Hoy puede resultar un tanto insólito, pero cuando era
chaval, cualquier mozo del lugar aspiraba a tener una bicicleta y una
“chimbera”. Sí, una carabina de aire comprimido que cargada de balines de plomo
se utilizaba, bien para afinar la puntería o para abatir pajaritos. Pajaritos
que luego nos comíamos.
Algún “pureta” de hoy me considerará un “bárbaro”. Tanto por
lo de la “chimbera” como por lo de comer las aves sacrificadas. Y no, en mi juventud no tuve
una educación de adoración a las armas (no eramos ni “escopeteros”), ni en mi
entorno se pasaba hambre. Eran otros tiempos e intentar juzgarlos con las gafas
de hoy en día desenfoca las circunstancias y malinterpreta las conductas.
Se llamaba “chimbera” porque, según decían, servían para
disparar a los “chimbos”, pero en mi vida pude diferenciar un pájaro así. Mis
objetivos eran tordos y, fundamentalmente, gorriones. El número de presas siempre era limitada. Los
pájaros no eran tontos y a la mínima huían. Y mi destreza tampoco ayudaba. En
las casetas de feria podía dejar toda la paga sin atinar un disparo aunque yo
achacaba aquella falta de puntería a que las escopetas estaban “trucadas”.
La “chimbera” era
especie de excusa para vagar por el campo, para pasar el rato
entretenidos. Y si el azar se cruzaba en forma de pájaro…Luego tocaba
desplumarlos para que Mari Tere los pasara por la sartén con unos ajitos y un
poco de vino blanco. Bien turraditos era –ese recuerdo tengo- un apetitoso
bocado. El tiempo de la carabina se acabó un día en el que una vieja me acusó
de haberle matado unas gallinas, hecho que siempre negué por incierto. Pero la
bronca y el infundio acabaron por “jubilar” mis inquietudes depredadoras. Ya
por entonces existían las “fake news” aunque las denomináramos trolas (como la
de las gallinas muertas). Incluso había quienes, alimentados por rumores
afirmaban que con las escopetas de perdigones se había “esquilmado” la
población de gorriones. La ignorancia siempre genera atrevimiento.
Donde de verdad hicieron desaparecer a estos pájaros fue en
la China comunista del timonel Mao. En
1958, el gobierno de Mao Zedong declaró a ratones, moscas, mosquitos y
gorriones enemigos del país.
La revolución, dentro de planificación denominada “el gran
salto adelante” se propuso transformar la sociedad tradicional china en una
potencia mundial superproductiva.
El “salto” diseñado por los burócratas del partido comunista
chino estableció que si eliminaban a los animales que se alimentaban de grano
el nivel de las cosechas de cereal se incrementaría notablemente.
Dicho y hecho. Allí no les temblaba el pulso a la hora de
acometer los dictados revolucionarios. Los roedores, los bichos más resistentes
del planeta sobrevivieron. Pero los pájaros pagaron la factura de una política
ciega. Se envenenaron comederos, se
destrozaron nidos, se rompieron huevos y se perseguía a los gorriones haciendo ruidos con ollas y sartenes hasta
que, aterrorizadas, las aves morían de
puro cansancio.
La campaña, seguida rigurosamente por mayores y niños, fue
un éxito total. Los gorriones chinos fueron prácticamente extinguidos y,
casualmente las cosechas se incrementaron de una manera considerable en un
primer momento. Pero lo que no contemplaron los comunistas maoístas es que los
gorriones comían, en la práctica, más insectos que grano. Científicos occidentales
les habían advertido de las posibles
consecuencias que su política de aniquilamiento podría tener pero el dogmatismo
maoísta no tuvo en cuenta las advertencias, que fueron tenidas como “propaganda
imperialista”. Ante ésta, el régimen contestó que "el hombre debe derrotar a la naturaleza" y los
gorriones, esos “enemigos de la revolución” fueron borrados de vasto territorio
maoísta..
Pero, sin
gorriones, llegaron las langostas. Las plagas de insectos que siguieron
al exterminio de las aves acabaron con las plantaciones y la ausencia de grano,
en una sociedad todavía eminentemente agrícola provocó una gran hambruna como
consecuencia de la cual entre los años 1959 y 1961 murieron en China cerca de
treinta millones de personas.
El desastre fue tal que Mao, lejos de hacer autocrítica
ordenó “olvidarse” de los pájaros. Simultáneamente, el gobierno soviético de
Nikita Kruschov, aliado de China, salió en ayuda de su camarada del sur,
enviando a Pekín, a modo de exportación comercial, un cargamento de miles de
aves que llegaron en secreto para evitar
el descrédito del régimen y de su estatus dirigente.
Al día de hoy, y a pesar de las protecciones oficiales hacia
esta especie de pájaros, la colonia de gorriones no se ha terminado de
recuperar en el país asiático.
La experiencia demuestra que los dogmas, por muy oficiales
que sean, siempre chocan con la realidad y las ideas supuestamente simples, si
no tienen en cuenta la naturaleza de las cosas, fracasarán con resultados imprevisibles.
Pedro Sánchez debió pensar, viendo la situación de debilidad
en la que se encontraba Unidas Podemos, aquello de “ave que vuela, a la
cazuela”. Su primer intento de “investidura” fue eso, un pretexto indisimulado
por medrar a costa de la delicada situación y del panorama al que se enfrentaba
Pablo Iglesias.
En algún momento, he hablado de la necesidad de aplicar el
mutualismo a la política; la simbiosis y la reciprocidad de compromisos
compartidos. Sin embargo tales conceptos no parecen prosperar en la política
española. La evidencia demuestra que impera más la colaboración a “garrotazos”,
el canibalismo o el parasitismo. Y ni los sonoros fracasos obtenidos en el
pasado inmediato parecen hacer recapacitar a quienes tienen la responsabilidad
de enderezar el rumbo de la gobernabilidad del Estado. Sánchez, como Mao con el
fiasco de los gorriones, parece haber optado por “olvidarse” de su apuesta. Y
lejos de trabajar por recomponer los puentes dinamitados, se ha lanzado a una
nueva campaña de imagen que, perdonen el
atrevimiento, no va a conducir a acuerdo alguno, salvo la disolución de las
Cortes y la celebración de elecciones anticipadas.
Sánchez y sus asesores no trabajan por la gobernabilidad.
Trabajan por ganar el “relato”. Por presentarse ante la opinión pública como
víctimas de un bloqueo y de una coyuntura en la que nadie, salvo ellos, pone el
interés general por encima de las estrategias partidistas particulares. De ahí
el diseño de una agenda repleta de encuentros con asociaciones, organismo
sociales, colectivos, etc. Tal mensaje, intuyen los socialistas puede rentarle en una vuelta a las urnas, en
detrimento de los morados de Pablo Iglesias, a quienes, sí o sí, pretenden
ahora retorcer el brazo.
Esta pretensión puede llegar a ser efectiva en una primera
derivada –como el incremento de cosechas en China- con un trasvase de voto de
“izquierdas”, pero, que se sepa, ni los colectivos sociales, ni los sindicatos,
ni las asociaciones progresistas votan en la Carrera de San Jerónimo. Además,
si los “vasos comunicantes” electorales se prodigaran a su favor no lo harían
con un resultado tan contundente a favor como para posibilitar un gobierno por
sí mismos y sentido contrario, la derecha de Casado habría tenido tiempo para
reorganizarse y asimilar en una única propuesta electoral la representación de
la extrema derecha. En resumen, un
horizonte similar al actual, un mapa necesitado de acuerdos plurales y con
solvencia programática que garantice la estabilidad de un ejecutivo sólido.
Mientras eso no les entre en la cabeza a quienes mayor
responsabilidad tienen para liderar un ejecutivo, la política española no
tendrá solución, y con ella las reformas urgentes de todo tipo que aguardan
gobierno, se enquistarán, como lo ha
hecho el caso catalán. Llegan fechas complicadas al respecto que volverán a
tensar una cuerda que, en cualquier momento puede romperse.
Es hora de pisar suelo. De caminar para avanzar y vencer el
bloqueo. Primero un pie y luego otro. Quien como los gorriones prefiera saltar,
que lo haga. Pero cuidado con los saltos, que
detrás de uno puede llegar la catástrofe.
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