sábado, 13 de abril de 2024

EL LEGADO DE ARDANZA

Siempre se hace difícil expresar  por escrito unos sentimientos cuando la emoción embarga el ánimo. Por eso  quizá estas líneas no sean las más precisas  que haya trazado. Pero, espero  comprendan los lectores la sencillez  de mis palabras  pues surgen directamente del corazón.

A pesar de su porte de  personaje sencillo, sin vocación  de notoriedad ni fama, a pesar de esa primera imagen de  individuo serio, más bien gris, él siempre  reservaba una sonrisa.  A decir verdad, cuando sucedió a Garaikoetxea pocos creyeron en que duraría mucho en el cargo. Su imagen era antagónica a la del navarro. Aquellas gafas oscuras, el traje gris, la aparente timidez, le hacían pasar por un agente de notaría. No por un líder carismático como era  el caso de su antecesor.   

 

Pero Ardanza tenía otros valores. Era, efectivamente, un hombre reflexivo, conversador infatigable y, al mismo tiempo, “escuchador”  practicante. En esa doble faceta de conversador  y de ávido entendedor, era capaz  de provocar un diálogo consigo mismo. 

Cuantas veces, al calor  de un problema,  hemos presenciado  aquellos soliloquios en los que el lehendakari preguntaba a Jose Antonio y este contestaba al mandatario  con razonamientos sumamente ilustrativos. Y es que Jose Antonio Ardanza  fue  un ser pasional. Un ejemplo de bonhomía que siempre pensaba en positivo. 

Aún en los momentos más difíciles –y los padeció  en cantidad-.

Un hombre sincero. Sin maldad ni doblez. De los que entendían la política  en toda su grandeza. De esos que, viendo el panorama que tenemos enfrente, echaremos mucho de menos.

Había militado en la clandestinidad. En la Juventud Vasca –EGI-  que no cruzó la frontera de la violencia cuando la corriente  impulsaba a lo contrario. Pero como él repetía, era “primero demócrata y luego nacionalista” Una impronta consustancial a su figura  humana y política.

 

Su compromiso le llevó a las instituciones. Al  ayuntamiento de Arrasate primero. A la Diputación de Gipuzkoa después y al Gobierno vasco  finalmente en una tesitura  ni buscada  ni agradecida. Todo lo contrario. Fue un trance  complicado y doloroso. Por las circunstancias políticas. En el fuego cruzado de una escisión que fragmentó la familia nacionalista.

 

Le recuerdo aquella fría noche de diciembre de 1984 en la bilbaína sede del PNV (Edificio Granada). Acudió  allí con la ingenuidad  de quien atiende  la llamada de sus mayores. Sin conocer la durísima encomienda que tenían reservada para él. Y para quienes desacreditan a los políticos  y afirman que “todos son iguales”  sepan  que Ardanza se resistió. Que su ambición no era  la de medrar, la de alcanzar el “poder”. Su anhelo era servir al país. Ser útil. Y bien que lo fue.

 

Ardanza llegó a Ajuria Enea  impulsado por un PNV  en minoría  y herido. Sin tan siquiera el apoyo de su grupo parlamentario. Con un portavoz  que en su investidura dedicó su tiempo a loar al predecesor en lugar de  defender la candidatura del aspirante. Llegó hasta Vitoria joven,  con 44 años aún sin cumplir. Con todo en contra. En medio de un cisma político con consecuencias  personales y  grupales  similares en hostilidad a un divorcio  desabrido. Con una familia –la suya- desplazada  de su  hábitat natural por el compromiso adquirido. Con Mari Glori, su fiel compañera,  obligada a apartarse de su trabajo. Con sus hijos, Nagore y Aitor, pequeños y en una primera fase de escolarización. Y con un perro, un nervioso collie, que se convirtió  en el guardián del nuevo hogar  de los Ardanza-Urtiaga, el palacio  situado en la calle Fray Francisco.

 

Aterrizó  en la presidencia del gobierno en un país sumido en la crisis. Crisis económica (con paro de hasta el 30%). Crisis industrial (con los sectores estratégicos  arruinados). Crisis  de violencia (con decenas de asesinatos y actos terroristas, con una guerra sucia convertida en terrorismo de Estado). Crisis política (con la aplicación del “café para todos” y  la post loapa de García Enterria).  Pero Ardanza no se amilanó. Era un corredor de fondo. Y gobernó. Tuvo la virtud de, como diría el Dalai Lama que le visitó en Euskadi, encontrar el camino medio. Inauguró la política del pacto. Del acuerdo  programático entre diferentes en catorce años de gobiernos de coalición. Quizá su espíritu cooperativista  le llevó a ello.  

 

Con él, el autogobierno vasco se fue edificando. Durante su presidencia, sus ejecutivos  consiguieron la transferencia de la sanidad para Euskadi y se creó Osakidetza. Se produjo el despliegue de la Ertzaintza por todo el territorio.  Se hizo  frente a la reconversión industrial,  se instauró la primera  Renta Básica (hoy RGI), se afrontó la construcción del Museo Guggenheim, la Acería Compacta,  inauguró la autovía de Leizaran o constituyó el órgano común permanente con la comunidad foral de Navarra entre otras actuaciones gubernamentales.  

 

Buena parte de la Euskadi que disfrutamos hoy –todos, hasta los que se creen que el país ha comenzado a crecer con su llegada-  la cimentaron los gobiernos presididos por Jose Antonio Ardanza. Un constructor metódico. Riguroso y certero.

 

Su innegable eficacia en la gestión del autogobierno  le hizo cosechar injustas críticas  provenientes de todas partes.  De aquellos  que desacreditaban  y ridiculizaban el autogobierno menospreciando el “gobierno vascongado”. Sí, esos que hoy aspiran a liderar el mismo país pero con “nueva ambición” y que  se apropian de lo hecho tras cuarenta años de sabotaje permanente.

 

Y también  las desafortunadas e injustificables “ironías” que desde dentro de su misma “casa” pusieron en cuestión el trabajo y los resultados de una etapa que, vista con perspectiva, se ha demostrado próspera  y tranquila.  Tranquilidad que algunos confundieron con “tiempos muertos”. Inmerecidas palabras para un hombre disciplinado y sacrificado como pocos.

 

 Sin embargo, para el conjunto de los observadores, el principal logro político e institucional de Jose Antonio Ardanza  fue el denominado pacto de Ajuria Enea (Acuerdo para la Normalización y Pacificación de Euskadi) firmado por todos los partidos políticos vascos a excepción de Herri Batasuna.

 

El acuerdo multipartito fue el paso adelante fundamental para  la deslegitimación de la violencia  y el aislamiento social del terrorismo.  La búsqueda de la paz fue para él una obsesión. La obcecación  de un hombre  sensible  al que le dolía el dolor ajeno. La angustia de las víctimas a las que acompañó en su sufrimiento.

Hoy todos loan la figura de Ardanza y le rinden reconocimiento. Pero no siempre fue así. Como él solía decir, “perdonar sí, pero olvidar no”. Por eso no podemos olvidar, por ejemplo, que ETA culpabilizó a Ardanza y a su gobierno de hacer fracasar las conversaciones de Argel. No podemos olvidar la cal viva depositada en el escaño de su vicelehendakari, Ramón Jauregi, por  un parlamentario  de la Izquierda Abertzale.

Tampoco olvidar  que ETA asesinó a su consejero  Fernando Buesa y que atentó gravemente  contra otro  de sus colaboradores, Jose Ramón Recalde. Por no hablar  de los múltiples intentos de atentado planificados contra la vida de Juan Mari Atutxa.

La hostilidad de entonces no se blanquea hoy  con simples “reconocimientos” públicos ni con condolencias  circunstanciales.   

 

Fuera de la actividad institucional, mi memoria recupera la única imagen risueña y exultante de Jose Antonio Ardanza que recuerdo. Fue en Dunkerque, el año 2001.  Allí comenzaba el Tour de Francia y por primera vez el equipo Euskaltel-Euskadi participaba en la “grande boucle”.  Ardanza  encabezaba una delegación del operador telefónico, patrocinador, junto a las instituciones vascas del equipo ciclista. Allí estaba también su sucesor, el lehendakari Ibarretxe. Y también quien fuera su consejero y posteriormente Diputado general de Bizkaia, Josu Bergara. En el “Village” de la organización  del Tour, los deportistas preparaban la contrarreloj. Y Ardanza, acompañado de Miguel Madariaga, asignaba como si fuera  el manager del equipo naranja, los turnos de  acompañantes en el coche de la dirección del equipo naranja. Era la escuadra de nuestro país y había llegado a la carrera más importante del mundo.  Ardanza gozó  del momento como niño con zapatos nuevos.

 

Hoy, ley de vida, nos ha dejado. En vísperas de unas elecciones. Se ha ido  antes de votar, como era su pretensión. La larga enfermedad  había hecho que  hubiera hecho todos los trámites para poder ejercer su derecho de sufragio. Pero la Parca llegó para cortar el hilo de su vida antes de la apertura de las urnas. No obstante el voto de Jose Antonio Ardanza Garro estará presente para muchos de nosotros. Como el resto de su legado.

 Egun haundira arte Lehendakari .

 

 


2 comentarios:

  1. Seamos elegantes y dejemos que los muertos descansen en paz

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  2. La elegancia es una virtud innata y el que la reivindica no la suele poseer. El burro no suele saber cuando es domingo.

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