Los finlandeses o fineses deben ser tontos de baba. Por lo menos los de Helsinki.
Hemos sabido ayer, a través de los grandes periódicos norteamericanos que los mandamases de la capital nórdica han hecho llegar a la Fundación Guggenheim de Nueva York su interés por construir, crear y desarrollar un museo que esté avalado por su apellido. Vamos que en palabras del Viceconsejero cultural del Gobierno del cambio, desean tener una franquicia.
Los nórdicos, tan listos ellos en políticas públicas, en el sostenimiento del Estado de Bienestar, se han entregado en alma y cuerpo al colonialismo yankee.
En la reflexión interna que han hecho de cara a potenciar su capitalidad, las autoridades locales de Helsinki han llegado a la conclusión de que la mejor manera de internacionalizar su ciudad, de prosperar sosteniblemente garantizando su proyección exterior es tener un museo Guggenheim. Vamos, que han visto el ejemplo de Bilbao y se han puesto a copiar. Han dicho que copiar lo bueno es bueno aunque las copias ni sean repetibles en sí mismas.
Aquí, que hay mucho listo, en lugar de evidenciar el éxito de lo propio, algunos se han dedicado a tirar piedras contra nuestro propio tejado. Y no sólo han negado la posibilidad de analizar, de estudiar, la posibilidad de ampliar el éxito, sino que han salido fuera de nuestras fronteras echando pestes de lo que ha representado nuestro emblema de regeneración urbana, cultural y económica.
Pero los listos de aquí son más progres que los tontos finlandeses. El Guggenheim, a sus ojos de anarcosindicalistas pijos, es una multinacional que ha perdido prestigio y referencia . No es sino un “sacacuartos” como la coca cola o los mcdonals. Una multinacional que utiliza la cultura –o la subcultura del imperio- como moneda de cambio del capitalismo expansivo. El hecho de que anualmente su titanio y sus exposiciones atraigan a casi un millón de visitantes es aleatorio. El mundo está repleto de patanes que no saben hacer la “o” con un canuto. Es como aceptar “pulpo como animal de compañía”.
Esos visionarios que antepusieron el modelo de “Txillida-leku” al de la propia Fundación Guggenheim Bilbao, los que nombraron a Jon Juaristi en el Consejo Asesor del Euskera, son los que nos han dicho, desde su responsabilidad pública, que seguir como aliados del Guggenheim no nos interesa.
Los finlandeses, al menos los de Helsinki, no se han dado por enterados de las advertencias de Urgell y Rivera. Los muy tontos han dicho que quieren algo como lo conseguido por Bilbao y Bizkaia. Serán pazguatros y alicortos.
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