sábado, 1 de agosto de 2020

MELANCOLÍA DE ESTÍO

Las vacaciones de verano  que recuerdo  solían tener otras preocupaciones. Eran momentos para  asalvajarse.  Para que las rodillas se llenaran de postillas  tras las caídas en bicicleta.  Tiempos de quemaduras solares. De cremas balsámicas post para aliviar  los efectos de la piel enrojecida. Momentos  irrepetibles  de pescar cangrejos en el río. De estudiar  en la cocina ante la atenta mirada de la madre y de su “zapatilla veloz” ante cualquier intento de  huida. 
Agosto era el mes de las chicharras. De la arena en la tortilla de patatas playera. De bucear en la piscina hasta que se arrugaran  los dedos de los pies. Tiempos de cuadrillas. De  cervecitas y corrillos. De disfrutar de la frescura de la noche. De mosquitos  y luciérnagas.  De las lágrimas de san Lorenzo en el firmamento estrellado. El verano ha sido eso y muchas cosas más.  Cada cual   lo ha disfrutado de una manera diferente. Pero, por lo general, ha sido, y para muchos sigue siendo, un  momento de desahogo. De  goce  y de felicidad.
Por eso hoy se nos hace raro mirar al calendario  y reconocer el estío cuando nos invade la adversidad. No es fácil  recrear tal ambiente cuando una enfermedad pandémica  mantiene su letalidad  en el mundo  frente al desamparo de no haber hallado aún remedio  que la combata. Y lo que es peor, cuando constatamos la estupidez  de muchos  que ignoran sus secuelas arriesgando no ya su bienestar sino el de todos. Inconscientes  de farra y botellón. 
Me temo que tendremos un verano y unas “vacaciones” solo de melancolía. De lo que fueron y no son. De añoranzas  y poco más. 
Mi pesimismo se cimenta en el cúmulo de acontecimientos negativos que se agolpan en estos últimos días. Aunque hubo  otras  fechas oscuras, no recuerdo un periodo estival tan triste como el actual en el que la principal preocupación es la salud y el desplome del empleo y la economía.
Hoy, de nuevo, la sección de las “buenas noticias” ha desaparecido de periódicos e informativos  y la palabra “crisis” ya no es  el refugio de una incertidumbre desconocida pero latente sino  el agujero cierto en el han caído  miles de puestos de trabajo. 
El retroceso  económico es tan evidente que hasta las tesis más pesimistas  han fallado por defecto. Lo hemos conocido  los pasados días; el Producto Interior Bruto  -la riqueza global generada en un país- se retraerá en Euskadi un 20% en términos anuales y el empleo  se reducirá en similar proporción. Ocho puntos más de sima que la que los expertos  dictaminaban con los primeros datos, lo que da una magnitud del desastre  en ciernes. 
Las consecuencias comienzan a verse  a modo de anuncios  de despidos masivos  (Tubacex, ITP, Aernova, Gamesa…) Pero las malas noticias van continuar y obviar este panorama no ayuda a afrontarlo con realismo. 

La pandemia ha tenido un impacto directo en el pequeño comercio, en las pymes, pero también  ha afectado de manera acusada a sectores industriales tales como la automoción, el transporte público, el ferroviario y también en el de la aviación. La caída de actividad, la ausencia de demanda, la restricción de movimientos, etc nos van a dejar un sombrío  verano y un más crudo otoño. 

Lo habíamos advertidoY nuestra voz  fue acusada de  defender a los poderosos frente a la salud colectiva. Demagogia  de carroña de quienes exigían el cierre de toda la actividad productiva bajo el falso dilema de “salud o economía”.  “Defensores de la vida” de pancarta  y agitación que   recomendaban vivamente  someter al país a una sedación  colectiva  de parálisis cuyos efectos, de haberse producido,  habrían sido dramáticos. Si de ellos habría dependido,  hoy estaríamos ante un desierto  industrial  del que, oportunistamente  nos pedirían  ser rescatados   y protegidos institucionalmente. Ocurre siempre que quienes más critican son los que más exigen pero menos apotan.

Nos está tocando vivir una de las circunstancias más excepcionales que hayamos conocido nunca, tanto por su singularidad como por los riesgos para la salud colectiva y la profundidad de la crisis económica y social que se ha desencadenado. No hay un precedente en la historia en tiempos de paz de una caída de actividad semejante. Lo mismo ocurre en la todopoderosa Alemania o en los mismísimos Estados Unidos.

La foto fija  resulta preocupante. Con  una merma en los recursos públicos   -vía recaudación- cercana a los 2000 millones de euros,  con la finalización de ERTES que dan cobertura temporal  a miles de trabajadores  y con la amenaza  de que el paro avance con efecto dominó una vez  finalizado  los escudos circunstanciales, la intervención pública y privada se hace ineludible ya.Porque hay que salir del pozo. 

La consejera  Tapia ha sugerido la posibilidad de hacer un esfuerzo entre la representación social de las empresas para, desde la flexibilidad y la seguridad,  acordar  el mantenimiento de las plantillas.  Que todos arrimemos el hombro  para evitar males mayores. Pero sus palabras han sido demonizadas por quienes  etiquetan  cualquier opción colaborativa con el “neoliberalismo”.

Pero si el concepto de negociar salarios a cambio del mantenimiento del empleo lo desarrolla  la secretaria general de LAB, Garbiñe  Aranburu, la idea deja de ser una “provocación” neoliberal  de quienes siempre se alinean con la patronal, para convertirse en una propuesta  responsable y positiva, a ojos de esa Izquierda patrióticade consigna y agitación
No esperemos en esta situación de alerta, por lo tanto, ni la más mínima concesión. Ni colaboración ni tregua, de quienes viven cómodamente instalados en el reproche

El próximo lunes se constituirá  el Parlamento Vasco. Comenzará la duodécima legislatura  de una institución  que, esperemos pronto, alumbre un nuevo gobierno que disponga de la mayoría suficiente que le permita ejecutar una acción decidida  contra la crisis y que  sortee todos los obstáculos que la oposición disponga en su camino. El primer objetivo del nuevo ejecutivo será aprobar un presupuesto  de respuesta a la depresión. Para hacerlo posible y habida cuenta la caída recaudatoria, se obliga a echar mano de fondos suplementarios, vía déficit  y endeudamiento. La salud financiera de las instituciones vascas,  que han gestionado con rigor las arcas públicas en los pasados años, permite a las administraciones de Euskadi  proyectar endeudamiento extraordinario. Pero como la determinación de la senda de déficit resulta tutelada por las instituciones europeas se hace necesario pactar con el Estado los límites  de ese déficit.  Para eso resultaba urgentenecesario, convocar la Comisión Mixta de Concierto Económico lo antes posible. Así lo establece nuestro sistema jurídico de relación bilateral, algo que la ministra de Hacienda,  Maria Jesús Montero ha eludido en todo momentoLa portavoz  y titular de Hacienda  pretendía que Euskadi pasara por el aro de su tutela y lo que hizo fue alimentar un conflicto institucional y político de primer nivel.  Pero las relaciones institucionales no pueden ser entendidas como un trágala o una imposición. El plante del lehendakari Urkullu y del PNV al gobierno de Sánchez era mucho más que el síntoma de un malestar. Era la constatación de que Euskadi no cejaría en su empeño por habilitar los fondos necesarios -los suyos propios- para hacer frente a la crisis. Era la constatación de que el próximo gobierno vascoelaborará sus presupuestos  atendiendo a sus necesidades   económicas.  Sí o sí.

A Pedro Sánchez le está costando darse cuenta  que con los nacionalistas vascos no valen los engaños ni las promesas incumplidas. Por mucho que la cofradía de palmeros que le ovaciona en el Congreso en un cesarismo inútil o la agenda mediática que sus asesores de imagen le preparan meticulosamente, Sánchez sigue siendo débil, y necesita atesorar los apoyos parlamentarios que posibilitaron su acceso a la Moncloa. Hacer gobierno era una cosa y otra bien distinta gobernar
Desconozco en qué sustenta  Sánchez su convicción de que su actual legislatura  será “larga y fructífera”. Su escasa fiabilidad en el cumplimiento de los compromisos la falta de respeto  que en ocasiones su gobierno demuestra al statu quo del autogobierno vasco y su singularidad ponen en duda tal vaticinio.  El porvenir que le aguarda, por estos derroteros, se presenta negro. Como la coyuntura que vivimos. El horizonte que se dibuja nos invita a la melancolía. Como el estío que nos envuelve. 
Urkullu acaba de dar una nueva lección de responsabilidad y de firmeza. Ojalá Sánchez responda de igual manera.Que el espíritu de San Millán de la Cogolla y sus raíces literarias  castellanas y euskaldunes nos proteja. Lo vamos a necesitar.

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