De las clases de griego clásico que sustituyeron
balsámicamente a las matemáticas,
guardo, amén de un entrañable recuerdo, algunas citas que se quedaron marcadas con la tinta indeleble de lo que yo denomino “cultura-basura”. Es
decir, apuntes aparentemente cultos que no sirven para casi nada. Simplemente
para parecer un petimetre cada vez que las repites de viva voz para aparentar algo. Una de esas evocaciones es una cita que habitualmente traducía en las
fábulas de Esopo. En su representación original era algo así como “ Ὁ μῦθος δηλοῖ “ y se
correspondía al texto, “esta fábula demuestra que…”
Casi todos los escritos de Esopo acababan con esta
referencia por lo que, para un vago como yo,
memorizarla, facilitaba su
ulterior encaje en los ejercicios
de interpretación a los que el exigente
profesor de humanidades nos sometía con frecuencia. Fueron muchas las
fábulas que me tocó “descifrar” del griego clásico, una lengua, mitad
jeroglífico, mitad pentagrama, pues su
musicalidad, junto a la grafía de su alfabeto, era una característica que cautivaba.
Uno de ellas fue la
que popularmente se conoce como el
“parto de los montes”. Si mi memoria no falla, la historieta venía a decir que en tiempos muy remotos, las
montañas, mostraban signos evidentes de
estar a punto de reventar provocando un cataclismo, hecho que promovió el
pánico entre la gente amilanada por el estruendo que la naturaleza generaba. Sin
embargo, después de haber provocado señales
tan asombrosas, los montes, lejos de reventarse cuan terremoto, terminaron por abrirse en el parto ridículo
del que surgió un ratón. La moraleja de la fábula –todas la tenían- indicaba
que no deben temerse a los miedos sin sentido. Que quienes más se jactan son quienes
menos hacen y que lo más grave del peligro es el temor que
al mismo tenemos.
Una enseñanza siempre
evocadora.
La investidura de Pedro Sánchez como presidente del gobierno
español ha sido, salvadas las distancias, como el parto de los montes. El
tracto parlamentario de la votación concitó ruido y más ruido. Amenazas
tremebundas de desastres de todo tipo. Apocalipsis democrático alimentado por
los trompetistas del fin del mundo. Ruptura
de España; victoria de los terroristas, humillación ante los comunistas y
traición a la sacrosanta unidad de la
patria. El “Armagedón” provocado por las fuerzas del mal. Las plagas bíblicas parecían quedar
pequeñas a tenor de los discursos, las
descalificaciones y las continuas
hipérboles sin contraste que los
principales líderes de la derecha
utilizaron en dos infaustas jornadas desarrolladas en el Congreso de los
diputados. El barullo fue ensordecedor. y la falta de respeto, vinculada a la
gravedad de las acusaciones advertía, como en la fábula de Esopo, del peligro
inminente de una hecatombe política. Del
vaticinio catastrofista de quienes
alertaron de la excepcionalidad del momento surgió, simplemente, un gobierno.
Un ejecutivo democrático que deberá
ganarse su estabilidad día a día, concitando, cuando menos, el mismo
apoyo que provocó su parto.
El espectáculo, una
vez más, fue deleznable convirtiendo lo
que debía haber sido un contraste de opiniones en una riña tabernaria de
consigna cuartelera en la que se impuso
no la inteligencia o las ideas sino el machotismo y la bravuconada. Por cierto;
de las estruendosas sesiones de investidura, es preciso rescatar el protagonismo de Aitor Esteban.
Evitaré añadir adjetivos a sus
intervenciones. Simplemente diré que
como nacionalista vasco me siento especialmente orgulloso de tener un portavoz
en Madrid como Aitor Esteban. También en eso somos diferentes.
Volviendo a la bronca, especialmente penosa fue la
intervención de la que auguro será
efímera portavoz de Ciudadanos, Inés Arrimadas. La representante naranja no
parece haber aprendido nada de la
errática deriva que ha conducido a su formación a la práctica desaparición del
panorama político. Arrimadas, lejos de resituarse en un plano de centralidad
continuó en su tradicional discurso de
combate, repartiendo descalificaciones
sin contraste “ad hominem” en una escenificación retorcida y de puro postureo.
Arrimadas fue, en el lamentable concurso de “montar un pollo”, una protagonista
señalada, incitando al transfuguismo, a la ruptura de la disciplina del voto de quienes
apoyaban la investidura so pretexto de
“comportamientos valientes” que se “sacrificaran por España”. Lamentable.
Casado, jaleado por los suyos con Cayetana Álvarez de
Toledo y Teodoro García Egea como
hooligans destacados, quiso hacer de Abascal
y en parte lo consiguió. El presidente del PP volvió a “pastorear” al conjunto de la oposición de derechas con
su tesis de que Sánchez había
traicionado a España y se había posicionado fuera de la Constitución. Casado,
en las formas y en el fondo, “compró” el discurso de Vox, auténtico
“partido-guía” de la actual oposición.
Abascal, mal que le pese a Casado, sigue siendo el “referente” para muchos, y la demostración
palpable de su liderazgo fue el tránsito
de diputados (UPN, Foro Asturias entre
ellos) que se aproximaron hasta su escaño para recibir el saludo personal del
ultra de Amurrio, convertido en auténtico “padrino” del arco parlamentario
conservador. La derecha extrema que
representa alimenta desde el inicio de la nueva legislatura la tesis de que el
actual gobierno español no es una institución “legítima”. Y partiendo de tal
falta de reconocimiento ha encabezado una feroz
campaña de desprestigio y de “combate” en la calle. Una dinámica en la que, si nadie lo impide, arrastrará al
PP y la caricatura naranja de Arrimadas
y su show permanente.
La amenaza de trasladar la política a la calle y no al
parlamento, ya tiene una primera cita.
Será mañana domingo, al mediodía, frente
a “todos los ayuntamientos de España”. Quienes se reivindican como “los hijos de los guerreros íberos, de los
almogávares, de los tercios, de los guerrilleros, de los conquistadores, de los
dueños de todos los mares, de los que no quisieron abandonar su misión donde fuera, en la selva o en el
desierto…” piden una movilización
“porque somos España. Y España no es un mito. España existe”.
La pasión ha
sustituido a la inteligencia y en esa
prevalencia de la emoción por encima del raciocinio se impone el dogma, las
verdades “reveladas”, el pensamiento único y la utilización grosera de la
legalidad para imponer un orden y una
visión política concreta. España, su
unidad y su bandera son el argumento
central de quienes niegan con
pasmosa naturalidad y ausencia de argumentos la existencia acreditada de otras identidades nacionales en el Estado. ¿España la “nación” más antigua de Europa?
Quienes veneran a Don Pelayo o al apóstol Santiago “matamoros” sustituyen el mito y la leyenda por el
reconocimiento histórico.
Ni con los
denominados “reyes católicos” se
conformó un Estado nacional llamado España. Según coinciden los historiadores,
con el matrimonio de Isabel y Fernando no se funda ninguna nación ni tan siquiera un Estado. Se dió forma a una
monarquía confederal, pero Fernando dejó de ser rey de Castilla a la muerte de
Isabel y las coronas de Aragón, la de Castilla, la de Nápoles y Sicilia y el
imperio alemán incorporado con la llegada de Carlos I siguieron teniendo sus
propias normas y derechos, su propia fiscalidad y su propia moneda (hasta el
siglo XIX Castilla y Aragón tuvieron monedas diferentes). Solo con la llegada
de los borbones, con Felipe V éste se puso al frente del “reino de España”.
Pero la mayoría de los historiadores –no los Casado, Abascal y Arrimadas de
turno- apuntan a la guerra con los
franceses y a la Constitución de Cádiz (1812) como principio de la idea de
España como” nación”. Es decir, la idea
de la “nación española” surge apenas ochenta años antes de que Sabino
Arana fundara el Partido Nacionalista
Vasco y determinara el proyecto político
de Euskadi era la patria de los vascos y las vascas.
Patrañas históricas a un lado, quienes se sienten
concernidos por esa “nación española”
están en su derecho de serlo y expresarlo.
Lo que en ningún caso es de recibo es la tentación perenne de someter a
quienes no se identifican con tal carácter “nacional” a compartir
obligatoriamente sentimiento además de su sometimiento legal y jurídico. Eso,
simple y llanamente es “supremacismo”. Y ese peligro, que se exterioriza en el
discurso de la derecha española, comienza
a ser más real que el “parto de los montes”
del que surgió un gobierno democrático.
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