El sábado pasado asistí, como otros muchos, a un acto singular; la inauguración del frontón Bizkaia en Bilbao. Me pareció una instalación espectacular. Grande, muy grande.
El acto fue sencillo y emotivo. Muy institucional.
Lo más destacado, la presencia de los tres campeones manomanistas vizcainos, Hilario Azkarate, Jesús García Ariño e Iñaki Gorostiza.
Más tarde, a pie de cancha, mucha gente del deporte y , de manera especial, del mundo de la pelota.
Me quedé con ganas de jugar unos tantos, pero uno ya no está para eso.
En mi juventud –parezco el abuelo cebolleta- jugar a pelota era algo habitual. Siempre había una pared contra la que jugar unos “primis”. Era algo normal. A veces, hasta masivo. Había que quitarse la gente de encima para poderle dar a la pelota.
En los veranos, todos los días nos citábamos en frontón. Era mucho más que un rito. Era un divertimento de primer nivel. El fútbol, la pelota, la pesca y cualquier actividad al aire libre.
Había que coger sitio, las mejores horas. Cuando el sol no molestaba. Y siempre había “gente mayor”, esos abusones, que te sacaban a pelotazos y te quitaban la cancha.
Era tal nuestra afición que hacíamos nuestras propias pelotas. Primero había que hacer el núcleo. Utilizábamos gomas de neumático. Hacíamos tiras y componíamos una esfera. A continuación la cubríamos con una especie de hilo bala en una primera capa. Dependiendo de lo fuerte que se ajustara la materia, la pelota tendría mayor peso y el grado de dolor de su impacto también. Luego, por encima, se terminaba con una capa de lana. Finalmente la cubríamos con esparadrapo.
Éramos unos artistas. Cuando el presupuesto daba de sí, comprábamos una pelota de cuero. Cuando los bolsillos estaban vacíos, imaginación, goma y lana.
En aquellos años jugué mucho. Ni delantero ni zaguero. A fuer de practicar, dominaba las dos manos –mejor diestro- y fueron muchos los partidos, que, siempre en parejas, jugué en aquellos años de rebeldía. Maña sí, fuerza, mediana y correr... correr siempre fue de cobardes.
Disputábamos el juego con las manos desnudas. En algún caso excepcional con un apósito a modo de taco y esparadrapo en los dedos. No tengo para olvidar la hinchazón en la palma de la mano, los “clavos”, los moratones, el dolor intenso y aquel remedio casero de pisar la mano.
Recuerdo con añoranza aquellos partidos en fines de semana en Artea. Una buena paliza y luego, en el bar de Angelines, reponer fuerzas con una abundante dosis de cerveza mientras jugábamos a la rana. No lo cambiaría por nada.
Ahora, sería incapaz de pegarle a un balde. Seguro que intento sacar y me rompo la cintura. Además, con la falta de práctica, mis manos se quebrarían al mínimo golpe.
Jugar a pelota en estos días parece reservado a las específicas escuelas deportivas. Los niños y niñas practican la modalidad en deporte escolar. Lo hacen por afición. Pero son los menos. No como en mis tiempos en los que todo el mundo dejaba las uñas contra la pared.
Nuevos frontones como el de Bilbao deben ser un revulsivo. Ojala la pelota resucite y vuelva al esplendor de años pasados. Sería una gozada.
Aunque parezca mentira, el de la foto soy yo. Con una pelota en la mano. En Artea. Sería el año 1978 o 79. (creo que no me ha reconocido ni mi madre)
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