Cuando era un chaval veía las cosas con ojos de joven. Creía
que el universo era distinto. Y no, lo que era diferente era mi percepción.
Cuando era adolescente me preguntaba cómo sería cuando
llegara el año 2000. Aquel guarismo resultaba una frontera mítica. Me
cuestionaba si llegaría al cambio de
milenio. Si un cataclismo destruiría el planeta o los extraterrestres nos colonizarían como subespecie a modo de
reserva alimenticia.
Mis preocupaciones eran otras. Quien llevaría el balón para
jugar en la carretera.
Si estaríamos suficientes para echar un partidito a 20 goles
o si, por el contrario tendríamos que
jugar a “gol portero”. Eran temas trascendentes. Vitales. No como ahora que nos distrae la
gobernabilidad del país u otras zarandajas similares.
Las personas adultas me parecían viejos y viejas. Aunque mi
madre dijera que “viejos son los trapos”, no la gente. Viejos , sí,
porque su vida me parecía aburrida, llena de tópicos y de labores poco divertidas. Como el ir a trabajar, lavar la ropa, planchar o hacer la comida. Estudiar
también era un rollo que no servía para nada. Bueno, para que me
castigaran si las notas no eran
buenas. Por eso me bastaba con superar
el trámite y evitar la bronca de rigor. Pensaba que el estado natural de la
humanidad era la vagancia.
Y las inquietudes que me
sacaban de ella eran los amigos, el juego, la calle, la despreocupación.
Pasada la niñez, el contraste con el mundo de “los viejos”
devino en rebeldía. En el cuestionamiento de todo y de todos. Había que
diferenciarse como fuera. “Progres” frente a “carcas”. Contestatarios contra
sumisos. Melenudos, barbudos, despendolados, sátiros e irreverentes como
alternativa de una generación tenida por rutinaria y viejuna.
Había que vivir. De día, y también de noche. No fuera a ser
que el milenio nos atrapara dormidos o
que un ovni nos abdujera en un descuido.
La diferencia generacional nos seguía pareciendo abismal. En
mi subconsciente de hoy recuerdo que veía a los dirigentes de mi partido como
venerables viejecitos. Algunos lo eran. Más por el maltrato físico que
soportaron en vida que por pura edad biológica.
Habían estado curtidos por un calendario extremo y su aspecto era el
reflejo de la crudeza del invierno padecido por el franquismo. Era como si la dictadura les hubiera
consumido días y años enteros.
Visionando en jornadas pasadas las fotos de la asamblea de
Iruña que el PNV celebró el año 77 recobré esa sensación. Las instantáneas eran
en blanco y negro. Y hasta la indumentaria de aquel tiempo acompañaba la
percepción de que aquella era una generación anciana. Qué equivocado estaba.
.- ¿Sabes que edad tenía Luis Mari Retolaza en esa foto? –me preguntó un compañero de fatigas- .
Quizá por el respeto que su imagen desprendía, siempre me
pareció que Retolaza era una persona mayor.
¿Cuantos años tenía entonces?.
.- Cincuenta y tres.
Me quedé petrificado.
Luis Mari Retolaza estuvo en Iruña –año 77- siendo casi dos años más
joven que yo mismo al día de hoy.
Revisé una vez más el álbum conmemorativo y fui poniendo
fechas a quienes allí aparecían. . Mi edad actual superaba a muchos de quienes
identifiqué en su día como “viejos”. Hasta el ex secretario de “Podemos
Euskadi”, Roberto Uriarte, aparecía
hecho un imberbe, en un encuadre de militantes jeltzales bermeanos
soportando una ikurriña. ¡Ay las hemerotecas!, ¡cuan puñeteras resultan en
ocasiones!.
Los jóvenes de ayer éramos
viejos hoy casi sin quererlo, sin percibirlo, porque en lo más íntimo de
cada cual, todos nos creemos, al menos en mi caso, que seguimos siendo los
mismos que hace un tiempo llevábamos pantalones cortos. Melancolía de uno
mismo.
Descubrir esto, que quienes estuvimos el pasado fin de
semana en Iruña tenemos más edad que quienes lo hicieron hace 40 años, me
produjo una cierta desazón. “Tempus fugit”, y a qué velocidad.
Lo “antiguo” y lo “moderno” chocan siempre con la realidad. También
para quienes se identifican con una
forma renovada de hacer política frente a la despreciada “casta” de la “vieja” cosa pública.
Nadie niega que en la acción política, como en cualquier
otra actividad humana, haya habido comportamientos poco edificantes o que en la
disputa ideológica y partidaria se produzcan artificios para nada estimulantes. Pero cuando a algunos se les llena la boca de términos
como “transparencia” o “participación”,
cuando se advierte de que hay que acabar cono las “puertas giratorias” y otras
soflamas similares habrá que fijarse, más que en el léxico empleado, en los
comportamientos de quienes los pronuncian.
Porque una cosa sigue siendo predicar y otra, muy distinta,
dar trigo. Cuando se invoca a la defensa del bien común y se ponen de por medio sillones ministrables,
cuando se habla de diálogo y lo que se hace es exigir ámbitos de poder
material, cuando se reclama humildad
desde una actitud de soberbia la
política que se exhibe no es nueva sino vieja-viejuna.
Cuando se presume de pureza democrática y las decisiones se
toman desde la centralidad en una
conjugación permanente del “yo-mi-me-conmigo”, se hace un ejercicio rancio y
trasnochado de lo que debe ser la pluralidad participativa.
Cuando se pretende que los representantes públicos deban
alejarse de su actividad profesional una vez finalizada su etapa
representativa y se contempla la excepción
de esta norma para los docentes (es decir para uno mismo), lo que se
pretende no es una regeneración de la política sino una profesionalización de
la misma ya que sólo quienes tengan patrimonio suficiente o quieran convertir
su acción en actividad laboral podrán dedicarse a estos menesteres.
¿Cómo entender la
exigencia de transparencia para los demás cuando un candidato propio –con
notable patrimonio según su propia declaración- omite de su biografía haber
sido dirigente de una organización falangista –la OJE- en los últimos años del
franquismo?.
¿Cómo se compadece presentarse ante el escaparate público
como modelo de renovación, y a las
primeras de cambio verse envueltos en pugnas judiciales por espionaje interno o por discriminación y
coacciones a una candidata por parte de la dirección del partido?.
Los partidos “emergentes” han aprovechado la indignación de
una parte de la ciudadanía para presentarse ante la sociedad como alternativas virginales de un adanismo
político que, en cierta medida, les ha recompensado con un notable éxito
electoral. Presumían de ser “nuevos” en esto de la cosa pública, pero cada día
que pasa sus comportamientos nos
demuestras que, como los demás, están
hechos de carne y hueso. Que lo nuevo no es tan reciente y que quizá lo antiguo
no fue tan desacertado como públicamente
algunos denuncian.
Las encuestas publicadas recientemente presentan una foto fija
en la que “Podemos” mantiene buena parte del apoyo cosechado en las pasadas elecciones generales
en Euskadi. Su pasado éxito pudo sorprender a propios y extraños pero reflejó
la simpatía de una importante porción
del electorado vasco que ansiaba la posibilidad de un cambio político en el
Estado. Fue un voto reactivo y
emocional. Una simpatía que todavía, a
tenor del estudio sociológico presentado, mantiene viveza y respaldo en el conjunto de la Comunidad Autónoma
Vasca. Pero quien crea
que la voluntad de la ciudadanía se mantiene inmutable se volverá a equivocar.
En la medida que el electorado vasco conozca a la representación de los
“círculos”, que contraste sus
planteamientos de proximidad y les
someta a un examen de coherencia y responsabilidad, estará en condiciones de
evaluarles en una nueva elección directa
de ámbito territorial propio.
Eso no significa que crea que vayan a ganar o perder
espacio. Simplemente que el contexto variará y que las condiciones para
determinar si la gente les brinda su
confianza o no –como a todos los demás-
será diferente. Veremos entonces si los
nuevos-viejos soportan la prueba del algodón.
Hoy por hoy no me atrevo a hacer un vaticinio al respecto.
Pero estoy seguro que nada será igual a lo conocido hace unos meses. Los
“emergentes” vascos parten con un crédito relevante. Su anonimato en Euskadi
les ha permitido hasta ahora vivir de la popularidad de su clase dirigente
madrileña. Su éxito comunicativo y mediático dirigente ha eclipsado las fortalezas y debilidades de
una organización que en este país resulta ignota. Hasta el punto de ocultar que
en su seno había “flechas y pelayos” enmascarados que han terminado como
electos. Pero el tiempo del velo se
acabó. Les toca emerger aquí. Y dar la cara. Solo así sabremos si su novedad es fresca o
enlatada. Y si tiene fecha de caducidad.
Por sus hechos les conoceréis que decían las escrituras.
Muy bueno Koldo. Me siento un viejo de 50,en lo que a política se refiere, pero tengo claro que no hemos estado mas cerca de los vaticinios que nunca. Siempre pensamos, yo y algunos alderdikides de mi generación, que la izquierda abertzale era caldo de cultivo de movimientos alternativos. Esta el joven y no tan joven vasco preparado para votar a otra fuerza estatal?.
ResponderEliminarTengo mis dudas. Creo que el voto emitido en las generales no a satisfecho la necesidad de cambio. Por ello creo que la oveja volverá al redil. Nunca una fuerza estatal en el total del ardor patrio, defenderá los derechos propios como alguien de aquí. Srs. el tema no es distinto al GORA EUSKADI ASKATUTA de Guerra o Felipe. A otro perro con ese Hueso.