sábado, 18 de octubre de 2025

LOBOS Y BORREGOS


Los españoles acaban de celebrar su “fiesta nacional”. No, no me refería a la tauromaquia, sino a la fecha señalada en el calendario para honrar su identidad política. Ni más ni menos que el 12 de octubre, fecha en la que , según han contado, Cristóbal Colón, un ciudadano de procedencia no autentificada aún, “descubrió” el “nuevo continente” americano, y por ende  abrió la puerta a su colonización. Otrora, la mencionada cita en el almanaque,  fue señalada como ”el día de la raza”, un eslogan supremacista propio de quienes se creían dueños de un “imperio en el que no se ponía nunca el sol”.  Denominación que desapareció de los boletines oficiales  ya que al día de hoy resultaba poco presentable exaltar el linaje como elemento distintivo de una comunidad, aunque para algunos “patriotas” de pulsera  rojigualda dicha apelación continúa en su delirante imaginario.

Sea como fuere, los españoles tienen derecho a celebrar festivamente su nacionalidad. Lo respeto , aunque tradicionalmente lo hagan con un desfile de sus fuerzas armadas, que según la  constitución en vigor,  son los poderes  fácticos que velan por su “indisoluble unidad territorial”.

A sus nacionales, les asiste, igualmente, el derecho a emocionarse  y conmoverse ante el paso ligero de una cabra -en esta edición un borrego macho de 3 años llamado “Baraka”- abriendo la marcha de la Legión por el madrileño paseo de El Prado.

La “hispanidad” es un concepto etéreo pero que incita un destacable consenso, algo inusual en la fragmentada sociedad política peninsular. Y es que lo más parecido a un nacionalista español de derechas es un nacionalista español de izquierdas. Inaudito pero real. Ejemplos; para Isabel Díaz Ayuso , lo hispano es "la obra de siglos sin la que no se entendería el mundo". Pedro Sánchez por su parte lo relaciona con el “orgullo de pertenecer a una cultura y una diversidad que nos hace especiales”, mientras que para Núñez Feijóo, representa la autoestima  “de una historia en común" y , "la ambición de un futuro compartido".

Las diferencias de matiz, al menos en lo que a la derecha  tradicionalista se refiere , comienzan cuando  el concepto  de la “españolidad” se aplica a “los de aquí y a los de allí”.  Resumiendo: a los “patas negras” autóctonos, y a los sobrevenidos migrantes.  Para los primeros , se da por hecho que el rasgo identitario español es algo congénito, intrínseco a su condición aborigen. Sin embargo , para los segundos, los “populares” y su escisión extrema de VOX,  la “españolidad” de los advenedizos necesita recobrar un sentido de “nacionalidad” más elevado. Necesita demostrarse. Es decir, considerarla como “un mérito, un premio al esfuerzo y a la integración, en lugar de alcanzarse por una simple gestión burocrática de vecindad o parentesco.  En otras palabras, según recientes reflexiones de Núñez  Feijóo, “la nacionalidad española no se regala; se merece”. Y él y los suyos, parecen haberse constituido en el  tribunal evaluador que analice  si los rasgo de una persona son suficientes y adecuados para ser considerada “española” de pleno derecho. 

Ni que decir tiene, que hacer estos distingos deja en el ambiente un cierto aroma xenófobo muy en boga en los últimos tiempos en todas partes -recordemos a Trump con su movimiento “MAGA” o a los populismos de extrema derecha en Alemania, Italia, el Reino Unido o Francia-.

Ahora que el Partido Popular establece las bases para emitir carnets de “españoles” o de “nacionales” entre las personas, me vienen a la memoria las tonterías que se dijeron cuando en la propuesta para establecer un nuevo estatus político para Euskadi se acusaba a los promotores del borrador presentado en el Parlamento Vasco de disociar “vascos de primera y de segunda”. La intención era diferenciar en un texto jurídico “nacionalidad” y “ciudadanía”.  La primera establecía la posibilidad voluntaria de identificarse oficialmente como “vasco-a” y la segunda marcaba un “statu quo” igualitario para todos los que convivieran en el espacio jurídico de Euskadi. Mismos derechos y mismos deberes. Pero  “manipula manipulandi”, quienes siempre tienen patente de corso para impedir el reconocimiento identitario de quienes no piensan o sienten como ellos, tildaron aquella reforma de “excluyente”, “discriminatoria” y no sé cuántas barbaridades más.

Ahora quienes nos “regalaron” a los vascos , sin que nadie se lo pidiera, la nacionalidad “española”, para hacernos “iguales” a los demás habitantes del Estado, nos dicen sin rubor que quien quiera  ser “español” debe hacer méritos y ganárselo.

¿Por qué se nos obliga, a quienes  no tenemos interés en ser meritorios ni pretendamos  ganarnos tal vitola de hispanidad, a “lucir” en el documento de identidad “nuestra” españolidad no deseada?

 ¿Por qué, quienes, libre y legítimamente, pretendemos identificarnos sólo como vascos tenemos que ser “españoles” de manera forzosa?

Quienes como yo tenemos antecedentes  y lazos familiares  y de proximidad con el Estado, no sólo respetamos a quienes se quieran identificar con la españolidad. Faltaría más. Entendemos que cada cual  defienda sus raíces y el acerbo de su identidad. Pero , ¿es tan difícil de entender que quienes nos identificamos con la vasquidad tengamos el mismo derecho y se nos deba el mismo respeto que a quien se manifiesta de manera distinta? ¿Es tan difícil entender  que nos sintamos  de nacionalidad vasca sin renunciar a los ancestros? ¿Se puede amar lo que se  eres sin odiar lo que no eres? 

  

Además del desfile madrileño con la patrulla aérea  correspondiente tiñendo el cielo de estelas rojas y amarillas y el borrego de la Legión, suele ser costumbre que los “españoles” más “auténticos” de todos, los herederos de Franco y Primo de Rivera, se vistan con sus mejores galas de camisas azules, yugos y flechas incluidas y saquen las banderas del aguilucho para procesionar a los sones del “Cara al sol”. Este año los fascistas de la Falange (Española y de las JONS , por supuesto) , decidieron hacerse notar y conmemorar la “hispanidad” en Euskadi, concretamente en Vitoria-Gasteiz.

El interés de estos grupos fascistas  por hacerse llegar a las calles de Euskadi es una manera de provocación de nostálgicos irredentos a los que exhibir su matonismo totalitario les excita. Sí, les pone berracos. De ahí su querencia por venir a violar la tranquilidad y la convivencia en nuestro país, un país especialmente sensible con los franquistas por haber sido víctima pasada de su represión, persecución y castigo.

El pasado domingo fue Vitoria Gasteiz donde la organización, sorprendentemente legal aún, decidió manifestar su apología del fascismo y tocarnos “los cataplines” con las manos frías . Su sola presencia anunciaba incomodidad y conflicto.  Pero la preocupación y la inquietud se transformó en consternación y angustia cuando un grupo antagónico radical decidió impedir violentamente  la marcha ultra por la capital de la Comunidad Vasca. Ultras de un lado y de otro; fascistas de una parte, y antifascistas de otra; herederos del franquismo y de la kale borroka convirtieron la paz dominical gasteiztarra en un infierno de batalla campal en el que ni el dispositivo de seguridad de la Ertzaintza  fue insuficiente para evitar  un brote de inusitada violencia y destrucción. Odio  organizado en estado puro, con centenares de activistas entregados a la destrucción, el terror y la intimidación.

A los de siempre, a quienes hasta hace poco alimentaban este tipo de actuaciones de terrorismo callejero,  les ha molestado que desde el departamento vasco de seguridad, y desde otros ámbitos políticos, se haya equiparado el carácter  totalitario y facineroso de los grupos ultras con el de los componentes del “antifascismo” proveniente del antiguo MLNV.  Oscar Matute y Peio Otxandiano  han criticado la “equidistancia” de las críticas  públicas  de los responsables públicos de la policía vasca. Ambos, que solo han querido ver la responsabilidad del episodio en los falangistas,  tampoco han condenado la barbarie y el clima de terror provocado en las calles de Gasteiz por los borrokas  de proximidad. “No somos ni jueces ni curas” ha señalado el portavoz parlamentario de EH Bildu para negarse a reprobar el comportamiento incívico y destructivo de quienes alimentaron la provocación con una violencia previamente diseñada y planificada.  Excusas y explicaciones  que suenan a otros tiempos que esperemos no vuelvan jamás.

“El roto” , el  opinador gráfico de “El país” tenía razón.  “Los peligrosos no son los lobos. Los peligrosos son los borregos”. ¿Equidistantes? Por supuesto!

sábado, 11 de octubre de 2025

BANALIZAR EL SUFRIMIENTO

Tenía razón John Carlin cuando el otro día escribía en “La Vanguardia” que, por desgracia, no
todas las víctimas de genocidios son iguales. El escritor y periodista británico, reflexionaba en
relación a las respuestas emocionales que las sociedades occidentales expresan ante
cataclismos humanitarios que provocan miles de víctimas inocentes.


Carlin partía de la base de que “todas las víctimas son iguales” haciendo un guiño al concepto
que desarrolló Georges Orwell en su libro “Rebelión en la granja” (“todos los animales son
iguales, pero algunos son más iguales que otros")


La novela de Orwell narraba una revuelta del ganado contra los granjeros humanos, teniendo
como inspiración el deseo básico de igualdad y libertad. En su relato, Orwell fabuló a los
animales estableciendo sus principios de convivencia, “siete mandamientos” cuyo objetivo
final era el de la igualdad de todos sus componentes. Sin embargo, pasado el tiempo, los
cerdos, convertidos en élite gobernante, comenzaron a gozar de privilegios que manipularon
los principios originales de la revolución concluyendo que la sublevación igualitaria terminara
en una nueva forma de tiranía y de desigualdad donde la élite (los gorrinos) gozara de un
estatus superior al resto de especies. De ahí la frase de que “todos los animales son iguales,
pero algunos son más iguales que otros".


Carlin, asume este principio en el comportamiento de las personas y determina que resulta
paradójico que se hagan distingos entre dramas humanos de primera y de segunda división.
Nos pese o no, tiene razón. No sentimos con el mismo énfasis dramas que conllevan un
sufrimiento incalificable. Discriminamos injustamente el padecimiento de la gente según
criterios absolutamente subjetivos .


Está claro que el conflicto entre Israel y Palestina ocupa, en preocupación social, un lugar
predominante. En occidente, al menos en las sociedades avanzadas y con vocación progresista
en lo que a derechos humanos y libertades se refiere, Palestina está en el imaginario global de
mayor simpatía de la ciudadanía. Euskadi, paradigma de sociedad solidaria y empática con los
desfavorecidos -sean estos de cualquier origen o condición- lidera esa vocación de cercanía y
apoyo a Palestina. Una solidaridad a veces acrítica, incapaz de analizar los errores compartidos,
convirtiendo la pugna de dos partes en una relación maniquea de buenos -los palestinos- y los
malos -los israelíes-.
 

El genocidio perpetrado contra la población de Gaza como respuesta judía a los actos
terroristas de Hamas , ha movilizado conciencias y ha tenido en vilo a diario a cadenas de
televisión, radios y prensa escrita.
 

Las matanzas, la persecución, la hambruna y el intento prolongado de aniquilación del Pueblo
Palestino ha hecho activarse a miles de personas. Se ha pasado de la libre expresión al boicot
de pruebas deportivas o la movilización masiva. Las iniciativas solidarias han sido diversas, y ,
entre ellas se ha llegado a fletar una denominada flotilla , calificada por sus promotores “de la
libertad” cuya actividad, supuestamente de ayuda humanitaria (nadie sabe ni los alimentos, las
mantas, medicinas o materiales de apoyo que transportaba) ha centrado la atención de casi
tantos minutos de noticieros como los devastadores ataques armados contra la población
indefensa de Gaza.

La citada “avanzadilla” marítima tenía como objetivo, según palabras de sus notables
patrocinadores , “romper el bloqueo” con que Israel sometía a Gaza. Un propósito loable si su
acción hubiera resultado verosímil, pero, en tanto en cuanto fue concebido como una especie
de “reality show” retransmitido en directo, su impacto quedó reducido a lo que , realmente
buscaba, la publicidad de un acto simbólico con más ideología que práctica. Efectismo frente a
la violencia de verdad.


Finalmente , interceptados, detenidos y devueltos a casa por el ejército israelí, la “armada
invencible” de telepredicadores y vendedores de humo, acabó con un minuto de gloria en los
medios de comunicación, cuyo seguidismo , en algún caso, debería hacernos reflexionar sobre
la vocación informativa como servicio público o como puro medio de entretenimiento.

El término de “genocidio” se ha utilizado por lo expertos internacionales para definir
persecuciones y matanzas diversas. Aunque el interés generado hacia ellos por la “progresía”
occidental no haya organizado ni flotillas ni movimientos reivindicativos de protesta. Por
ejemplo, el conflicto que desangra a Sudán parece una barbarie olvidada. Allí, en una especie
de “guerra civil”, han muerto 400.000 personas, 12 millones han tenido que huir de sus
hogares y cerca de 25 millones de víctimas conviven con el hambre. Las peores atrocidades
han sido provocadas por un grupo denominado Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR), una especie de
milicia, apoyada por los Emiratos Árabes Unidos, que es capaz de asesinar a todos los varones
de diversas aldeas (incluidos los niños mayores de diez años) y de violar a las mujeres y a las
niñas so pretexto de acabar con toda la población de raza negra en la zona.
 

El sufrimiento en Sudán no es nuevo ni reciente pues varios gobiernos norteamericanos lo
definieron como genocidido, hasta el punto que Anthony Lake, quien fuera consejero nacional
de Seguridad de Bill Clinton y luego dirigió Unicef, afirmara al respecto que la masacre de
Sudan “es como la de Gaza -que ya es suficientemente horrible-, pero peor”. Pese a ello, nadie
ha alzado la voz ni contra Abu Dabi ni contra Dubai, emiratos que prestan apoyo logístico y
económico al conflicto. Tampoco hemos tenido noticias de protestas o boicot ante el negocio
del futbol europeo o estatal, inyectado de petrodólares proveniente de aquellos impulsores
de las matanzas en Sudan.
 

Otro segundo ejemplo; la actual Myanmar o antigua Birmania y la persecución de la etnia
“rohingya”, una minoría de carácter musulmán represaliada y reprimida por la actual junta
militar gobernante tras años de conflictos, persecución y desplazamientos forzosos. Más de un
millón de personas viven fuera de sus hogares, especialmente en campos de refugiados en
Bangladesh, dependiendo completamente de la asistencia humanitaria para su protección
(alimentos, agua, refugio y salud) 
 

A pesar de su presencia histórica, los rohingya carecen de reconocimiento oficial como
comunidad étnica.  Su persecución ha sido denominada por las Naciones Unidas como
“genocidido” pues se les ha negado la identidad legal o ciudadanía lo que les ha convertido en
la mayor población apátrida del mundo. Esa falta de reconocimiento oficial deja a las familias
rohingya sin derechos básicos y protección, haciéndolos susceptibles a la explotación, violencia
sexual y de género, y diversas formas de abuso. La mayoría de los refugiados rohingya
apátridas (98%) residen actualmente en Bangladesh y Malasia. 
 

Ningún actor de Hollywood ni personaje mediático ha salido a la calle para denunciar el
gonocidido rohingya . Tampoco  para alzar la voz por la limpieza étnica en el enclave de Nagorno Karabaj donde 100.000 personas han tenido que huir recientemente de sus casas
ante la ofensiva de Azerbiyán que amenaza ahora con invadir Armenia. Eso no tiene impacto
mediático. Es de segunda división, no como la cruel ocupación israelí de Gaza. 

 

La causa palestina genera más simpatías que el dolor de Ucrania, donde los delirios imperialistas de
Putin ha provocado ya más de millón y medio de víctimas entre muertos y heridos de ambas
partes. Y, a pesar del importante apoyo económico y militar de occidente, tampoco hemos
visto a intelectuales o líderes de la opinión publicada manifestarse ante la embajada rusa en
Madrid. Ni hemos visto a esas mismas formaciones supuestamente progresistas que enarbolan
el pañuelo palestino como un símbolo de amistad , agitar de igual forma la bandera de Ucrania
frente al autoritarismo devastador del Kremlin. Antes, al contrario, han exhibido banderas del
Donbass pro ruso con el que se posicionan sin disimulo.


Sí, hay víctimas de primera y de segunda, genocidios con mayúsculas y con minúscula. Buenos
buenísimos y malos malísimos. Y también hay respuestas sinceras y manifestaciones
posturales que dejan la ética a un lado para reflejar solamente el perfil más ideológico
interesado de quienes trivializan el dolor con pronunciamientos efectistas, más próximos a las
artes escénicas que al compromiso efectivo .
 

No seamos lelos. Dejemos de aplaudir las patrañas de activistas de propaganda que se sienten
satisfechos de lavar sus conciencias con operaciones cosméticas que solo buscan su
notoriedad o ser los más “guays” ante la opinión pública. Dejemos de banalizar el sufrimiento
y con humildad, entendamos que todas las víctimas de “genocidios” son iguales y que todas, y
recalco lo de todas, se merecen el mismo respeto.