sábado, 11 de mayo de 2019

CENIZAS

La despedida de un ser querido siempre contiene alicientes de emotividad que conmueven pues remueve las pasiones humanas y hace que la sensibilidad  de todos brote a flor de piel. Eso es lo que yo creía cuando  el pasado lunes me encontré con un amigo, visiblemente apesadumbrado  y  sumido en la melancolía. Al menos eso pensé yo, sobre todo, al relacionar su estado de ánimo con el compromiso de las últimas voluntades de su aitite,  por descansar eternamente en los parajes en los que en su juventud batalló como gudari  en los infaustos años  de la guerra.

No tuve duda al interpretar que aquella tristeza respondía al homenaje  organizado por su familia para con su benemérito abuelo. Habían decidido  llevar hasta el bosque, convertido antaño en campo de batalla, las cenizas de aquel combatiente, fallecido  longevamente hace unas semanas.  Y en un recóndito paraje, esparcir  el polvo en el que se había convertido el antiguo miliciano.

.-¿Ha sido duro? –le pregunté dando por hecho una respuesta afirmativa-
.- Por su puesto –me dijo-. Nunca hubiera pensado  lo traumático que puede llegar a ser una experiencia como esta. 

Pretendí quitar hierro  a la situación aconsejándole que cuanto antes superara el duelo y pensara en su aitona en clave positiva. “Recuérdale en los buenos momentos que habéis compartido. Quédate con ellos, con sus consejos, sus historias…”

Me interrumpió  bruscamente. “Ya lo intento pero  es que, las vivencias del otro día me impiden  pensar en otra cosa. Fue muy duro. Muy desagradable. 

Creí que exageraba pero no iba a ser yo quien cuestionara  el grado de aflicción ante un trance tan especial. Pero “¿desagradable”?.  No entendía por qué calificar de esta manera una despedida.  Enseguida acerté a entenderlo.

“Llegamos al punto convenido. Idílico. Naturaleza  pura. Sonó un txistu. Afloraron las lágrimas.  Y en el momento que me disponía a verter  las cenizas de la urna para que se mezclaran con el entorno, se levantó  una racha de viento infernal. Fue como una premonición. El polvo de la cremación   empujado por el torbellino  nos sacudió a todos los presentes. A unos  les entró en los ojos, en la ropa, en la nariz. Yo, que no tuve tiempo a cerrar la boca, me comí más de cien gramos de  gudari. ¿Desagradable? Desagradable es poco decir. Me siento como un caníbal”.    

Asistimos a una larga temporada en la que  EH Bildu se viene afanando por aparecer ante la sociedad vasca como una formación nueva, centrada y con aire moderado. Una nueva imagen que  pretende, permítanme la expresión, comerse al PNV.

El PNV es su adversario genuino. El centro de su frustración. Entre otras razones porque la trayectoria histórica de los jeltzales en Euskadi le ha permitido al PNV acuñar una “marca” genuina. Una “marca” asociada  con el buen gobierno, la cercanía y la defensa democrática de los intereses comunes. 

El respaldo electoral que acompaña al PNV en el ámbito municipal y territorial no es fruto de un día. Es, básicamente, el resultado de una política de “sirimiri”, de gestión diaria, cotidiana, que impregna  y cala el conjunto del mapa vasco.  Eso  le está permitiendo al PNV mantener un ámbito de influencia institucional  muy potente, como  no se había visto en el conjunto del último tracto democrático. La instantánea de hoy contempla 1017 concejales  y 120 alcaldes en la Comunidad Autónoma Vasca. 3 alcaldes y 24 concejales en la Comunidad Foral de Navarra. 54 apoderados en las distintas Juntas Generales. 28 parlamentarios vascos, 3 parlamentarios navarros, 6 diputados a cortes, 10 senadores, 1 eurodiputada. Y los gobiernos   -diputaciones- de Araba, Bizkaia y Gipuzkoa así como el ejecutivo autónomo de Gasteiz con su lehendakari a la cabeza.  Una foto poderosa que, probablemente, cambiará y con mayor  respaldo tras las elecciones del próximo domingo 26.

La hoy “Izquierda independentista”, que voluntariamente a renunciado a autodenominarse “abertzale”, es la segunda formación política del país en lo que a cotas de poder –y respaldo  popular- se refiere. Su vocación, lógica y legítima es derrotar al PNV, superarle y sustituirle. 

Con ese afán y aires renovados  retornaron al marco democrático  gracias al abandono por parte de ETA de la actividad violenta y con la refundación en Sortu  tras la ilegalización  provocada por ley.  Fue en ese momento, en la efervescencia  del retorno institucional, cuando los herederos de Herri Batasuna, estuvieron más cerca de su objetivo  de hacer posible el “sorpasso” al PNV.  Su pujanza  electoral  resultó notable, especialmente en Gipuzkoa, donde la fuerza de los votos les condujo hasta  el liderazgo en el ayuntamiento de Donostia (y en otros muchos) y en la Diputación Foral. 

Aquel momento, que pudo ser de inflexión para relanzar a EH Bildu, sirvió  como para todo lo contrario. Fue la gestión, el gobierno, el “estrés test” que confirmó que la Izquierda “independentista” no estaba preparada, ni madura para dar el salto. Sus modos  autoritarios de ejercer el poder, la falta de cultura democrática, la imposición y la ausencia de contraste con la realidad provocaron que, en el corto espacio de cuatro años,  la misma sociedad que les había aupado, les bajara del pedestal horrorizada por el modelo despótico al que había sido sometida. 

Desde entonces, EH Bildu sigue buscando su camino.  Hace apenas cuatro años, pretendieron prosperar minando el prestigio del adversario. Creían que ensuciando el nombre del PNV  - el “partido del negocio vasco”- acabarían con él. Erraron en su pretensión. Ahora, Otegi ha anunciado que volverán a la carga con la “corrupción jeltazle”. En paralelo, como complemento al barro,  la formación  que lidera Otegi  ha escenificado su enésima operación de imagen. Un “lifting” en toda regla. Con liposupción y botox  incluida.  Y sin escrúpulos a la hora de sumar sus fuerzas con el PP de Alonso y Casado en las sesiones ordinarias del Parlamento Vasco. 

Para alguien que se ha pasado toda la vida denostando a la autonomía, que la combatía porque era una “postración”, una “rendición” ante el Estado español, tiene que ser  desagradable, ahora, convertirse en aguerrido defensor de sus instituciones y de su margen de autogobierno.  Comprendo que haya formaciones políticas que pretendan  “reinsertarse”  emulando  posiciones de moderación que hasta hace bien poco censuraron e incluso asediaron con la intolerable presión de la fuerza. Pase que sus promotores nos tengan por amnésicos  y que, atendiendo al principio de cautela, no se denuncie la impostura para comprobar si el  aggionamento  de la radicalidad es o no auténtico.  Sin embargo, la realidad cotidiana, no los titulares que aparecen en los medios de comunicación, demuestra que el giro estratégico interpretado por  la “izquierda independentista” no termina de ser creíble.

Es como la imagen insólita  del tragasables de feria  engullendo un alfanje ante  la incredulidad del público. La ilusión óptica nos hace creer que  el filo de la espada  se hunde hasta el intestino sin herida de por medio.  Ni las “tripas de Jorge”, que como diría mi madre “se estiran y se encogen”, admitiría  semejante trago.  Al menos, sin arcada. 

Joseba Egibar  desenmascaraba el ardid el otro día relatando en primera persona cómo el 11 de julio de 1999 el PNV se reunía con ETA a fin de obtener  un paso definitivo para la conclusión de su actividad mortífera.  En aquel encuentro, la organización terrorista exigió  la disolución del Parlamento vasco, mandar a casa al lehendakari y la creación de una nueva institución con formada por los siete territorios vascos. El PNV se negó a aceptar tal imposición y ETA rompió su tregua y volvió a matar. “La semana pasada el que dijo eso en nombre de ETA (refiriéndose a Mikel Albisu “Antza”)  votó en las elecciones españolas y se sacó una foto” para colgarla en las redes sociales.

Los que decidieron volver  a matar por  la negativa del PNV de acabar con el marco institucional actual,  ahora, con la fría arrogancia de quien se siente redimido y aguarda su momento de recobrar la influencia  política, posa orgulloso  en torno a una papeleta electoral  al Parlamento español.  ¿Incoherencia? ¿Fariseísmo?  ¿Impostura?.

La escena relatada me hace recordar a las 58 personas que ETA asesinó después del sucedido relatado por Egibar con la ruptura de la tregua en el proceso de Lizarra-Garazi.  58 víctimas más en su “debe particular” que les perseguirán  en la memoria hasta que no sean capaces de asumir la responsabilidad  injusta de su actuación.  Mientras eso no ocurra, mientras no se liberen de las cenizas  del pasado, su perspectiva de liderazgo en Euskadi  será nula. 

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