viernes, 5 de febrero de 2016

LA “CASTA” Y EL PERRO “TOMAKI”

Un compañero comentaba el otro día que en este país los artificios son escasos. Debe ser nuestra impronta: siempre que se pueda, llamar a la cosas por su nombre. Sin alardes ni aspavientos. Eso no significa que, para caracterizar a lo vasco, no existan topicazos que desenfoquen o caricaturicen lo que puede entenderse como "perfil medio". Todo en la vida tiene un punto de sentido común y un extrarradio de esperpento. Nada es genuinamente simple ni los comportamientos son uniformes. 

Dicho esto, mantengo la apreciación de que en el proceder de  esa especie humana  que podemos identificar como “vasca”, existen maneras, usos, que parecen comunes. Y entre ellos el de no andarse por las ramas. Tal es el caso – proseguía en su argumento mi amigo- que si tú a un vasco le regalas un perro  acertarás en un altísimo porcentaje  el nombre que éste  determinará para el can. El perro se llamará “lagun”.

No lo había pensado nunca pero mi amigo tenía razón. “Lagun” es el nombre más común que aquí identifica a un perro. Será por aquello  que se dice de ser el animal que representa al mejor amigo del hombre.  Pero no siempre es así.
Yo  conozco a un tipo,  que se tenía por “vasco” genuino que no bautizó como “lagun” a su perro.  En los tiempos del picor, cuando lo moderno pasaba por ser  revolucionario,  y cuanto más rojo mejor, aquel individuo, arquetipo de de una tribu de ropajes negros y que vivía en asamblea permanente en torno a la facultad de periodismo, apareció un día en el campus universitario acompañado por un perro. Un can feo  y multirracial como su dueño. “Me lo he encontrado en la calle y enseguida me ha adoptado” – explicaba  a quien le pudiera oír aquel aborigen disfrazado de trotskismo punk- .

.-Es un perro euskaldun –sentenció-. Solo obedece si le hablas en euskera.
.- Otro “lagun” , pensé yo. Pero no acerté ni por asomo.
.- Le he llamado “Tomaki”.
.- “Tomaki”?
.- Sí, verás cómo responde en cuanto le llamo por su nombre. Tomaki! Tomaki! (“toma aquí”, fórmula habitual de citar a los cánidos).
El chucho, con trazas de tener más hambre que su congénere el del volatinero, dejó de rascarse y se acercó a la mano de su socio interpelante.
“Tomaki” pululó durante un tiempo junto a su mentor por los alrededores del campus de Leioa. Hasta un día que desapareció. Aquella atmósfera viciada de humos cannábicos  y revoluciones pendientes no estaba hecha para él.

En aquel tiempo, todos éramos más jóvenes. El activismo se llevaba hasta en la indumentaria. La “vanguardia” intelectual  en la que convivía una ensalada de siglas imposible de reproducir hoy dominaba el escenario. Y quienes como yo acudíamos esporádicamente pertrechados con un kaiku éramos blanco de críticas  aceradas. Los “burgueses” del PNV. Los del “enchufe” del batzoki, ocuparíamos, por simple clientelismo,  los puestos de la futura televisión vasca, aún no desarrollada. Inundaron la universidad con carteles de denuncia. Nuestras fotos aparecían  colgadas en fotocopias por doquier. Y todo, por llevar un kaiku, una  prenda que mi propia madre había cosido  al ser  funcional y barata, acorde con la economía  de subsistencia familiar. La economía de una “burguesía”  de familia numerosa, de vivienda de 65 metros cuadrados,  ingresos modestos sustentados por la actividad de un autónomo de la época –sin bajas posibles por enfermedad, sin vacaciones...- . Vamos, la “opulencia” de una “casta” que heredaba vestimenta de vástago a vástago según crecía uno y la percha  servía para el siguiente.
El kaiku, para aquellos salvapatrias de insurrección fabulada, era símbolo de la opresión peneuvista. Los mencheviques  culposos de su revolución pendiente.

Si a “Tomaki” le perdí la pista pronto, a su dueño tardé un poco más. Fue uno de los escasos que no se emplantilló en los medios públicos de comunicación de nueva creación –EITB-. El resto de quienes nos acusaban con el dedo y hablaban de “telebatzoki”  entraron en la casa. Y ahí siguen.

Me dijeron que el dueño temporal de “Tomaki”, continuó con su aventura  particular. En su madurez se estableció en un núcleo rural. Como baserritarra anti globalización. Respondiendo a la llamada de la tierra. Un urbanita en la Euskadi profunda peleando contra los transgénicos, el capitalismo salvaje, los herbicidas y las líneas eléctricas de alta tensión. Entró en el “sector primario” como elefante en una cacharrería revolucionando la quietud  y la vida tradicional de nekazaris  y caseros. Tuvo líos con los vecinos, y con el ayuntamiento. El eterno conflicto entre quienes se tienen por “inteligentes” y a quienes consideran jebos. Capitalinos que se creen José Bové  y desprecian  la sabiduría innata de los primarios baserritarras.

Terminó mal. Se sabía la teoría; “la tierra para el que la trabaja”. Pero en la práctica, trabajarla, no estuvo aplicado. Desapareció dejando tras de sí un reguero de pufos y de deudas. Ya se sabe, el sueño bucólico de “ama lurra” pierde su encanto  cuando las jornadas  de labor comienzan al amanecer y terminan en la oscuridad. Día tras día. Sin solución de continuidad.

Nada sabía de él. Hasta el otro día. Me costó reconocerle. Pero, sin duda era la misma persona de “Tomaki”.  Portaba gafapastas, barba larga y desaliñada  y el pelo  corto con un mechón a modo de “choronguito” en el centro de la cabeza. Simulaba a un hipster, esa tendencia  tan en boga en nuestros días que pretende un estilo de vida alternativo.

Arropado  por un número indeterminado de compañeros, el reconocido personaje  se desgañitaba repitiendo el grito de “sí se puede, sí se puede” al tiempo que  un portavoz   declaraba a un corrillo de periodistas que tras el éxito de las pasadas elecciones generales, su objetivo inmediato era desbancar al PNV de las instituciones vascas, “echar a la casta vasca del Gobierno de Vitoria”.

Cualquiera puede entender que la vocación de un partido político sea la de ganar las elecciones y con ello tener la posibilidad de gobernar. Gobernar para cambiar las cosas, para plantear soluciones distintas.  Pero es la primera vez  que escucho de un partido político que su objetivo es echar al adversario, impedir que continúe al frente de las instituciones.  Destruir frente a construir.  Extraño empeño democrático.

El éxito  en Euskadi de “Podemos” en los últimos comicios generales certifica que hay un especio político intermedio en la política vasca que tendrá un indudable protagonismo en el espacio autonómico. Pero una cosa es que nadie dude de que el partido de los círculos esté representado en el próximo Parlamento Vasco y otra cosa muy distinta que  el brillante resultado de ayer tenga correspondencia mimética mañana.

El “adanismo” político de quienes creen que todo en esta vida empezó con su llegada a escena puede obnubilar a quienes  han emergido con fuerza y se sienten impulsados al estrellato. . Los votos no tienen más dueños que el propio electorado. Hombres y mujeres cuya voluntad es exclusiva y cambiante. Si los “nuevos” agentes políticos no son capaces de entender este principio, si su soberbia les puede más que la humildad de reconocer la simpleza del libre albedrío de las personas y sus ideas, de la misma forma que emergieron serán sumergidos. Porque quienes les apoyaron en un momento, en otro dejarán de hacerlo. Así de simple.

La política no es una ciencia exacta ni  el fruto de un laboratorio de pruebas. Tampoco, por fortuna,  un casting en el que competir en simpatía y buena imagen. Hemos visto ya tendencias que aupadas por el populismo o por la utilización del agravio o la indignación han protagonizado minutos de gloria  de los que ya nadie se acuerda.

“Podemos” hace mal en despreciar al nacionalismo gobernante en Euskadi durante décadas.  Se equivoca al equipararlo a la “casta”  despreciable instalada en la acción política. No en vano Euskadi es  único marco  referenciado de nuestro entorno donde una fuerza política – el PNV-  ha mantenido su apoyo social  elección tras elección sin que el desgaste de su gestión le haya pasado una factura que haya depreciado su consistencia.

La clave de esa firmeza en su base social y electoral es que el PNV está representado por gente corriente. Por voluntarios de la acción pública cuya motivación básica es el compromiso con este país. Gente que no sabe de artificios ni dobleces. Gente que sólo se disfraza en carnaval y que cuando tiene un perro le llamará,  probablemente,  “lagun”.


“Casta” son los supervivientes  que se alimentaron con el libro rojo de Mao, crecieron con el Che,  se reinventaron con Chaves  y maduraron en Porto Alegre. “Casta” que ahora da lecciones.  “Toma aquí!”.

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