sábado, 12 de julio de 2025

ESPEJISMO

Sigo especialmente preocupado por un ámbito intangible que , sin soporte real que lo mantenga,  inclina los estados de opinión de la mayoría social. Se trata de las percepciones, de las sensaciones metafísicas que la gente somatiza y hace suyas convirtiéndolas en problemas, inquietudes  y desconfianzas.

Sensaciones, no pruebas reales, de inseguridad, de desatención pública, de zozobra o desasosiego personal y colectivo.

La cuestión es que cuando alguien se convierte en víctima de un acto  delictivo -un hurto, una agresión, un amedrentamiento, etc-  y lo expone  públicamente, la denuncia inmediatamente se multiplica  por quienes entienden  que tal circunstancia  podría ocurrirle también a ellos.  Y así, un hecho puntual  se socializa inevitablemente.

Tal cosa no quiere decir que el problema en cuestión no ocurra, ni exista. No. Pero el sentido de preocupación se extiende como una mancha de aceite sin atender a la influencia exacta de la casuística provocada.

Si una persona denuncia haber sido objeto de un robo  en la calle (el teléfono móvil por poner un ejemplo), inmediatamente, y por simpatía, serán muchas más las personas que se identificarán  con la situación , afirmando que ellas también han sido objeto de hechos similares o han percibido la misma  sensación de vulnerabilidad , Así la sensación , la percepción de inseguridad  se amplia como una bola de nieve y alcanza  la parte alta del ranking de las inquietudes ciudadanas expresadas en estudios sociológicos o cualitativos de opinión.

Tal amplificación no implica que el problema  sea ficticio. Es cierto que los ámbitos de delincuencia se han incrementado en los últimos tiempos, pero las estadísticas policiales no indican   que la inseguridad campe por nuestras calles.

Lo mismo ocurrió -según mi criterio- con la alarma generada  respecto al funcionamiento de la sanidad pública tras la pandemia.

Resultaba cierto  que tras el COVID y la excepcionalidad  de su propagación -en Euskadi y en todas partes- los servicios de salud  vivieron una situación de estrés  y de fatiga. Muchas de las costuras  del sistema sanitario se resintieron  y afloraron problemas estructurales  que  evidenciaron un déficit  de calidad en una parte de los servicios a prestar a la ciudadanía. Retraso en pruebas, ausencia de personal cualificado (extenuado tras la pandemia), limitación de la atención presencial, etc.  Los problemas genéricos dejaron de serlo cuando los hicimos propios.

 Así, Osakidetza  se convirtió en el principal quebradero de cabeza del país, y de la opinión publica y publicada. La sensación, una vez más, fue de caos total.

Superado un tiempo prudencial y  con la recuperación de la normalidad, la sensación global ha caído más de diez puntos en el último sociómetro vasco sin más razón aparente  de despreocupación que el retorno al pulso normalizado  de la gestión y la búsqueda de soluciones a las deficiencias observadas.

Hoy, el principal problema que detectan los estudios prospectivos es la vivienda  y la dificultad habitacional a precio adecuado  de miles de jóvenes que ven dificultada su emancipación.

Es  razonable  pensar que la problemática de la vivienda  afecta al bienestar común  del país  y que su  superación es de difícil solución, pero nadie me negará  que su falta de oferta al alcance económico de todos, afecte a una inmensa  mayoría de vascos y vascas . Sin embargo, la percepción  -insisto- es otra.

Desde la Administración se están haciendo esfuerzos ímprobos para paliar ese déficit  y estoy seguro, que no a muy tardar, la preocupación colectiva por la vivienda cederá la cabeza de  problemas observados en los sociómetros  para ceder  el “liderazgo” a otra inquietud que agobie a la ciudadanía encuestada. Y me permito  adelantar que tal  desasosiego  será, probablemente, la anteriormente citada inseguridad , asociada, claro está con la cuestión migratoria  y la vinculación torticera de ésta con la delincuencia.

Los seres humanos , desde  que desarrollamos la capacidad  racional, hemos vivido acompasando realidad con , emociones, presentimientos y pálpitos. Hemos construido  sobre  un horizonte real universos distópicos que , en ocasiones, nos hacen protagonizar panoramas distorsionados.

Durante siglos, por ejemplo, marineros  cartógrafos  y aventureros  hablaron y juraron haber hallado una isla que nadie  lograba encontrar dos veces consecutivas. Según la leyenda instaurada, esta isla  se encontraba al oeste del archipiélago canario y no fueron pocos los testimonios  que afirmaban haberla visto o incluso pisado.

Pero lo extraño de aquel avistamiento era  que aunque lo marcasen  en los mapas  e intentaran regresar a ella  con una expedición  para explorarla , cuando lo hacían , el islote ya no estaba . Era como si el océano la hubiera tragado.

Durante los siglos XV al XVIII numerosos navegantes portugueses y castellanos  aseguraron haber divisado  dicha isla en el horizonte occidental  mientras recorrían la costa africana hacia el sur.  

El mito se remontaba a la Edad Media cuando un monje  irlandés , conocido como San Brandán el navegante, afirmó haber llegado a una tierra paradisíaca  en su viaje por los mares desconocidos del sur en busca del edén. Allí dijo encontrar  una vegetación exuberante, fuentes de agua pura y un clima  milagrosamente benigno. Aquella tierra mítica recibió el nombre de dicho navegante; De San Brandán  derivó en  San Borondón.

La leyenda se convirtió en un hecho incontestable  hasta figurar en mapas oficiales de la época. Felipe II autorizó una misión para confirmar su existencia  pero el viaje fracasó, aunque lejos de desmentir el mito  cada expedición que regresaba sin resultados  alimentaba más el deseo  de encontrar la legendaria isla .

El tratado de Alcáçovas, suscrito entre España y Portugal  en 1479 para repartirse territorialmente el  Atlántico, especificaba claramente que San Borondón pertenecía al Archipiélago Canario y , posteriormente, la bahía de Sanborombón en  Argentina fue nombrada de tal modo durante la expedición de Magallanes en marzo de 1520, en la creencia de que había sido formada por el desprendimiento de la isla de San Borondón del continente americano.

La realidad es que la visión de esta isla , nunca encontrada, respondía a una ilusión óptica sobre la superficie del mar producida por la refracción de la luz, en un efecto  denominado “espejismo superior”.

 Este fenómeno da como resultado la visión de una isla en el horizonte que no es otra cosa que el reflejo de La Palma.

Más allá de las explicaciones científicas, si la historia de San Borondón ha perdurado es por su fuerza como símbolo pues  representa al deseo humano de hallar un paraíso oculto. En Canarias, esta “última” isla es parte del imaginario popular y no faltan quienes, en días de calima o atardeceres intensos, aseguran haberla visto brevemente dibujada sobre el mar.

Esta semana, el Partido Popular  ha alimentado el espejismo  de un cambio político en el Estado. Pero el espejismo se ha desvanecido en cuanto su líder renovado, Núñez Feijóo equivocó el rumbo de su discurso  y en lugar de buscar la moderación de una fuerza política con voluntad  y responsabilidad de Estado,  derivó  su oferta hacia una radicalidad rayana con el mal gusto, la falta de educación  y la soberbia. El jefe de la oposición equivocó, una vez, más su estrategia, buscando  la complacencia de los votantes sociológicos de la extrema derecha en lugar de asentar su candidatura en una posición conservadora moderada, equiparable  a la de cualquier fuerza popular europea.

Pedro Sánchez llegó al pleno del Congreso  acorralado por la corrupción de sus dirigentes. Atrincherado en  su disculpa pública y aferrado a  su manual de resistencia. Sin dar mayores explicaciones sobre su responsabilidad política y a sabiendas de que su margen de apoyo parlamentario se extinguía.  El PNV, el más claro en exigirle  respuestas  -que no dio- le enseñó tres puertas de salida por si sus explicaciones no le convencían (que no le convencieron); cuestión de confianza; dimisión sin disolución de las Cámaras  y , en su caso, elecciones.

Sánchez se sacudió las propuestas como quien se quita el polvo de la chaqueta. Y confió en que “saldría vivo” del momento. Le salvó Feijóo. Su radicalidad  sirvió de “pegamento”  de las desconfianzas  que Sánchez había generado entre sus apoyos parlamentarios. Pero el fracaso de unos -del PP- y el alivio de otros -Sánchez y el PSOE-  son volátiles. Un espejismo. Como San Boronbón. Una percepción distorsionada que no puede ocultar la agonía y la triste realidad de un tiempo que se acaba. 

2 comentarios:

  1. Apostad por la propuesta de EH Bildu de dar por finiquitado al régimen del 78. Difícil porque el PNV es parte del mismo. La corrupción es algo consustancial a la politica que deriva de aquel engendro segun el cual se practicó el gatopardismo: cambiar todo para que nada cambie. El PP está empeñado en echar mierda contra vuestro partido y vosotr@s seguis apostando por la ambigüedad. Crasso error

    ResponderEliminar
  2. Pradales con Rueda; Urkullu lobbie de no se sabe muy bien intereses le impulsan.......pero siempre cerquita del PP

    ResponderEliminar