sábado, 27 de junio de 2020

LA FUERZA POR LA BOCA

Se llamaba Paulino. Era primo de aita. En aquel pueblo  de la “costa del oxígeno” era muy conocido.  Como la mayoría de los hombres trabajaba en una empresa de transformación de  madera. Pero su popularidad nada tenía que ver con sus habilidades en la serrería.  Paulino tenía un don. Y dos manos  como las zarpas de un oso. Diríamos hoy que era “quiropráctico”.  Pero en su tiempo  se le definía como “masajista”.  No era un curandero de esos  que aplican potingues o recetan ungüentos  milagrosos.  Simplemente  utilizaba sus manos para aliviar molestias y dolores musculares, posturales, etc.  En muchos pueblos había quienes explotaban esa cualidad con mayor o menor destreza.  A mi, una vez, tras una caída en bicicleta,  el masajeador del lugar, apodado “Chiripa”  me quiso “recolocar”  una muñeca. El daño que me infringió aquel hombre con su técnica me hizo ver más estrellas que todas las que pudieron ver las “muñecas de famosa”  caminito del portal de Belén. ¡Que animal aquel tío!

Pero Paulino era diferente.  Si quería, con un solo dedo aplicado donde él sabía, te hacía  desmayarte de dolor. Pero su  destreza  apenas  encontraba lamentos. Su fama era tal que  todos los días desfilaban por su casa innumerables personas  aquejadas de  insospechadas dolencias. Hasta aquel modesto domicilio serrano  acudían, por el “boca-oído” gentes de todas partes. No había cita previa. El que llegaba, esperaba  y punto.  Paulino no cobraba por su labor.  A lo sumo, admitía el aporte de “la voluntad”.

Como he dejado dicho, aquel hombre, rudo, fibroso, de frente arrugada  y cara huesuda, era pariente directo de mi padre. Y en ocasiones,  le visitábamos.  En las sesiones  con los “pacientes “ enmudecía. Fuera, con los  amigos  conversaba dicharacheramente.  Era un tipo alegre. Pródigo en dichos serranos. Y en palabrotas.  Junto a una hogaza de pan y un poco de chorizo de la orza, bien regado con una jarrilla de clarete, aquel hombre  pegado a un puro “faria”, rezumaba  alegría. Y Donato, mi padre,  se contagiaba del buen humor.  Nosotros,  niños por entonces,  participábamos  jubilosos e inocentes de aquel buen ambiente.

Paulino siempre recibía a Donato con una frase que forzaba a éste a una carcajada. A mí aquello me parecía tan ingenioso que lo archivé en mi memoria en construcción como un elemento de complicidad y de buen rollo.

Un buen día apareció de repente entre nosotros un tío, hermano de aita. Era un fraile. De los de la época. Con sotana negra, crucifijo enorme, gafas de pasta  y sonrisa profidén del régimen. Se llamaba Miguel. En verdad se llamaba así porque en la congregación religiosa a la que pertenecía se le conocía con el apelativo de “Niceto Primo”. Desconozco la razón de la  sobreidentidad  aunque siempre pensé  que aquello del seudónimo tenía un punto novelesco y de intriga. Miguel rompía un poco los cánones que tenía yo de los curas. Parecía más abierto. Jugaba al fútbol y muy bien a pala en el frontón. No rehuía una polémica  aunque su planteamiento fuera extremadamente conservador. La cuestión es que un buen día de verano llegó para pasar unas jornadas con nosotros. Y yo, que quería ser simpático, a la vez que participativo, pensé en saludarle como Paulino lo hacía con mi padre.  Así que en presencia de Donato, con un torrente de voz le hice la “reverencia” que hasta entonces había visto funcionar magníficamente.  “Hola, recornudote!!”. “¿Qué?” preguntó incrédulo el fraile. Y yo insistí con cara de simpático; “RE-COR-UN-DO-TE”. Ni que decir tiene que yo desconocía el significado de aquello. Pero cuando vi la cara de Donato hecha un poema pensé que lo había expresado erróneamente. Así que, imbécil de mí, lo repetí unas tercera vez.  Mi padre no sabía dónde meterse e intentaba excusarse con evasivas. El tío fraile reaccionó  con lo que hoy diríamos que era un “zasca”. “No te preocupes, los niños hacen y dicen lo que ven a sus mayores”. En ese momento, si Donato hubiera podido, me habría estampado pero, por fortuna,  de aquel incidente salí ileso. Aita era un hombre de paz y aunque en su fuero interno me habría triturado, aguantó el sonrojo como pudo. Pasado el trance, me pareció que el bueno de Donato rezaba por lo bajini pero no, juraba en arameo y yo debía ser la causa. El enfado quedó en una admonición; cuando los  mayores  hablaban de sus “cosas”, los jóvenes debían desaparecer ante la prevención repetida de “oír, ver y callar”.    Si hubiera sido mi madre, un cachete habría adelantado la advertencia.

Ya me costó entender por qué lo que entre Paulino y mi padre funcionaba, no tuvo  complicidad alguna entre mi aita y su hermano fraile.  Aquel sucedido me enseñó que es mucho mejor permanecer en silencio que hablar a destiempo. Hablar por no callar.

Estamos ya en plazo de campaña electoral. Tenemos las playas repletas, y se necesitan banderas específicas para anunciar la plenitud del aforo. Las terrazas se llenan de amigos a la hora del vermut. Y, poco a poco, recuperamos la vida que un mal virus nos había secuestrado. Virus que sigue latente y que deberemos vigilar para que no nos haga retroceder. Sin embargo,  quienes nos abrasaron  con mensajes  desalentadores, diciendo que el país no estaba para elecciones, ni se han disculpado por sus injustas palabras,  ni han parado en su frenética actividad de  actos, ruedas de prensa, entrevistas, declaraciones y cualesquiera forma de publicidad y propaganda.

Todo su interés ha sido y es entablar confrontación con el PNV, el partido a  echar del Gobierno. Por tierra, mar y aire,  han intentado, infructuosamente, que el PNV entre en la melé y le han sacudido  por donde han podido.  Desde la lícita crítica política a la provocación. No han dudado en  enviar señuelos al río electoral para si a algunos de  los cebos  los nacionalistas vascos entraban como la trucha boba al engaño del pescador.

Quienes nos abroncaron por  poner fecha a las elecciones, se negaron a cortar  la duración de campaña,  diciendo que si lo hacíamos coartábamos la igualdad de oportunidades. Y desde el primer día no han perdido ocasión en reclamar, en mitin permanente,  un tripartito de  izquierdas.  ¿Para qué?.  Como dirían Tip y Coll,  ¡Paraguayo!.

La organización  más corrupta de Europa se ha permitido dar lecciones de moral pública a los jeltzales.  Las insidias del partido de la Gürtell o de Bárcenas  tenían fácil respuesta. Pero el “tu más” no es lo que la gente espera en este momento.

A ese carro de la porquería, se ha subido en marcha  la izquierda patriótica. Pero  esa ocurrencia no es nueva. Ya estuvieron en el pasado reciente a partir un piñón con  diputada de VOX Macarena Olona cuando  la hoy azote ultra en el Congreso era Abogada del Estado en Euskadi de la mano de Carlos Urquijo.  La animadversión de ambos, de la Izquierda Abertzale y de Olona,  hacia el PNV, les hizo “amiguitos” de rebotica en procedimientos judiciales y en la divulgación de acusaciones públicas. Acusa que algo queda. Y siempre mancha.

Pero este ámbito no ha sido el único en el que EH Bildu  ha pretendido provocar al PNV.  Los de Sabin Etxea son su obsesión. Ya sean los papeles de la CIA en relación a los GAL o lo que fuere que estuviese en el guion, los de Otegi siempre terminan  por recriminar al PNV.  Su contumacia  les ciega . Hasta han tenido la poca decencia de colocar una pancarta insultante contra Juan Mari Atutxa en el municipio arratiano en el que reside.  Necesitan de la provocación más indeseable para forzar un protagonismo que de otra forma no consiguen.   Gaiztoak!

Pese a todas las marrullerías, el PNV ha decidido obviarles. Y ese “olvido” voluntario es quizá la mejor respuesta  que se merecen.  Ahora es tiempo  de ver el panorama pon perspectiva.  No de entrar en provocaciones. Es el momento de templar  el nervio, de observar que lo importante es escuchar a la gente, sus inquietudes y propuestas. Es el momento de ser receptivos, de buscar  espacios para sumar, para poder salir del agujero. Pero sin ruido. Es tiempo  de responsabilidad. De reconstrucción. De respeto. De reforzamiento. De respuestas. Es tiempo de trabajar. No de despotricar.

Paulino sabía encontrar el dolor y aliviar el músculo  magullado. Y con tacto buscaba rehabilitar las contracturas. No hacía milagros pero calmaba el sufrimiento con sus manos y con su dedicación  autodidacta.   Él sabía con quien bromear  y con quien no.  Don Juan Ajuriagerra  solía decir que “quien calla no otorga. Solamente calla”.  Ahora, frente a la provocación, toca seguir trabajando. Trabajando mientras a algunos se les va la fuerza por la boca.

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