La Revolución francesa (1789 – 1799) constituye uno de los capítulos más importantes de la historia moderna. Fue la caída violenta del Antiguo Régimen y la llegada de un nuevo orden contemporáneo. Se cumple ahora el aniversario en el que, por primera vez, una constitución recogía una declaración de derechos del ser humano. Allí, los “súbditos” pasaban a ser “ciudadanos” consagrándose las bases del actual estado de derecho. El nuevo tiempo se forjó bajo los principios éticos de la “libertad, la igualdad y la fraternidad”. Fueron los valores luminosos de una ilustración cuyo reverso en la moneda constituyó una orgía de sangre en la que convivieron lo mejor y lo peor de la condición humana; la valentía y el miedo, la generosidad y la vileza, la avaricia y el derroche, lo auténtico y lo falso, la crueldad y la dulzura.
En la revolución francesa no solo rodó por los suelos el denominado “anciene régime”. Rodaron cabezas –y muchas- disociadas de los cuerpos por la acción mortífera de una cuchilla llamada guillotina. (17.000 decapitaciones entre septiembre de 1793 y marzo de 1794).
La pugna mortal entre la burguesía y la nobleza, utilizando a las clases populares como ariete para la delación, el acoso, el falso testimonio, la venganza o la pura inquina, convirtió el “ajusticiamiento” en una liturgia macabra, deshumanizada y cruel. Los “tribunales populares” acusaban y sentenciaban. La muerte, rápida y sangrante como nunca, llenaba las plazas públicas de agitadores ávidos de decapitaciones. Entre quienes más alimentaron aquel cuadro de terror se encontraban las “tricoteuses”. Se denominaba así a un grupo de mujeres que apoyaban ruidosamente los discursos más radicales, exigiendo la pena de muerte contra todos los reos que pasaban por los “juicios populares”, mientras no dejaban de hacer calceta.
Tales personajes jaleaban a los condenados de camino al patíbulo, insultándoles y acusándoles de todo tipo de fechorías y actuaciones. Y cuando se producía el ajusticiamiento, las “tricoteuses” se aposentaban cerca de la guillotina para seguir de cerca el acontecimiento sin perder detalle. Siempre con aguja y lana en ristre y con indisimulado deleite sanguinario.Esta imagen de la “difamadoras” tejedoras, me ha venido a la cabeza al conocer la decisión de un juzgado de Vitoria que ha rechazado imputar por asociación ilícita al que fuera consejero de Sanidad, Jon Darpón y a la exdirectora general de Osakidetza, María Jesús Múgica, en la investigación que viene desarrollando alrededor de la Oferta de Empleo Publico del Servicio Vasco de Salud. La decisión de la juez –dos años después de la dimisión del consejero Darpón- , no deja margen para la duda. Es categórica. La instructora dice que no consta, "siquiera indiciariamente, que se hayan constituido en una asociación paralela, o que se hayan reunido con ninguna finalidad ilícita, ni que hayan realizado o promovido ninguna conducta ilícita", de manera que rechaza la solicitud del sindicato LAB, parte acusadora del caso.
En este momento clarificador es digno señalar a tres parlamentarias que protagonizaron una acción permanente de acoso y derribo contra Darpón y su equipo. Fueron Cristina Macazaga (Elkarrekin Podemos), Rebeka Ubera (EH Bildu) y Laura Garrido (PP). No podemos olvidar el hostigamiento, las imputaciones, las calumnias vertidas contra los dirigentes institucionales a fin de menoscabar su reputación, presentándolos ante la opinión pública como delincuentes culpables de nepotismo, de tráfico de influencias, etc.
Su acción no ha sido esporádica. La siguieron practicando, dimitido Darpón, con Nekane Murga y luego con Gotzone Sagardui. Han repetido la ruin escena de repartir porquería, apoyadas en el contexto de una pandemia inédita. “Enchufismo”, “mentirosos”, “falta de previsión”, “gestión caótica y plena de irregularidades”. Todo hasta llegar a cargar en los responsables públicos con el peso de las víctimas mortales del coronavirus.
Después del desmentido judicial, que preserva la inocencia de Darpón y Múgica, no hemos visto que Ubera, Macazaga o Garrido hayan dimitido. Tampoco se han disculpado. Al parecer, no va con su conciencia. Ni con la calaña de las formaciones políticas que han acusado a las instituciones vascas de abandonar a nuestros mayores en las residencias. Los que dijeron que antes que la protección asistencial a la tercera edad, nuestros dirigentes buscaban el negocio desatendiendo su bienestar y su salud.
Ha tenido que ser la fiscalía, en su memoria del año 2020, la que en documento oficial ha rebatido la injuria. “Las instituciones vascas realizaron un esfuerzo ímprobo y extraordinario para hacer frente a la pandemia de covid-19 en las residencias”. “Ímprobo” y “extraordinario”. Aún así, habrá quien continúe con la sucia cantinela del desamparo y de la explotación económica. Una actitud deplorable que, espero, la ciudadanía sepa censurar y poner a cada cual en el lugar que le corresponde.
En paralelo, reivindico desde estas líneas la honradez, la entereza y la entrega al servicio público de quienes han padecido la injusta carga de una acción política destructiva y sucia.
Vienen tiempos de cambio. También, según parece, en lo correspondiente a la pandemia. Ojalá se cumplan y en tres semanas veamos al fin la luz. Y vienen igualmente, otro tipo de “cambios”. No serán tan profundos y densos como los provocados por la revolución francesa. Pero serán igualmente importantes en nuestras vidas. Asistimos a un momento histórico mutación. La pandemia nos ha enseñado que la globalización marca la pauta de la actividad humana. Para bien, pero también para mal. Que el nivel de desarrollo nos permite avances tecnológicos y científicos inimaginables, pero que también provoca alteraciones como la crisis climática que, de no abordarla con rapidez y eficacia, va a resultar catastrófica para el planeta.
Cambios también en el esquema económico, energético y en el mapa geoestratégico.
La llegada de Joe Biden a la Casa Blanca nos ha permito recuperar el resuello perdido por la amenaza permanente del populismo de Trump. Pero, la idea de “America First” (América primero) ha enraizado profundamente en la sociedad estadounidense, y pobremente en su gobierno. Ahí se entiende la rápida y, hasta cierto punto, caótica retirada estadounidense de Kabul. Porque lo prioritario para Biden al día de hoy es la política interior, y allende sus fronteras, el papel exterior de China, la emergente superpotencia que amenaza su hegemonía
Todo ello con una Europa que continúa sumida en la irrelevancia. Al brexit británico, debemos añadir el incierto futuro de una Alemania sin Merkel. El día 26 del presente mes de septiembre habrá elecciones en Alemania y los sondeos pronostican un vuelco político en el corazón y motor de la Unión. La CDU, partido mayoritario desde hace décadas, podría perder su liderazgo en beneficio de los socialdemócratas y, especialmente, los “Verdes”, cuya representación, al igual que la de la extrema derecha (Alternativa para Alemania) se verá notablemente incrementada.
La ausencia de Merkel se dejará notar. No solo en Alemania, sino en Europa. Ella ha sido una líder sólida, seria, creíble y valiente (no olvidemos que en 2015 recogió en Alemania a un millón de refugiados sirios). Echaremos de menos su sobriedad y solvencia.
Y para cerrar el círculo, en abril del próximo año deberá elegirse al presidente de la república francesa. Con Macron en horas bajas y sin más aspirantes desde el lado republicano, se antoja posible una oportunidad ganadora para el Frente Nacional de Marine Le Pen.
Con este panorama, con los Estados Unidos absortos en sus problemas, y Alemania y Francia pendientes de un suspiro, la “Hispania” de Sánchez y Casado, sigue provocando vergüenza ajena. Y eso lo dice un nacionalista vasco al que la única gobernabilidad que le interesa es la de Euskadi. Llegado un nuevo “periodo de sesiones”, el parlamento de Gasteiz abrirá el próximo jueves 16, un nuevo capítulo en el que el Lehendakari Urkullu presentará los retos inmediatos que abordará su gobierno. Retos para un cambio de ciclo. Si nuestros dirigentes son capaces de presentar un camino de confianza que aborde los desafíos que salgan a nuestro paso, tendremos una oportunidad para construir una nueva Euskadi. Si Urkullu garantiza en la propuesta de acción de gobierno que presente, estabilidad, seguridad y templanza, estará abonando el terreno para, en el cambio que viene, germine en Euskadi el bienestar y el progreso de una sociedad fuerte y con ganas de crecer. Y, el que no quiera sumarse a este proyecto, que siga haciendo calceta.
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