sábado, 19 de septiembre de 2020

DE LA FOSFINA A LA FOSFATINA

 

 La primera vez que vi la escultura de la Venus de Milo  pensé que a alguien se le había caído. Que se había roto. Un amigo me corrigió.  “No tienes ni puta idea.  Mi madre me ha dicho que  quedarse así, sin brazos, es consecuencia de  comerse las uñas. Empiezas  por un pellejito, luego un padrastro. Sigues, sigues, y terminas como la mujer  de la escultura, trapiñándote hasta el codo”.  Desde entonces, dejé la “onicofagia”, que es el nombre  que se da al hábito compulsivo de comerse las uñas. 

Venus (Afrodita en Grecia),  representa a la diosa del amor, la belleza y la fertilidad en la mitología romana.  Sus orígenes legendarios  establecidos en la teogonía latina nos cuentan que Saturno, hijo de Urano y Gea, castró con una guadaña a su padre y arrojó sus genitales al mar.  Hasta aquí, historia truculenta y dolorosa de cojones. Las partes amputadas de Urano permanecieron  mucho tiempo en el mar  (no se las comieron los peces) hasta que, por aquello del poder de las divinidades, se convirtieran  en espuma. De esa  espuma nacería posteriormente  nuestra diosa Venus.

Como toda divinidad  griega o romana que se preciara,  su nombre  se utilizó  desde la antigüedad para identificar a un planeta de nuestro sistema solar. Inicialmente   aquellos antiguos astrónomos, curtidos en la observancia a simple vista o con telescopios rudimentarios,  llegaron a pensar que Venus era un planeta doble. El error estribaba en el hecho de que el astro aparecía en el cielo dos veces; al amanecer y al atardecer.  Y así  le mencionaron como el “lucero” o el “vesper” dependiendo fuera el amanecer o el ocaso.

Carl Sagan era un astrofísico norteamericano que como nuestro Iñako Pérez,  se dedicó a la divulgación científica y especialmente procuró que la gente común entendiera lo que era el universo.  Recuerdo gratamente  su programa televisivo, “Cosmos”  que a primeros de los años 80 nos introducía en un universo desconocido y cautivador apoyado en efectos especiales, música de sintetizadores  y guiones atrevidos.  

Aquellos documentales  invitaban al televidente a  salir a al raso en la oscuridad  y mirar a las estrellas. Y apartados de la contaminación lumínica se descubría un firmamento  en el que lucía con brillo  inusitado un planeta en el  que el propio Sagan había vaticinado  la posibilidad de  que hubiera albergado algún tipo de vida. Se trataba de Venus, el lucero del alba. 

El astrofísico televisivo no supo identificar  entonces, hace cuarenta años,  qué tipo de vida  se podría haber encontrado allí, pero desde ese desconocimiento de avanzado investigador supo  ridiculizar a quienes, ante la imposibilidad de observar nítidamente  la superficie planetaria de Venus llegaron a  configurar la hipótesis según la cual tras la densa atmósfera, que impedía  observar  la superficie planetaria, se encontraría una gran masa de agua. La secuencia resultaba delirante. La atmósfera de Venis estaba cubierta de nubes que no dejaban ver  la superficie planetaria. Las nubes  se componen de agua. Si había mucha agua, la base de Venus sería una ciénaga y en las zonas empantanadas crecen los helechos. Y si había helechos, ¿por qué no dinosaurios? Aquel “razonamiento científico”,  propio de Trump,  elevaba a categoría  un axioma  impresentable. Ya que nada se veía de Venus ¿por qué no pensar que en lo desconocido hubiera vida y por qué no  dinosaurios?  Delirante. 

Carl Sagan ridiculizó el disparate y categorizó que para  hacer “afirmaciones extraordinarias –la existencia de vida-  se requieren pruebas extraordinarias”.

Esta semana, y con gran relevancia mediática, hemos vuelto a saber de Venus. La noticia publicada y emitida decía que  dos observaciones científicas diferentes habían llegado a la misma conclusión; que en la atmósfera de Venus se  habían detectado trazas de una molécula poco común, la fosfina, indicativa de la potencial presencia de vida pasada en el planeta. Vida en Venus nuevamente y esta vez con evidencia científica, la existencia de un gas en su atmósfera que  en la tierra es producido por los microbios que habitan en los  entornos libres de oxígeno. 

La presencia de fosfina –cuyo hedor nauseabundo es una de sus características reconocibles –no  equivale a una constatación empírica de  que en el planeta vecino  haya existido vida en algún momento de  historia.  Se trata simplemente  de un indicio significativo que anima a continuar investigando. Pero detrás del descubrimiento, y a su publicitación,  ya ha habido quienes han aprovechado  para echar las campanas al vuelo y vaticinar cambios trascendentales en nuestro universo. Pero, para probarlo se necesitarán, como decía Sagan  “pruebas extraordinarias”  que lo acrediten. Pruebas que aún no existen. 

En Euskadi algo comienza a oler de manera similar  a la atmósfera venusina.  La cuestión es que a la buena noticia de la constitución del nuevo Gobierno vasco  ya se le ha contestado  con una acción contundente; una huelga política. Huelga del sector educativo. Los sindicatos convocantes  del paro adujeron  para justificar su protesta la falta de garantías  suficientes en las aulas para hacer frente a los riesgos  de la COVID. Y como principal reclamo de su reivindicación exigieron la reducción del ratio de alumnos por aula y la contratación de un número indeterminado  de profesores  (entre 6000 y 10000) para proceder a las sustituciones que se produjeran  como consecuencia de posibles contagios.  Razones  legítimas pero insospechadas en una comunidad  que ostenta el menor ratio alumno-aula de todo el Estado y que ya ha previsto  un sistema dinámico de reemplazo entre docentes que ha comenzado a aplicarse desde el primer momento.

Utilizando  el miedo a la pandemia, atemorizando a los padres  con la inseguridad de los centros, alimentando una alarma social injustificable,  el sector educativo sufrió el pasado martes un paro que solo puede entenderse por una  intencionalidad  política; la de golpear al gobierno recién constituido.  No cabe entenderse, si la situación  resultaba tan insostenible como señalaban los sindicatos, ¿por qué  ir a la huelga solamente el martes? ¿Acaso el miércoles la situación era diferente? ¿Y el jueves? ¿El viernes? 

Alguien tendrá que explicar qué consiguieron los convocantes  con la paralización del sector educativo en Euskadi. ¿Además de  convulsionar la vida de miles de familias vascas arreglaron algo? ¿Evitaron nuevos contagios?  ¿Ayudaron a conciliar  la necesidad de que los jóvenes volvieran a sus rutinas formativas? ¿Qué carajo de positivo aportó a esta sociedad la huelga?

El retorno a la educación presencial era y sigue siendo uno de los objetivos de las sociedades occidentales sacudidas por la pandemia del COVID.  Siendo esto así y conociendo que el riesgo cero no existe, las medidas adoptadas  en los centros educativos  de Euskadi  por las autoridades  vascas –similares a las practicadas en el conjunto de Europa occidental- hacen que nuestras  escuelas y colegios sean lugares seguros. Y con toda probabilidad, alumnos y profesores no encontrarán  en su entorno  -parques, restaurantes, bares, supermercados, transporte, etc-  lugares que ofrezcan mayores garantían sanitarias que las propias escuelas. 

Aún así,  los positivos han llegado –exportados en muchos casos por los propios profesionales-  Positivos diagnosticados y atajados.  Gracias a las medidas previstas, establecidas y adoptadas, a los aislamientos y a las sustituciones (casi mil doscientas en la primera semana),  la vuelta a clase ha comenzado  satisfactoriamente en Euskadi. Nada es perfecto, pero el intento ahí queda  para que todo el mundo lo valore.

Por eso, resulta sorprendente  que la primera medida  que se haya  llevado a cabo  en el inicio de curso académico y político haya sido  una huelga. Huelga a un gobierno  que apenas llevaba dos semanas en su cargo.  Solo cabe  entenderse  una acción así  como una herramienta  de quienes  pretenden ganar en la calle lo que en las urnas ni en el parlamento consiguieron alcanzar.  

La dinámica que nos espera es conocida. Al albur de la pandemia y de su impacto en la opinión pública, se anuncian ya nuevas  movilizaciones. Ahora en el mundo de la salud.  Y después llegarán a  la Ertzaintza, la seguridad, al transporte…Se trata de acorralar al poder legítimo desde los servicios públicos o parapúblicos que tengan nervio social y que afecten directamente al bienestar de la ciudadanía.  Fosfina, podredumbre, para  hacer irrespirable  no ya la primavera sino el otoño “rojo”  que nos tenían reservado.  Confrontación sin cuartel  para llevar al país  de la fosfina a la fosfatina. 


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