viernes, 29 de julio de 2011

SE LES VA A HACER DE NOCHE

No recuerdo bien su apellido, por lo que a riesgo de errar, prefiero no aventurarme a mencionarlo. Se llamaba Florencio, pero todos le conocíamos como “el Floro”. Era un fraile marista peculiar. Muy particular.

Era navarro. De Espinal (Aurizberri), en el valle de Erro. Físicamente, le veo reflejado en “Bernardo” de “Cámara café”.  Flaco, puro nervio. Ensotanado. De mirada perdida detrás de aquellas viejas gafas de pasta que, en más de una ocasión,  se conjuntaban en la nariz gracias al pegamento de un esparadrapo.

El “floro” fue, durante dos años, mi profesor de matemáticas. Fue más. Probablemente, la persona que más influyó  en mí para que dedicara mis estudios a la letras puras.

Aquel hombre, capaz de pasarse horas muertas frente a un libro –yo creo que no respiraba-, de reírse sólo sin venir a cuento,  de dominar un balón  bajo la sotana en el patio sin que nadie  fuera capaz de arrebatárselo, o de protagonizar interminables caminatas solitarias , tenía un “algo” en su carácter que me estremecía.

En clase, resultaba pedagógico (los números nunca fueron lo mío) y la pizarra era su hábitat natural. Sotana, tiza, pizarra, sotana… eran elementos complementarios en una puesta en escena el blanco y negro en la que la bocamanga, utilizada como borrador, hacía de elemento mágico entre una ecuación y la nada.

A mí me entusiasmaba el humor de Gila. Al “Floro”, la ironía de las integrales y las derivadas. ¿Integrales? Yo pensaba que eran rebanadas de pan, pero no eran jeroglíficos indescifrables. Por no hablar de los “logaritmos neperianos cuando “n” tiende a infinito”. Eso era como el inescrutable misterio de expansión universal.

El transcurrir de las horas lectivas resultaba de manera sosegada. Tuve la desgracia –en los dos años de convivencia con aquel personaje, más próximo a la ficción de  Hogwarts que a un aulario convencional, de que las matemáticas se impartieran en la última hora de las tardes. Las sesiones disfrutaban de una primera parte de amodorramiento general, alimentado por un profesor  silente y casi ausente. Pero, cuando restaban quince minutos para el fin de clase, cuando comenzábamos a desperezarnos para iniciar la huida… llegaba el instante mágico. Se imponía el “floro-club”.  Veinte problemas insalvables aparecían en el encerado. Quince minutos para salir y veinte problemas que resolver.  Con un agravante, que cada cinco problemas resueltos debías contrastarse el resultado con el profesor quien los validaría o no  para seguir adelante con los siguientes.  Y así hasta veinte. Nadie saldría de clase hasta no haber terminado la faena. Aquello era sadismo puro.

Los zoquetes como yo, vimos como se hacía de noche en múltiples ocasiones. Copiábamos todo lo que podíamos, pero ni así.  Para apremiar,  inventábamos un desarrollo del problema para finalizar con el resultado exacto de un ejercicio ya aprobado y corregido, pero el Floro era mucho Floro. A empezar de nuevo.
Y, entonces copiábamos,  como quien traslada a un códice una réplica exacta de un beato, el desarrollo y el resultado de aquel galimatías. En ocasiones, ni así conseguimos superar el aprobado de aquella esfinge que permanecía inmóvil en su mesa,  sonriendo a ente un libro de números y fórmulas.

Muchas veces, tras prolongar mí presencia en la clase durante más de hora y media de sesión añadida, fui rescatado literalmente por mis hermanos. Un golpecito en la puerta. Pon, pon! “Venimos a buscar a nuestro hermano Koldo. Nuestro padre nos espera con la furgoneta para llevarnos a casa”. El “Floro”, alzaba la mirada  y con un gesto  socorrido volteaba la cabeza  indicándome  que saliera. Era la conmutación de la pena capital por compasión. La compasión hacia mi padre, para que no  perdiera más el tiempo aguardando a que resolviera los problemas.

Aquello funcionó relativamente bien. Pero no siempre ya que, en más de una ocasión me vi encerrado en un macro colegio, en noche cerrada, a la espera de que un alma caritativa abriera una puerta que me permitiera salir a la calle Iturribide, y desde allí dirigirme a un autobús en el que trasladarme a casa.

Aprobé matemáticas. Gracias a Dios. Así llamaba yo a mi compañero de pupitre. Una lumbrera en el cálculo integral y un amigo que primero hacía mis problemas y luego los suyos.

Cuando se deja pasar el tiempo mirando a las musarañas cabe el riesgo de que en el último cuarto de hora te pille el toro.  A finales del 2010, el Gobierno Vasco había incumplido su compromiso de remitir al Parlamento una veintena de proyectos de ley para su aprobación. Fue la “inexperiencia” y el “desconocimiento del procedimiento” lo que impidió que el ejecutivo López plasmara su promesa.  Siete meses después, estamos en las mismas. O peor. En el intento de  superar el trámite, de “recuperar la iniciativa” de cara a la opinión pública, el ejecutivo de Gasteiz quiere hacernos trampas. Es decir que el Gobierno pretende  aprobar proyectos que, indefectiblemente se van a ver paralizados, bien por invasión competencial o, por lo que es más grave, por falta de apoyos para salir adelante.

Así, el ejecutivo de Patxi López ha aprobado el anteproyecto de ley de “Cambio climático”. Las Diputaciones forales de Araba, Gipuzkoa (ya con Martín Garitano de Diputado General) y Bizkaia  plantearon una “cuestión de competencia” ante la Comisión Arbitral, órgano que ha admitido el recurso y ha ordenado la paralización de dicho anteproyecto.

El Gobierno vasco ha anunciado igualmente la aprobación del proyecto de ley de entidades de previsión social, sin tener en cuenta la opinión  de los órganos forales, titulares de la competencia fiscal y tributaria  (cuestión de competencia al canto). Carlos Aguirre ha asegurado que en breve se remitirá el proyecto de ley de Cajas (que no tiene en cuenta tampoco a las Diputaciones, entidades fundadoras de las kutxas).  Se anuncia igualmente la aprobación de los proyectos de ley Municipal (sin acuerdo con Eudel ni con las diputaciones), de Vivienda (con nuevos problemas competenciales en materia fiscal y sin acuerdo parlamentario), de Juventud (con el rechazo de los partidos políticos y el Consejo de la Juventud de Euskadi).

Sí, se anuncian nuevas propuestas legislativas pero todas ellas abocadas a la suspensión, al letargo o al fracaso.

A este gobierno, como a mí, se le va a hacer de noche. Su problema es que nadie va a venir a rescatarlo.






2 comentarios:

  1. El gran Florencio Villanueva. El Floro.

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  2. El Floro era sabio, un hombre entregado a la enseñanza que nos hizo aprender con métodos poco ortodoxos pero quizás los mejores. los que como yo, descubrimos que la manera de llevar la clase bien era aprendiendo, descubrimos el mundo maravilloso de la matemáticas, que no engaña, que obliga a razonar, a tener un método, que aviva el ingenio y que enseña a ser tenaz y que no valen subterfugios ni trampas para llegar al objetivo. El Floro era un sabio, la persona que más influyó para que me dedicara a estudiar Físicas. Solo los vagos le criticaban y le temían, los del camino fácil y amantes de las trampas. Yo jamás copié, la ciencia y la verdad no están hechas para los tramposos.

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