domingo, 31 de julio de 2011

NACIONALISMO VASCO, AÑO 1

Fue el 31 de julio de 1895  cuando por inspiración de los hermanos Arana Goiri surgió el Partido Nacionalista Vasco. 116 años de historia con una única vocación; la construcción de la Nación Vasca. Un ideario al servicio de una causa, de un proyecto político, Euskadi, conformado por los siete territorios vascos.

Una causa esbozada tiempo atrás por Larramendi, por Garat y por tantos otros y al albur del nuevo principio de las nacionalidades. Un proyecto político que buscaba recuperar la soberanía perdida. No voluntariamente sino inducida por actos de fuerza. Por leyes impuestas que acabaron con un sistema paccionado de convivencia.

116 años  de cambios sociales, políticos, económicos y culturales. Un tiempo en el que nada es ya igual. Ni tan siquiera los conceptos significan lo mismo. Sería extravagante analizar la realidad del hoy con los ojos de aquel nacionalismo emergente de finales del siglo XIX. De la misma manera que desenfocaríamos el panorama si a la Euskadi de hoy aplicáramos las gafas del retorno democrático tras la dictadura franquista.

La sociedad vasca del 2011 exige ser contemplada desde una nueva perspectiva analítica. Es cierto que, en lo fundamental,  el Pueblo Vasco sigue manteniendo signos de identificación inalterables. Pero nada es ya lo mismo.

Sólo la voluntad mayoritaria de la ciudadanía –preservada y relevada, generación tras generación como los eslabones de una cadena aún en los momentos más difíciles- hace posible que la causa del Pueblo Vasco sea una causa Nacional. Una causa que, al margen de la formulación política que encuentre, pretende, nada más y nada menos, que el derecho a sobrevivir como colectividad, a ser el reflejo de lo que su ciudadanía decida ser en cada momento.

En esa evolución que va de la reafirmación identitaria a la base democrática del derecho a decidir, el nacionalismo vasco debe, igualmente, iniciar una nueva fase en su ya azarosa vida. Debe hacer un tránsito, desde el nacionalismo a lo nacional, asimilando  y haciendo propios los valores mayoritarios de la sociedad. Es decir, que debe ser capaz de dar el salto  que supone representar solamente a la comunidad  nacionalista para poder saber representar al conjunto de la sociedad vasca.  Para ello deberá  interiorizar los puntos  mínimos comunes que cohesionan a la población y con ellos establecer  una centralidad política capaz de concitar amplios acuerdos que den pie a nuevas fórmulas de autogobierno.

Nuevas fórmulas entendidas como una actualización dinámica de los derechos de la sociedad vasca. De los derechos históricos y presentes. De los individuales y colectivos.
Coser los sentimientos individuales  en un proyecto compartido de futuro. Respetuoso con la diversidad, arraigado en los valores propios y abierto a las nuevas tendencias.

La simplificación del espectro electoral, el afianzamiento de dos tendencias políticas –una abertzale y otra española- con la consecuente pugna por el liderazgo en su ámbito, la previsible superación del terrorismo, entre otros factores, hacen inexorable que el nacionalismo político se deba replantear sus objetivos a corto, medio y largo plazo.

A corto deberá ser capaz de no perder su sitio en la centralidad bajo la tentación de que nuevas formaciones amenacen su estatus mayoritario. Formaciones que han emergido con potencia  debido a la presión acumulada por años de sumisión a la violencia y a su consecuente apartamiento social. Formaciones que exhiben su novedad falaz, pues no en vano reocupan el espacio de las que siempre vivieron a la sombra de la tutela armada, y que ahora deberán demostrar que tras más de treinta años en el limbo, son capaces de vivir e interpretar la realidad del país.

No perder la centralidad para recobrar su perfil institucional y con él su propuesta más moderna e integradora. Nacionalismo institucional que fortalezca la participación y que  dé certidumbre a un conjunto social que huye de las aventuras pero que tiene sueños. Unos sueños que quizá esté dispuesto a pagar para hacerlos realidad.  Sueños y utopías que sólo serán conquistables  desde los máximos acuerdos posibles.

Grandes acuerdos. Si hacemos caso al axioma de que “sin violencia todo es posible”,  una vez certificada la desaparición de ETA y la normalización de relaciones entre las formaciones políticas (sacudidas en los últimos años por las alianzas de todo tipo y las tentativas frentistas), en el medio-largo plazo se impone la búsqueda de grandes acuerdos para el país. Acuerdos que comprometan a una mayoría cualificada de protagonistas políticos y que reporten, en su ejercicio, una dilatada rentabilidad de concordia, de progreso y de convivencia. Acuerdos para actualizar, para recuperar, para modernizar el concepto de soberanía. Burujabetasuna gaur eta biharko.

El PNV cumple 116 años pero sus retos a afrontar son como si estuviera en el año 1 de una nueva era.  De su capacidad para comprender que un nuevo calendario empieza para él, dependerá que su longevidad  progrese adecuadamente. Y, con ella, el éxito o el fracaso del principio para el que fue creado; que Euskadi sea la patria de los vascos. 

 

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