sábado, 14 de enero de 2012

LA PATRIA DE LUIS

Resulta difícil hallar en tu pasado el momento exacto en el que se despertó la conciencia y el compromiso político con una causa, en mi caso, la causa nacional vasca.



No fue un instante mágico, ni un descubrimiento repentino. Fue una suma de sensaciones que fraguaron capa sobre capa, hasta formar un todo conjunto que daba sentido a la vivencia íntima de pertenecer a un colectivo, a una patria que, entre todos, y también con mi esfuerzo, debía construirse.

Aitite Luis era un hombre solitario. Trabajaba en “La Basconia” en Basauri, pero mis recuerdos de infancia le sitúan en su casa de Galdakao. Siempre con txapela, camisa de cuadros (desbrochada en la pechera), pantalón de francesilla, gerriko negro que desplegaba con maestría, y pañuelo –también de cuadros-. Parco en palabras –siempre en euskera con amama-, le gustaba pasear por la naturaleza. Mi me memoria me lleva con él a Etxarte, junto a robles centenarios, a Ergoien – a coger cerezas o cañas de bambú-. A la presa de Arantzile , a Lekubaso, a Santa Marina, a Upo… Siempre había algo que hacer. Recoger nueces, kiskallus, o manzanas en el caserío que unos familiares tenían en Usansolo, junto a la “mina”.


Era el mejor. El mejor para unos nietos que le acompañaban a todas partes y que él cuidaba y quería con dedicación. Era un hombre del país. Recatado, silencioso, activo. Jamás contó su historia. Ni la guerra, ni su participación como gudari en un batallón de trabajadores. Ni el campo de concentración de Miranda de Ebro. Luis Amarika vivía sin queja aparente la realidad de perdedor que le obligaron a llevar. Y en mi inocencia de chiquillo no supe identificar su sentimiento oculto. Ni tan siquiera supe identificar por qué el cachorro que un día apareció en casa, y que él crió con biberón, tenía un nombre peculiar. Aquel perro se llamaba “Aberri”. Sin más.

Pasados los años, aitite enfermó. Fue una muerte lenta y dolorosa, pero antes de sucumbir, aquel hombretón, postrado en una silla de ruedas tras la amputación de sus extremidades, tuvo tiempo de reencontrarse con un hermano, Leandro, con quien llevaba años sin hablarse. Fue una cita extraordinaria. Le esperó en el comedor y tras el saludo de rigor de bienvenida del resto de la familia, cerró la puerta de cristal biselado que daba paso a la estancia y allí , a solas, conversaron durante dos horas. Hecha la paz, Leandro marchó por donde vino. Y Luis descansó. Murió una nochevieja dejándonos desolados y tristes.

Unos meses más tarde, la curiosidad me llevó hasta un viejo calendario de pared con la imagen de una virgen. Era un calendario obsoleto, sin cuartillas mensuales. Era de una anualidad pasada tiempo atrás. Pero su virtualidad no estaba ni en las hojas que faltaban ni en la devoción mariana. Estaba en el reverso del cartón. Allí se escondía una pequeña bandera. Una bandera de fondo rojo con una cruz blanca y unas aspas verdes. Era mi primera ikurriña.



Desde entonces fue mi obsesión. No había libro, ni cuartilla, ni lomo de publicación en la que no hiciera un garabato con aquella imagen. En color y en blanco y negro.


Luis Amarika murió sin verla nuevamente legalizada. Sin escuchar libremente su idioma fuera de la cocina, donde en su casa había estado recluido. Sin poder votar a los suyos. Sin poder, tan siquiera, mencionar el nombre de su país, Euskadi.


Aitite Luis con algunos de sus nietos. A la izquierda, Aitor. En brazos, Garbiñe. Detrás, Koldo. A la derecha Iñigo

Luis y Koldo
Me costó descubrir aquella historia, que era la mía, la de mi familia materna. Y de la misma manera que encontré sentido al extraño nombre de un perro,“Aberri”, me di cuenta que yo era “Koldo” por “Luis”.

Me afilié al Partido Nacionalista Vasco el año 1977, con dieciséis años recién cumplidos. Llevo encima treinta y cinco de militancia. Toda una vida. Han pasado muchas cosas desde entonces. Buenas y malas. Pero yo me quedo con las buenas. Las malas ya las sufrimos y las superamos. Todavía dibujo ikurriñas. Es un reflejo espontáneo. Y creo que significa que nos quedan muchas cosas por hacer aún.


Yo estoy dispuesto a seguir con el trabajo que otros iniciaron y que nos ha permitido disfrutar del país, de la sociedad, del bienestar, que hoy compartimos. Aunque los obstáculos del momento nos inquieten y angustien.

Se lo debo a Luis y a quienes como él soñaron con una patria libre de hombres y mujeres libres. Es mi compromiso de ayer que hoy renuevo con emoción y orgullo.

Sueño que un día, mi hija, quizá mis nietos, descubran, en alguna parte, uno de mis garabatos traspapelados y alimente su conciencia de que este, Euskadi, es el país que queremos y que preservaremos a generaciones futuras.


Dana emon biar yako maite dan askatasunari.



1 comentario:

  1. Oso polita Koldo. Tengo escalofríos de emoción por tu post, escrito desde lo hondo... Tu aitite Luis fué seguro, un gran hombre. Zorionak!!!
    Eskerrik asko

    ResponderEliminar