sábado, 16 de noviembre de 2019

PROTESTANTE

Hoy estoy protestante. Ni adventista, ni metodista, anglicano o mormón. Protestante. A secas. Mi madre tampoco hacía distingos entre los distintos cultos religiosos. Estaba la “fe verdadera” y el resto. Fuera quien fuese, para ella eran los “protestantes”. Cuando los domingos aparecían con la biblia a cuestas y el traje y la corbata por el portal o por la puerta de casa, Mari Tere  con mucha educación y la “diplomacia”  habitual en ella  les decía; “venid los sábados, que aquí los domingos son fiesta”.  Sabía  que ellos celebraban  sus ritos de adoración los sábados, porque  al otro lado de la calle había una iglesia donde se reunían.  Les veíamos entrar y salir.  Aquel local  tenía un punto exótico.  Era como un valle junto a dos montes; el Bizkargi y el Pagasarri,  dos de los bares  tradicionales de la zona. 

Inicialmente  no se denominó así a los seguidores  de las doctrinas de Lutero. Fue más tarde  cuando se vinculó  tal apelativo a los disidentes de la ortodoxia  católica, apostólica y romana partidarios de una reforma que pretendía no abolir ni reemplazar a la iglesia, sino modificar su estructura y ciertos principios. . 

Mi estado “protestante” nada tiene que ver con la religión o con la fe.  Se trata de  mi situación emocional de ofuscación. Mi quemazón tiene origen por múltiples factores. Por un lado, sigo sin despejar  la sensación de que tanto Pedro Sánchez como Pablo Iglesias  nos han tomado el pelo. Nos han tenido seis meses  a bronca limpia. Su incompatibilidad  de caracteres nos llevó a unas elecciones  (las cuartas en cuatro años) y a la parálisis. Además, su desconsideración y  errores  vigorizaron a la extrema derecha, cuya representación  ocupa ya el tercer puesto en el ranking estatal. Su falta de coraje político unido a una estrategia errática radicalizó a Catalunya e impulsó a EH Bildu en Euskadi… Desastre tras desastre  que, al parecer han olvidado de repente para colocarnos  una escena de abrazos y peloteo.

Que en veinticuatro horas  las descalificaciones  y el caos se hayan transformado en una empalagosa escena  de colegueo me resulta poco digerible.  Dicho esto, debo constatar también que mi indignada perplejidad no significa que el pre acuerdo anunciado no me haya provocado un cierto alivio y satisfacción. Digamos que satisfacción consternada. 

Los resultados globales que dejaron las urnas el pasado domingo hacían un dibujo  de estabilidad mucho más complejo del que habíamos conocido en la corta legislatura anterior. Un enredo que, llevado al extremo –como nos habían acostumbrado hasta ahora-  nos podría haber conducido al colmo de la parálisis, a una repetición de las votaciones.  Tal hipótesis aún no está despejada  pero confiemos en que la coalición de los “picapiedra” tenga  la suficiente inteligencia  y cintura para evitarlo. Enemigos  del acuerdo los sigue habiendo. La derecha, la extrema derecha y ahora también gentes como las CUP que, sin sonrojo alguno, se ha sumado al “bloque del NO” que lidera Abascal para pedir a PNV, ERC, JxCat, EH Bildu, BNG, Compromis y ECP que veten el pacto “Sánchez-Iglesias”. Los extremos, una vez más, se tocan.  

A la sensación de haber sido estafado por los socios del “abrazo” se me ha acumulado el cabreo propio de ver como el último  diputado  que creíamos electo por Bizkaia se esfumaba  en el escrutinio de los votos CERA –Censo Electoral de Residentes Ausentes- , adjudicando , por un puñado de votos , la última plaza parlamentaria al PP en lugar de al PNV. Son las reglas del juego  y como tal debemos asumir el resultado pero eso no obsta para que en el tracto se te quede una sensación de imbécil  difícil de disimular.  Y es que  la regla D´Hont  te da y te quita. En este caso, para obtener el último diputado  los nacionalistas necesitaban  cuadriplicar  en sufragios a los populares. Es decir que por cada voto del PP hubiera cuatro del PNV.  Los jeltzales no lo consiguieron  por poco más de un centenar de papeletas. Otra vez será.  Aunque en el momento algunos  se hayan  dedicado a tocar  los genitales con las manos frías, se acepta con deportividad.  Así es la democracia.

Pero mi protesta de hoy, sucedidos electorales a un lado, tiene  su fundamento  en un tipo de reivindicación político-sindical, que empieza a salirse de quicio. Comienza a ser habitual  que convocantes de huelgas o de movilizaciones  en conflictos laborales  centren su  acción reivindicativa  en momentos y lugares estratégicos de la metrópoli.  Es habitual –y hasta comprensible-  que quienes desean  llamar la atención del conjunto de la opinión pública sobre una situación que consideran injusta, busquen en sus acciones  un cierto impacto que motive la concienciación colectiva.  De ahí que  sus acciones  generen en ciertos momentos incomodidad y molestia a mucha gente.  Pero una cosa es que el activismo reivindicativo  genere molestias  y otra bien distinta buscar el colapso , el caos  o la parálisis de la actividad  a gran escala.  

Eso ha ocurrido  últimamente en Bilbao. La estrategia no es baladí ni simbólica.  Ha acontecido  en el conflicto de las empresas del metal y, posteriormente, los sindicatos de la educación concertada han copiado la iniciativa. 

So pretexto de la libertad de expresión, la libertad de manifestación, la libertad de huelga y no sé cuantas libertades más,  los sindicatos de turno convocan una concentración-manifestación a las ocho de la mañana en las inmediaciones de uno de los accesos por carretera más importantes de la Villa.  
Al día, más de 60.000 vehículos entran y salen por este nudo de comunicaciones, pero su bloqueo  afecta directamente al nervio central  de la autovía  por donde   transitan más de 112.000.  
La reivindicación de alrededor de un centenar de personas en hora punta  ha provocado  más de doce kilómetros de retenciones  en el área metropolitana. Pérdida de horas de trabajo, de horas de estudio. De negocios, de atenciones. De conciliación. De normalidad convivencial.  El colapso  afectó  a miles de personas y  solamente se retomó la normalidad del día a día, pasadas cinco horas desde  la ocupación inicial de la calzada. 

El follón organizado ha resultado, a juicio de los patrocinadores  de la huelga, todo un éxito para su “visibilidad” por lo que el ejemplo, lejos de apagarse por el clamor de las críticas, se ha reproducido en otro tipo de conflictos.  ¿Alguien puede entender que se convoque una manifestación a las ocho de la mañana en un centro neurálgico de comunicaciones  por puro contenido laboral?  ¿Para hacer visible una situación injusta? o ¿para condicionar  el movimiento y la actividad de todos? ¿Eso es una manifestación o un sabotaje?  ¿Cómo justificar  que apenas 120 individuos, desfilando detrás de una pancarta a pedo burra, paralicen y condenen a alterar  sus quehaceres a   decenas de miles de personas convertidas en rehenes  de una estrategia  de rompe y rasga?  ¿Quién  comprende  que ante tamaño abuso no haya autoridad, judicial o de otro tipo,  que saque a los manifestantes  de las vías de interés general  y les proporcione otro itinerario, otro momento y otra oportunidad para expresar libremente su denuncia?. 

Lo mismo ha ocurrido este pasado martes con la llamada del denominado “Tsunami Democrático” a bloquear la muga de Behobia.  La solidaridad de los vascos con Catalunya se puede expresar de muchas maneras, pero nunca  alterando  la libertad de las personas y el colapso de las vías de comunicación es un acto de imposición que coarta el derecho de la gente a moverse  y a transitar por un territorio.  Así no hay solidaridad.  Así hay coacción y recorte de las libertades ajenas. Protesto.  Rechazo  cualquier acción que suponga una falta de respeto. 

Estoy harto de tanta imposición, de tanto atropello. Aún cuando se lleve a cabo por razones  objetivamente justas. La reclamación de justicia para unos no debe suponer la imposición injusta para otros.  Defiendo el derecho a la huelga. Estoy a favor del derecho de manifestación, de opinión, de expresión.  Pero mi libertad, como  dijera Sartre, termina donde empieza la de los demás. 
Menos mal, que  frente a tanto cabreo inducido  se encuentran oasis  democráticos  que nos hace reconciliar con la justicia. Y me refiero al relevante informe del abogado general de la UE, Maciej Szpunar,  quien fundamenta que Oriol Junqueras tendría derecho a la inmunidad parlamentaria de la que gozan los miembros del Parlamento Europeo. Aunque no haya recogido nunca su acta. Confiemos en que su informe, no siendo vinculante, sea tenido en cuenta por el tribunal  y Junqueras comience a disfrutar de la justicia que merece. 

Mientras tanto,  me siento protestante. Pero democráticamente. 

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