viernes, 2 de noviembre de 2012

APRETONES DE MANOS


Desde hace unos días me resiento de unas ligeras molestias en el brazo. No es nada severo. Como unas agujetas  que incomodan a la hora de extender o recoger la articulación. Un amigo me dijo que podía ser lo que se denomina vulgarmente como “codo de tenista”, pero ni he jugado al tenis ni a nada que se le asemeje.
Al parecer, esta lesión se produce por uno uso repetitivo de movimientos  de agarre o de apretón. Y puede ser.

Durante las últimas semanas, y con más frecuencia a partir del pasado domingo,  he tenido una frenética actividad a la hora de dar la mano y compartir saludos de todo tipo. Es lo que tiene el éxito. Cuando alcanzas buenos resultados, todo el mundo se afana en exteriorizarte la alegría o la satisfacción. Y cada cual lo hace, según su naturaleza.

El alcalde de un importante municipio vizcaino me repartió dos besos  la noche del domingo que resonaron –para mí- con estruendo. Un ex compañero de fatigas quiso darme dos palmaditas cariñosas en la espalda  que me hicieron tragar el chicle que nerviosamente mascullaba. El “niquelador” de discursos era un abrazo en sí mismo. Las “carantoñas” en la cara o en la cabeza terminaban en toñeja.  Una mano aquí, otra allí,  un gesto, un brindis, una palmada... terminan por pasar factura. Y, uno, no está acostumbrado a tanta manifestación de júbilo. Ni a un éxito tan incontestable.

El lenguaje corporal  y sus expresiones más visibles, retratan la personalidad de cada cual. Mi madre, por poner un ejemplo, cada vez que saluda a un hijo-a o nieto-a,  se vacía. Te agachas levemente a darle dos besos como quien baja la cerviz para recibir una medalla olímpica  y entonces sufres el acoso de quien te maniata con sus brazos, te agita como un jarabe y te somete la cara a un ataque masivo  de ósculos ruidosos y  fuertes que  dejan todo el rostro sonrojado. Es como un ataque masivo de cariño ante el que te sientes indefenso.

Se trata de un ejemplo de afectividad extrema que más allá del vínculo familiar sólo he padecido ( y no solo yo, pues resulta característico) de Josu Jon Imaz. Hace tiempo que no coincidimos pero, cada vez que  nos encontrábamos,  Josu Jon  parecía enchufado a la red eléctrica y sus abrazos y sus apretones de manos  eran como una descarga de alta tensión. Después de su cortesía, necesitabas  que te atendiera una unidad del SAMUR.

Luego están, los apretones de manos. Hay quienes te ofrecen su mano firmemente y evidencian una recia personalidad. Inicialmente, quienes así se muestran,  transmiten fiabilidad. Pero no siempre hay que entenderlo. Hay quienes ofrecen su mano  de manera sólida. La aceptas con la misma firmeza, y, en ese momento, aprovechan para cruzar tu mano, por encima,  con  su otra extremidad. Ojo con ellos. Quien eso hace, te está lanzando un mensaje de superioridad. De que el acuerdo entrelazado en el apretón de dedos, tiene un anexo  de salvaguarda en la mano que superiormente cierra el gesto.

Pero todavía hay una fórmula más peligrosa. Quien te apretuja la mano y con la otra  se apoya en tu hombro. Eso puede significar  que más que un saludo lo que te esté haciendo es un intento de llave de judo.

Todas esas expresiones conllevan una simbología que deberás discernir  rápidamente para adivinar si el apretón de manos  equivale a confianza, a rigor o a desafío y confrontación. Y eso, va en la inteligencia de cada cual.
Con lo que no puedo  es con esos saludos melifluos e impredecibles de quienes te ofrecen su mano como si presentaran una berza. Manos fofas, muertas, hectoplasmáticas. Manos caídas, ortopédicas, sudorosas normalmente, blandiblús,  que se te escurren y que sueltas rápidamente porque no sabes si saludas a una persona o a un calamar.

De esa sensación se sale rápidamente. Miras al sujeto a la cara, le hablas y observas  su reacción. Si te mira de frente es que  el hombre es así, “manimuerto”. Nada más. Pero si en lugar de mirarte cuando habla,  sus ojos se fijan en todo menos en tu cara, es que estás en presencia de un zombi. 

Ernesto Gasco, viceconsejero de transportes (en funciones) y concejal  socialista en el ayuntamiento de Donostia, tiene esa extraña virtud de dar la mano como quien da un repollo.  Le saco a colación en este post porque he tenido constancia de que fue él  quien osó (en la última semana de campaña) anunciar en ámbitos públicos que el PNV y el PSE  tenían ya un pacto secreto para gobernar juntos en el próximo gobierno vasco.  Un acuerdo inexistente que él propagó conscientemente y que  dio por cerrado, hasta el punto de asegurar que él –Ernesto Gasco- seguiría en la  primera línea de acción política de la próxima legislatura.  El pacto le reportaría, según su discurso,  bien  la continuidad en el departamento de transportes del Gobierno vasco o que, en su caso, sería  alcalde de San Sebastián  tras una moción de censura pactada entre nacionalistas y socialistas contra Bildu .

Sus vaticinios, propios de quien vive la política  como un juego marrullero de mentiras e infundios, fueron elevados a categoría  de “verdad”  en el fin de campaña electoral por quienes no quisieron contrastar la fuente perturbadora del libelo, desmentido sin aspavientos por los supuestos paccionadores (PNV y PSE).  El “todo vale” ha hecho que la acción política sea  abiertamente cuestionada por la opinión pública y actitudes tan irresponsables como la demostrada por Ernesto Gasco abonan ese descrédito, en ocasiones bien ganado.

Ahora, descubierto el foco de la falsedad, toca  pasar la fregona y limpiar las consecuencias de tanta estulticia desbocada. Sobre todo, cuando la situación de este país nos obliga a todos a ejercitar la responsabilidad desde la verdad. Una responsabilidad en la que personajes  como el mencionado están de más. Que no espere Gasco que le extienda mi mano.


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