martes, 11 de septiembre de 2012

EL GATO SIN BOTAS

Me estoy imaginando la escena. Madrugada. Domingo. Un grupo de jóvenes, tras una cena conmemorativa, pretende acceder a unas instalaciones deportivas. Amparados por la oscuridad y quizá envalentonados por el júbilo festivo. Por fin, el más valiente, se atreve a franquear la valla. Pero los movimientos alertan al vigilante que, para eso está, para evitar que intrusos accedan al recinto.


El relato es figurado, no contrastado. Pero bien pudo ser lo que ocurrió en la madrugada del sábado al domingo pasado en las instalaciones que el Athletic club tiene en Lezama.

Según recogían diversos medios de comunicación, el futbolista Javi Martínez había tenido un contratiempo con los servicios de seguridad al intentar acceder sin permiso a las instalciones del club. Al parecer, el jóven de Aiegi, se disponía estemporáneamente a recoger sus pertenencias dejadas en la taquilla tras su vertiginosa marcha a Alemania fruto de su fichaje por el Bayern de Munich. (El jugador ha negado que fuera de madrugada -entre 22,30  23h- y ha desmentido igualmente que saltara valla alguna)

El navarro, cuyo interés por abrirse camino en el futbol germano nadie cuestiona, había dado la “espantada” a la afición rojiblanca de manera sorprendente, por la puerta de atrás y lejos de la normalidad que este tipo de acontecimientos aconseja. El pago de una clúasula millonaria ( 40 millones de euros) para la rescisión de su contrato sólo era consecuencia de su libre voluntad de abandonar Bilbao y de iniciar unos nuevos pasos deportivos en la Bundesliga. La imagen de un chico serio y templado se quebró en cierta manera por el desaire de su huida y por la falta de afectividad demostrada para con una afición que siempre le había sido fiel y respetuosa.

La rapidez de los acontecimientos , el extraño clima suscitado en el club rojiblanco tras el “affaire” Bielsa o el caso Llorente pudo haber abrumado a Martínez , equivocando su comportamiento y su decisión de salir corriendo sin despedirse de la afición que le había encumbrado. Muchos pensamos que se trataba de un pecado de juventud, de inexperiencia o de fragilidad temperamental ante la tensión.

Pero, los acontecimientos posteriores conocidos y extendidos como la pólvora por las redes sociales, me han hecho pensar en la capacidad que tiene el deporte de élite en convertir a jóvenes inmaduros en ídolos con pies de barro. Y en dejar pasamados , como idiotas, a quienes ciegamente impulsamos al estrellato, cuan héroes de leyenda, a quienes no hemos conocido más rol que pegar puntapiés a un pelotón.

Porque hay que ser muy bobo para , después de haber pagado a tocateja, cuarenta millones de euros , volver de noche, saltar un vallado, para intentar recuperar unas botas de una taquilla. Muy bobo o muy inconsciente.

Todos hemos conocido episodios lamentables en los que deportistas de élite –fundamentalmente futbolístas- se comportaban como auténticos chiquillos consentidos cuando no como macarras marginales. No creo que este sea el caso. Pero cuando unos jóvenes desarraigados de la formación tiene la oportunidad –gracias al éxito de su carrera deportiva- de llenarse los bolsillos con dinero a granel, cuando el lujo y el desorden se hace hábito en púberes sin más criterio que el vivir al día, es cuando el fracaso de una sociedad sin valores presenta su candidatura a la descomposición.

Hace unas semanas incluía una reflexión, un post, titulada “la locura del fútbol”. Hoy, el “gato sin botas” de Javi Martínez , me confirma –salvo que el jugador tenga una extraña razón que me persuada de lo contrario  - de que dentro de ese mundo hay más perturbados de los que pensaba.

Para el que no lo sepa, la cláusula de rescisión pagada por Javi Martínez es equivalente a 4.460 contratos del salario mínimo interprofesional. Digo yo que el muchacho podrá comprarse unas botas sin necesidad de tener que andar por ahí saltando tapias en la oscuridad de la noche.

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