Si tener un balón de reglamento era un sueño para los chavales de mi generación, disponer de una bicicleta suponía ser el rey del mambo. Tener una bici era disponer de autonomía total de movimientos, jugar con el tiempo y el espacio, rellenar la agenda –de ocio- de múltiples eventos.
La bici te permitía ir aquí y allí. Apurar la llegada a casa, recorrer distancias que, en el tren de san fernando costaría horas. Por eso, aquel medio de transporte era una maravilla.
Mi primera máquina llegó en un tórrido verano. Aquello eran vacaciones. De junio a septiembre asilvestrados a la intemperie. No todo era jauja. Para ocupar el tiempo, de cuando en vez, los frailes me dejaban una asignatura pendiente para septiembre. Los puñeteros, que me tenían manía, con aquel lema de que “lo que cuesta vale”, siempre se acordaban de dejar un recadito. O el latín o las matemáticas (una vez me dejaron el dibujo de un año para otro).
Sin embargo aquel curso lo pasé el blanco. Limpio de polvo y paja (es un decir). Y mi padre, que era un fenómeno, en uno de sus viajes de fin de semana – como buen autónomo no tenía vacaciones- llegó con una bicicleta en la furgoneta. Era una pequeña “Abelux”. Una bici plegable. Minúscula. Sin cambios. De color amarillo “oro”. Un “hierro” que pesaba como un yunque. Tenía unos frenos de disco. De “discojonarse” el pie, porque era el pie lo más seguro para detener la marcha. Pese a todo, una máquina.
Con aquel invento, durante dos años, me llené de postillas la rodillas. Agua oxigenada, mercromina y pista. Cuando la tuve dominada llegó el premio especial. La “Abelux” dio paso a una BH de paseo. Sin barra y sin cambios. Como del seiscientos al jaguar.
Con ella inventé la modalidad del campo a través o la bicicleta de montaña. Una buena mañana percibí, al llegar a la piscina – situada a unos tres kilómetros de casa- , que al único freno que funcionaba se le había roto el cable. Pero yo era un “grimper” reconocido y cuando llegó la hora de comer y volver al hogar, donde mi madre esperaba con un plato de vainas, no lo dudé ni un instante. Bajo la cuesta despacio y asunto arreglado.
Mis hermanos, a los que la fortuna les trajo dos ciclos marca “Torrot” de rueda ancha, partieron por delante y me avisaron de la peligrosidad de la primera curva. “Tranquilos –les dije- que esta la cojo yo sin manos”. Sin manos y casi sin dientes. La curva fue recta y durante más de cien metros fui esquivando pinos, arbustos, argomas, piedras, piñas y hasta un arroyo. Icona casi me premia por haber desbrozado medio monte y haber hecho una pista entre brezos y gamones.
Pero, claro, en algún momento tenía que parar. Y paré en seco. El parte de daños incluyó varios radios destrozados, el manillar torcido, la cadena desmontada, un pantalón rasgado, rasguños múltiples, y contusiones leves. Allí, de pino en pino, se me acabó la afición a la práctica ciclista, sustituyendo la bicicleta –años después- por un artefacto estático en el que , al menos, no existe peligro de caída. Desde entonces, de los deportes de riesgo, sólo practico dos; la barra fija y el mus. Con eso tengo ya suficientes emociones fuertes.
Las bicicletas son para el verano. Y para quienes mantengan destreza y equilibrio.
Mariano Rajoy es un reconocido seguidor del ciclismo. Siempre que puede se deja ver en alguna etapa de las grandes rondas por etapas. Quizá por eso no asistió a la segunda sesión parlamentaria del debate por excelencia de las Cortes españolas.
Después de intentar escaparse de Zapatero la víspera y terminar con una pájara meritoria, prefirió ausentarse del hemiciclo. Es más interesante el avituallamiento que el discurso de los mixtos. Un minuto de gloria, como los globeros del pelotón y después, una salida a la francesa. Así está el Estado de la Nación y la frivolidad de una “eterna promesa” que no es capaz ni de terminar la etapa reina.
La bici te permitía ir aquí y allí. Apurar la llegada a casa, recorrer distancias que, en el tren de san fernando costaría horas. Por eso, aquel medio de transporte era una maravilla.
Mi primera máquina llegó en un tórrido verano. Aquello eran vacaciones. De junio a septiembre asilvestrados a la intemperie. No todo era jauja. Para ocupar el tiempo, de cuando en vez, los frailes me dejaban una asignatura pendiente para septiembre. Los puñeteros, que me tenían manía, con aquel lema de que “lo que cuesta vale”, siempre se acordaban de dejar un recadito. O el latín o las matemáticas (una vez me dejaron el dibujo de un año para otro).
Sin embargo aquel curso lo pasé el blanco. Limpio de polvo y paja (es un decir). Y mi padre, que era un fenómeno, en uno de sus viajes de fin de semana – como buen autónomo no tenía vacaciones- llegó con una bicicleta en la furgoneta. Era una pequeña “Abelux”. Una bici plegable. Minúscula. Sin cambios. De color amarillo “oro”. Un “hierro” que pesaba como un yunque. Tenía unos frenos de disco. De “discojonarse” el pie, porque era el pie lo más seguro para detener la marcha. Pese a todo, una máquina.
Con aquel invento, durante dos años, me llené de postillas la rodillas. Agua oxigenada, mercromina y pista. Cuando la tuve dominada llegó el premio especial. La “Abelux” dio paso a una BH de paseo. Sin barra y sin cambios. Como del seiscientos al jaguar.
Con ella inventé la modalidad del campo a través o la bicicleta de montaña. Una buena mañana percibí, al llegar a la piscina – situada a unos tres kilómetros de casa- , que al único freno que funcionaba se le había roto el cable. Pero yo era un “grimper” reconocido y cuando llegó la hora de comer y volver al hogar, donde mi madre esperaba con un plato de vainas, no lo dudé ni un instante. Bajo la cuesta despacio y asunto arreglado.
Mis hermanos, a los que la fortuna les trajo dos ciclos marca “Torrot” de rueda ancha, partieron por delante y me avisaron de la peligrosidad de la primera curva. “Tranquilos –les dije- que esta la cojo yo sin manos”. Sin manos y casi sin dientes. La curva fue recta y durante más de cien metros fui esquivando pinos, arbustos, argomas, piedras, piñas y hasta un arroyo. Icona casi me premia por haber desbrozado medio monte y haber hecho una pista entre brezos y gamones.
Pero, claro, en algún momento tenía que parar. Y paré en seco. El parte de daños incluyó varios radios destrozados, el manillar torcido, la cadena desmontada, un pantalón rasgado, rasguños múltiples, y contusiones leves. Allí, de pino en pino, se me acabó la afición a la práctica ciclista, sustituyendo la bicicleta –años después- por un artefacto estático en el que , al menos, no existe peligro de caída. Desde entonces, de los deportes de riesgo, sólo practico dos; la barra fija y el mus. Con eso tengo ya suficientes emociones fuertes.
Las bicicletas son para el verano. Y para quienes mantengan destreza y equilibrio.
Mariano Rajoy es un reconocido seguidor del ciclismo. Siempre que puede se deja ver en alguna etapa de las grandes rondas por etapas. Quizá por eso no asistió a la segunda sesión parlamentaria del debate por excelencia de las Cortes españolas.
Después de intentar escaparse de Zapatero la víspera y terminar con una pájara meritoria, prefirió ausentarse del hemiciclo. Es más interesante el avituallamiento que el discurso de los mixtos. Un minuto de gloria, como los globeros del pelotón y después, una salida a la francesa. Así está el Estado de la Nación y la frivolidad de una “eterna promesa” que no es capaz ni de terminar la etapa reina.
Los que han llegado fuera de control han sido sus “coequipiers” vascongados de maillot rojo que hicieron parada y fonda carnavalera en la estatua bilbaina de Jose Antonio Agirre. La foto finish les ha delatado.
Si la UCI les llega a hacer un control sorpresa, rompen la máquina analítica. No sé que sustancia habrían tomado pero seguro que todos los de la foto daban positivo.
A tenor del mal gusto del festejo, de la agria celebración y del efecto provocador pretendido, el equipo abanderado del PP debería ser descalificado. Y castigado por juego sucio. Yo les dejaría sin correr una temporada. Hasta que aprendan a respetar los sentimientos de la mayoría. ¡Ay Mariano qué cuadrilla!. Así no ganáis ni la clásica de Alcobendas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario