“La nueva normalidad” era el título de un capítulo de la serie televisiva “El hombre en el castillo”, una producción norteamericana que desarrollaba una historia de ficción en la que las fuerzas del eje resultaban victoriosas en la segunda guerra mundial y tropas alemanas y japonesas ocupaban los Estados Unidos separando aquel país en dos.
La “nueva normalidad” era una distopía, una especie de pesadilla en la vida de las personas. La pandemia del COVID 19 ha sido un notable sobresalto en la vida de todos nosotros pero sus consecuencias , que las tendrá y muchas, no deben conducirnos a que renunciemos a volver a ser “normales”. Para ello, deberemos mantenernos firmes en seguir las pautas que las autoridades científicas nos indiquen para mantener la salud. Esforzarnos en reconstruir un país parado y conmocionado. Y, también, reconquistar la normalidad política e institucional que nos gobierne para salir adelante. Ese es nuestro objetivo. Mirar hacia el futuro afianzando el presente.
En este tiempo de “impasse”, de burbuja, hemos experimentado sensaciones otrora inapreciables. Soledad, angustia, pereza, aburrimiento. De todo ha habido. Sin embargo, de todas ellas destacaré una que por su rareza me ha llamado la atención.
Yo la denomino “efecto Fairy” y es la calma que en mí produce el tiempo de fregar los cacharros de cocina. El estropajo, el jabón, la espuma, el vidrio, los cubiertos, me relajan o cuando menos me inhiben del mundo exterior. Nada de lavavajillas. A mano, mucho mejor, aunque me dicen que así se gasta más agua y detergente. Que mi actitud es poco sostenible . Pero cuando me recriminan, pienso en el juicio del “procés” catalán y aquella declaración de la policía determinando que el “Fairy” era un componente desestabilizador del orden público pues su vertido en el suelo fue utilizado por los independentistas como arma secreta de la “sedición”. Pensar que manipulo un arma secreta en pleno Estado de alarma me resulta una idea subversiva. Lo mío debe ser reivindicativo totalmente, pero no lo voy a repetir muy alto, no vaya a ser que Macarena Olona sea más de KH7 que de Fairy , y en su próxima intervención en el Congreso pida que mis platos los limpie la UME. Y es que los militares saben de todo, como el doctor Otegi.
Volvemos a la distopía. Estamos salvados. El Ejército de Tierra español ha mediado en la pandemia y ha elaborado un informe sobre su evolución y posible superación.
Cuando lo recibí pensé en aquel chiste malo en el que se pedía a la Guardia Civil localizar el epicentro tras un terremoto y a las horas la “benemérita” contestaba que “epicentro y su banda estaban localizados y detenidos”.
El estudio militar filtrado nos anuncia que “habrá dos oleadas más de pandemia”. En verano descenderá el número de contagios, “ el calor ralentizará la expansión, pero no la detendrá completamente” y “habrá una segunda ola de COVID-19 al final del próximo otoño. Posiblemente esto mismo se repita en el invierno siguiente. Dado que existirá un mayor nivel de inmunidad social por el presente brote, que se dispondrá de más medios y se reaccionar más rápido, se espera que la intensidad de esa segunda ola sea menor. La posible tercera ola estará ya muy disminuida por disponer desde el principio de vacuna y tratamientos “ (sic)
Los militares, expertos en la materia según se deduce del informe, llegan a la conclusión de que “la segunda ola no será tan extensa ni letal como la primera, porque enseguida se tomarán medidas de confinamiento fuertes y habrán mejorado los medios y tratamientos” garantizando que “ se tardará entre un año y un año y medio en volver a la normalidad”
Lo dicho, estamos salvados. Lo afirmo yo antes de que lo afirme el delegado del gobierno. Su afán de protagonismo es inconmensurable. Ya conocimos su hiperactividad pública en la diputación de Gipuzkoa. Ahora, desde su despacho en Los Olivos, su agenda pública puede resultar frenética. A este paso, las negritas de los periódicos no van a tener espacio suficiente para sus crónicas.
Será por eso, por la falta física de espacio en los tabloides y en los informativos, por los que los medios de comunicación no han podido prestar la suficiente dedicación a la no admisión por parte de la Administración de Justicia de las denuncias presentadas por algún sindicato mayoritario contra centros residenciales e instituciones forales a las que imputaba graves acusaciones por supuestamente desatender la salud pública y el bienestar de las personas mayores allí acogidas y la seguridad del personal encargado de su custodia.
Cuando las demandas públicas fueron presentadas sí había sitio en los “espacios informativos”. Ahora, cuando las querellas han sido desestimadas por la judicatura, no. Tampoco los sindicatos en cuestión se han dado por aludidos por su acusación fallida. Una pena. Ellos están para ser un “contrapoder”. Vieja normalidad.
A la protesta y al desaire injustificable, estamos acostumbrados. Lo que ocurre es que , aún asumiendo el derecho de crítica y de libre expresión, resulta duro entender cómo se puede acusar a un dirigente político de “asesinato” y hacerlo sin guardar las medidas de protección sanitarias que todos conocemos y que quien las infringe debería conocerlas aún mejor, al tratarse, según parece, de una trabajadora del servicio vasco de salud. Ocurrió durante una visita oficial del Lehendakari Urkullu al hospital universitario de Gurutzeta donde un comité de “bienvenida” “acompañó” al presidente del ejecutivo autónomo a modo de escrache. Que en su pasado personal la sindicalista vociferante hubiera sido condenada por colaboración con el terrorismo es hasta anecdótico. Lo único que lamento es que su mención al “asesinato” no fuera sostenida en su día, cuando fue detenida y condenada. Paradojas de la vida.
Lo contrario a un futuro de ficción, ya que hablamos de la “Izquierda patriótica”, es lo que hemos visto estos pasados días. Un cajero quemado, batzokis y casas del Pueblo atacadas. Amenazas, insultos. Retorno al pasado. Al más negro y miserable tiempo en el que el odio se imponía por la fuerza. No he oído decir nada a Maddalen Iriarte sobre esta campaña de intimidación . ¿Será que el presente tampoco es tiempo de condenas?
La especie humana no tiene/tenemos solución. La estupidez que demostramos con nuestros actos es ilimitada. Y pese a que todos los días nos machaquen con datos y noticias de infectados y de personas muertas por la enfermedad, el drama se nos olvida en cuanto nos dan ocasión de sentarnos en la terraza de un bar a tomar una cervecita. Pondré un ejemplo más claro. Desde que en Euskadi se detectara, a inicios de del mes de marzo, el primer caso confirmado de coronavirus hasta nuestros días se han diagnosticado en nuestro país más de trece mil doscientos casos de personas contagiadas por el COVID 19. De ellas, desgraciadamente, han fallecido por afecciones vinculadas con esta enfermedad, cerca de mil cuatrocientas cincuenta. Ha sido un gasto humano terrible y doloroso.
Pues bien, a pesar de la emergencia -mundial que no local- , de la alerta sanitaria, de los mensajes preventivos que nos han machacado a todas horas y del sufrimiento en coste de vidas humanas que hemos tenido, desde que se decretara el “Estado de alarma” hasta el pasado día 6 de mayo, La Ertzaintza y las policías locales de la Comunidad Autónoma Vasca han interpuesto un total de 23.322 denuncias a personas acusadas de saltarse la orden de confinamiento para evitar contagios. Es decir , que el número de bobos esféricos existente en este país es mucho mayor que el de infectados por el COVID19. Con un agravante añadido; que mientras que el virus, en un alto porcentaje, se cura, la imbecilidad no. La estulticia resulta permanente.
Me chirrían muchas cosas de las que estoy viendo estos días. Termino con una apreciación que creo de mal gusto y es la actitud que han tenido determinados tasqueros al pretender llamar la atención de la opinión pública colgando esquelas en las fachadas de los inmuebles que regentan para denunciar las dificultades por las que pasan sus negocios. Que su situación no es buena resulta evidente. No obstante, interpreto absolutamente irrespetuoso para con las centenares de víctimas mortales que se ha cobrado esta pandemia (y para con sus familiares) la banalización del dolor y el sufrimiento. Se puede protestar de muchas maneras, pero con respeto.
Ya se sabe, la “nueva normalidad” conlleva también una “nueva subnormalidad”. Esperemos que no sea contagiosa.
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