absoluta –debe cerca de 342.000 millones de
euros-, con el 27% de paro, con cuatro de cada diez habitantes en situación de
exclusión social o pobreza. Pero también una política que mintió reiteradamente
sobre su déficit, que hizo funcionarios a casi el 10% de la población, que más gasto militar destinó en el conjunto
de la UE –el 4% del PIB-, que mayor fraude y elusión fiscal generó con una economía sumergida galopante
(sólo 5.000 griegos declaraban a Hacienda ingresos anuales superiores a los
100.000 euros).
Un país golpeado en su bienestar y en su orgullo. Que fue
rescatado hasta en dos ocasiones por los
estados de la eurozona (164.000 millones de euros) pero que pese a las
inyecciones financieras externas ha sido incapaz de reaccionar (seis años
consecutivos de recesión) puesto que se ve obligado a dedicar el 50% de los
fondos recibidos a pagar intereses y devolver créditos.
Tsipras protagonizó la quimera de romper con el yugo de la
exigencia externa en atención a una demanda interna deseosa de alivio de sus penurias. Pero su utopía autárquica ha durado bien
poco. Apenas un mes. El tiempo justo de negociar y acordar una prórroga del actual rescate en cuatro meses a cambio
de que Grecia presente un plan de
reformas en materias tales como la política fiscal, la estabilidad financiera,
el impulso económico y la atención a la crisis humanitaria.
Este denominado
“giro al realismo”, súbito e intenso, ha contrariado a buena parte del
electorado de Syriza. Pero, a tenor de la tragedia que se cernía sobre la
sociedad helena, resultaba ineludible. Junto a Tsipras, Yanis Varufakis, ministro de
finanzas griego, ha copilotado el
aterrizaje a la
realidad. Más troikero que trostkista, desenfadado
galán de misura Armani, Yanis Varufakis, hoy flamante ministro de
Finanzas griego, es un experto en teoría de juegos. Una rama de las matemáticas
de gran aplicación en muchos campos, que van desde la economía y la gestión
empresarial hasta la biología o la psicología. Y que tiene que ver con lo que hay
que hacer para tomar la decisión más favorable, teniendo en cuenta al resto de
individuos que intervienen en el proceso. Dicho de otra manera: ayuda a
analizar lo que hay que hacer teniendo en cuenta lo que se supone que harán los
demás. Pragmatismo en estado puro.
"A
partir de hoy empezamos a ser coautores de nuestro destino, coautores de las
reformas que queremos aplicar, que vamos a dictar", ha dicho Varufakis en rueda de prensa
al término del Eurogrupo, en la que ha asegurado que en el futuro los ajustes
ya no vendrán impuestos desde el exterior.
“Algunas
veces, como Ulises, necesitas atarte al mástil para llegar donde quieres y
evitar a las sirenas", ha
alegado el ministro heleno.
En Euskadi, ni Rajoy con su inmovilismo, ni Iglesias con sus
ensoñaciones, resolverán nuestros problemas. También aquí deberemos ser
coautores de nuestro destino. Conduciendo la nave, con realismo práctico.
Atados al mástil o sorteando a Polifemo. Con el rumbo firme y la capacidad de
movernos con agilidad y destreza para
arribar al destino. A nuestra Ítaca particular. Gu, gurera.
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