sábado, 10 de julio de 2021

LA ORQUESTA DE SÁNCHEZ DESAFINA

Casi me había olvidado de él. Pensé que había dejado la política pero no. De repente  me encontré que seguía siendo ministro. Ministro ¿de qué? De consumo. Sí, Alberto Garzón es ministro. Aunque no lo parezca. Apenas ha salido  públicamente a la palestra. 

 

Creo que  intervino en la adopción de alguna medida para hacer frente al problema de la ludopatía. Un grave asunto que carcome a muchas personas que destroza porvenires, familias y proyectos de vida.

 

Mi memoria no alcanza a recordar nada más en lo que  haya sido protagonista.

 Entendí que un joven político, comprometido socialmente, tuviera un liderazgo institucional prometedor. Pero, más allá de aquella iniciativa, Garzón ha estado apagado, o fuera de cobertura.

 

No sé si el liderazgo de Pablo Iglesias, mientras  fue vicepresidente, eclipsó al dirigente de Izquierda Unida. O si lo de estar en un gobierno le venía grande. Lo cierto es que solo otro compañero de gabinete ha estado  más ausente del protagonismo público. Se trata del ministro de Universidades. ¿Hay una cartera de Universidades? La página web de la Moncloa dice que sí.

 

Su  titular será, seguramente, un buen tipo. En la foto oficial, Manuel Castells -que así se llama el alto cargo- tiene pinta de profesor de latín.  Muy de “lenguas muertas”. Para mi sorpresa, descubro que también hay un ministerio de Cultura y deportes. Y una cartera de Ciencias e Innovación. Aunque su titular parece estar siempre en la luna.

 

Hay muchos ministerios. Tantos como veintidós. Una barbaridad. Pero el guion de la coalición  obligaba y así el reparto. Parece una tómbola.

 

Pero volvamos con Garzón. Su ilustrísimo camarada  ha roto el  silencio. Lo ha hecho  entrando en el escenario público como elefante en una cacharrería. Ha cobrado protagonismo para decirnos que comemos demasiada carne. Que debemos consumir menos chicha. Por salud, por el medio ambiente, por el planeta. Por la estrategia 2050. Sí, esa en la que  los estrategas de comunicación de Moncloa pusieron un “cero” a la izquierda.  

 

El joven dirigente de Izquierda Unida nos pide que cambiemos de dieta. Dice que lo hace por nuestro bien. Porque  las reses cárnicas consumen mucha agua y generan  gases contaminantes que promueven el efecto invernadero. No nos ha pedido que nos hagamos “veganos”, ni que comamos “tofu” como ha apuntado maliciosamente  el presidente cántabro. Revilla es de la “vieja escuela”.  De los de chuleta, café, copa y puro.

 

El discurso del todavía ministro de Consumo,  no fue tan radical como se ha dicho, pero creo  que, muchas veces, el exceso ideológico  hace cometer errores como el presente. Más un exceso  verbal de complejo pijo-progre que otra cosa.

 

A mi carnicero del barrio  no le ha hecho ni puta gracia  la campaña  ministerial. Bastante jodida está la vida y la competencia como para que desde los poderes públicos desincentiven el consumo.

A los ganaderos tampoco les ha gustado la intervención del consejero. Mi amigo  Domingo estará que trina. Es pastor y ganadero. Se dedica criar corderitos -lechazos- para el mercado interno. El cierre de la hostelería durante la pandemia  le hizo polvo. Luego vino la protección pública  del lobo (que tradicionalmente golpea a sus rebaños sin que nadie lo remedie). Y ahora la “ocurrencia” de Garzón.

 

No es de extrañar que Luis Planas, compañero de gabinete (Agricultura, pesca y alimentación) esté rebotado. La intervención del “colega” de Consumo le ha sentado como una patada en ciertas partes. Las palabras de Garzón le han parecido  “injustas”, “erróneas” y están “fuera de lugar”. Su desahogo ha sonado a duelo al amanecer.  

 

El ruido de la polémica ha crecido hasta tal punto que Sánchez  se ha visto en la obligación de terciar en el lío para desautorizar al representante de Unidas Podemos.

 

Lo ha hecho al más puro estilo de Arias Cañete o de Fraga en Palomares. “A mí -ha dicho Sánchez en Lituania-, donde me pongan un chuletón al punto…eso es imbatible”. Feo, muy feo.

 

La última trifulca entre socios resucita la impresión de que el ejecutivo de coalición se parece más a un grupo de comandos autónomos que a un equipo conjuntado. Es como una orquesta en la que nadie toca la misma partitura y el sonido que provocan solo es ruido. Música ratonera que diría mi madre.  

 

Las disputas entre socios, cuando no entre titulares de carteras diferentes,  han vuelto a evidenciar que un ciclo gubernamental ha acabado. Que nos aprestamos a asistir a otra formulación.

 

Las discrepancias en la ley “trans”, en la política de alquileres, en la reforma laboral, en la transición energética o en la  investigación al rey emérito, y  la necesidad de visibilización  del socio pequeño frente al mayoritario, ha minado la imagen de un ejecutivo sólido y fuerte.

 

La salida de Iglesias del gobierno dio, en cierto sentido, una tregua a la polifonía discordante instalada de forma permanente  en el seno gubernamental.  Parecía que, por fin,  con Pablo Iglesias fuera de juego, Pedro Sánchez dormiría tranquilo en la Moncloa. Pero no. Asentada ya la figura de la nueva coordinadora general de Unidas Podemos, la también ministra Ione Belarra, el retorno a la tentación de  que cada cual marque su territorio, parece irreversible. De ahí que el episodio protagonizado por Garzón  no sea anecdótico. Los morados deben  convencernos de que no han perdido músculo. Que sin Iglesias siguen igual de irredentos y de inconformistas. Aunque Yolanda Díaz represente el contrapunto.

 

A esto hay que añadir la existencia de ministros “solistas” que funcionan por libre. Es decir, que toman las decisiones que individualmente consideran más apropiadas sin encomendarse a nadie.

 

“Versos sueltos” que  hacen gala de desoír acuerdos parlamentarios, compromisos políticos o pactos básicos por los que su minoritario gobierno ha conseguido la mayoría  suficiente para continuar adelante en una  complicadísima legislatura. Alianzas  que si no se refuerzan o respetan, podrían causar un desequilibrio  incomodo al inquilino dela Moncloa.

 

Entre estos  “solistas” se encuentra el controvertido Jose Luis Escrivá (Inclusión, Seguridad Social y Migraciones). Escrivá es un hombre de gran autoestima. Que se siente autosuficiente  y a quien el diálogo parlamentario o con otras administraciones (sobre todo las autonómicas) le está de más.

 

Aitor Esteban volvió a retratarle en el último pleno del Congreso al señalar  su actuación como “en Yo, robot, como si no existiera nada alrededor”

 

 Sus posiciones en relación a la reforma de las pensiones -desoyendo la negociación con los participantes en el “pacto de Toledo”-, sus improvisaciones, desmentidos y puntualizaciones  al respecto; la errática actuación en materia  migratoria y la cerrazón e incapacidad en habilitar eficazmente el Ingreso Mínimo Vital, le convierten en una mina a la deriva que pone en riesgo la estabilidad del propio gobierno de coalición.

 

Sin embargo, esa interpretación, de ser una bomba de relojería para Sánchez, asumida por diferentes observadores, no es compartida por el protagonista, quien en su fuero interno aspira a tener un mayor protagonismo en los futuros ciclos que el gobierno de Pedro Sánchez pueda llegar a tener.   

 

Sánchez sabrá en quien deposita su confianza y qué responsabilidades le faculta a tener, pero el empecinamiento de quien se está negando a transferir a Euskadi el IMV o la  pretensión gallarda expresada por el mismo ministro Escrivá de evitar cualquier traspaso del régimen económico de la seguridad social, puede poner en riesgo el necesario apoyo de un socio tan importante para el PSOE como es el PNV.

 

El malestar generado por Escrivá en los nacionalistas no es el único. Desagradan particularmente  desencuentros o decisiones aisladas del ámbito de la Hacienda o de Fomento. Es como si algunos se olvidaran enseguida de que para poder gobernar es necesario dialogar, acordar y posteriormente cumplir lo pactado.  Necesitan una llamada de atención para darse cuenta  de la fragilidad de su equilibrio y volver a la armonía de una sintonía que no admite  ni versiones desafinadas ni solistas  desacompasados.

 

La orquesta de Pedro Sánchez suena mal. Desafina y chirria. Necesita mano firme en la batuta para volver a la partitura y hacer música. El ruido está instalado enfrente. En el “frente de Colón” . En la derecha  que  representa  el “extremo”  y la que juega a serlo con más contundencia.   No se contagie del barullo y retorne a la armonía. En el concierto, muchos le estaremos esperando.

 

 

1 comentario:

  1. Hoy no compartiré el artículo. Pienso que se ha tratado al profesor Castells y al ministro Duque de una manera muy poco seria cuando son los ministros con mejor formación en el gobierno español

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