viernes, 13 de abril de 2012

EL HIELO NEGRO

En la madrugada del 23 de febrero de 2005 un fenómeno meteorológico inusual, el denominado “hielo negro” convertía la autovía A-8 en una pista de patinaje altamente peligrosa. Pese a haber previsto toda la contingencia habitual en un procedimiento de vialidad invernal (quitanieves, camiones de sal, etc), el operativo excepcional fue vencido por la climatología. Placas de hielo invisibles convirtieron el firme del pavimento en una trampa mortal. El factor sorpresa, un cúmulo de averías en los servicios de mantenimiento, la falta de agilidad en la toma de decisiones, y la fatalidad, aliada siempre en estas circunstancias provocaron un grave accidente múltiple a la altura de Trapagaran. Pero, la mala fortuna se vio acentuada cuando el conductor de un vehículo siniestrado era arrollado por otro coche cuando descendía de su automovil falleciendo en el acto.

En paralelo, el centro de coordinación de tráfico decidía cerrar la autovía. Pero ya era demasiado tarde. El drama estaba servido. Una vida humana se había perdido por un conjunto de circunstancias imponderables.

Desde aquel momento, la Diputación Foral de Bizkaia inició un procedimiento interno de investigación que esclareciese los pormenores de aquella tragedia. Información y más información. Cotejo de las grabaciones de los servicios de mantenimiento, cronometraje de los trayectos de los quitanieves, entrevistas pormenorizadas con los técnicos al mando de los servicios de vigilancia, revisión de los partes meteorológicos, contraste con las informaciones de SOS DEIAK. Fueron días de enorme tensión interna y externa. El eco de la tragedia y el enorme colapso circulatorio posterior presionó como pocas veces he conocido.

Lo relato en primera persona porque entonces ostentaba cargo de responsabilidad en la institución foral vizcaina, y porque tuve un protagonismo –maldito protagonismo- en toda aquella investigación. El resultado de toda aquella pesquisa interna, más allá de la fatalidad de las averías en varios camiones, y de pequeños detalles de disfunciones no especialmente relevantes, tenía un culpable claro; el “hielo negro” esa imperceptible congelación de la calzada que, por sorpresa, había convertido a diversos tramos de la autovía en una pista de patinaje.

Recuerdo con especial amargura el cierre del expediente. Sin hacernos trampas y con el pulso firme del Diputado General al frente, la Diputación vizcaina asumió su fracaso. El “hielo negro” había superado todas las medidas cautelares de prevención dispuestas. Y la fatalidad hizo el resto. El entonces director de Carreteras, mi amigo Jon Legarreta, que había sido el primero en impulsar la investigación, dio un paso al frente. Recuerdo como si fuera hoy aquel día. Me acerqué hasta su despacho, en la calle Ibáñez de Bilbao, y con una sola mirada supe lo que era la integridad de un cargo político. Jon Legarreta puso su cargo a disposición del Diputado General. Y éste con profundo dolor, le cesó. Algo habíamos hecho mal. No sabíamos exactamente qué, pero por responsabilidad, por responsabilidad política, el Director de Carreteras debía dejar su puesto.

Estoy convencido de que Legarreta, cuyo expediente de servicio público resulta impecable, nada pudo hacer para evitar aquella tragedia. Nada pudo hacer y poco tuvo que ver en aquel fatal desenlace. Pero, su integridad le llevó a cesar.



Iñigo Cabacas, un joven seguidor del Athletic, falleció en Bilbao a consecuencia de las graves heridas provocadas por un pelotazo de goma tras la intervención de varias unidades de la Ertzaintza en circunstancias aún no esclarecidas. La Consejería de Interior se ha comprometido a llevar adelante una rigurosa investigación para conocer los pormenores del incidente y depurar, en su caso, las responsabilidades de todo tipo que pudieran derivarse de dicho examen. Desconozco si la muerte de Iñigo fue consecuencia de una mala praxis policial, de una negligencia, o fruto de de un cúmulo de desgracias encadenadas. Confío en que, por justicia, por higiene democrática, y por el propio prestigio de la Policía Vasca, nadie hurte a la familia de ese chaval, ni a sus amigos, ni a los ertzainas o al conjunto de la sociedad vasca de un gramo de verdad en las conclusiones del proceso de indagación abierto. Espero también que , una vez conocidas las circunstancias reales del luctuoso episodio, se apliquen las medidas disciplinarias o judiciales que correspondan. Y, finalmente, como en el episodio del “hielo negro” anteriormente mencionado,  que alguien con responsabilidad política directa sobre lo ocurrido, dé un paso al frente y asuma, institucionalmente, su renuncia.


No hacerlo, esconderse tras el infortunio, envilecería el carácter de servicio público que todo cargo institucional conlleva, rompiendo el compromiso máximo que debe existir entre la Administración y la ciudadanía; la confianza.

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