viernes, 16 de noviembre de 2012

HABRÁ QUE PERSEVERAR

A las Administraciones públicas les falta dinero para poder abordar satisfactoriamente sus programas de gestión. Los recursos económicos derivados del cobro de impuestos no llegan en la cantidad estimada y las políticas públicas se resienten ante esa minoración de ingresos. Hay apreturas y dificultades serias para abordar todos los compromisos contraídos. Eso nadie lo duda.


Venimos de un ciclo económico expansivo, radiante en crecimiento. Con reservas económicas notables que generaron objetivos programáticos de desarrollo y progreso. Programas de gobierno con nuevos retos, con garantías de derechos subjetivos universales diseñados desde la tesorería positiva y sin considerar que el crecimiento coyuntural pudiera ser reversible. Se echó mano del crédito y del endeudamiento como factor de apalancamiento de esa necesidad de ir ganando bienestar a cambio de los réditos que la bonanza aportaría en los años sucesivos. Como si la economía no tuviera más camino que crecer y crecer. Y, si en algún momento se atisbaba un parón en dicho proceso, se pensó que obedecería al habitual cambio de ciclo estimado por los expertos en base a los cánones de comportamiento de la economía tradicional.

Pero la inicial crisis financiera americana evolucionó como un huracán en todo el occidente desarrollado, echando por tierra toda tesis de recesión evanescente y temporal. El crédito, la deuda, otrora bastión de la economía expansiva, se convirtió en un lastre –quizá por las trampas que el propio sistema había acumulado en apuestas de enriquecimiento rápido y poco consistente- para quienes, ante la ausencia de liquidez vieron comprometido su presente y su futuro ante la obligación de resarcir su pago aplazado sin más recursos que los que su propia competitividad y actividad generara. Sin dinero, sin confianza en el sistema financiero, la mayoría de las empresas cesaron en la producción. Sin producción, el empleo se destruía. Los beneficios se convertían en pérdida. Con mayor paro y sin riqueza que repartir, el consumo se retraía y la recaudación por tributos caía inexorablemente. La vaca –las empresas-, al no tener qué comer, dejaba de dar leche o no daba la suficiente para alimentar al conjunto de la comunidad. Y las Administraciones públicas se han encontrado con un horizonte de gasto comprometido al alza –tendente a mejorar la calidad de vida de todos- y una realidad de tesorería notablemente empobrecida.

En esa chocante disyuntiva, alguien, incapaz de reflexionar medianamente sobre la imposibilidad de mantener un esquema de crecimiento en tiempos de anemia económica, ha querido hacernos creer que la panacea que resuelva nuestras apreturas se encuentra en el incremento de la presión fiscal; es decir en la subida de impuestos. Bajo el populista eslogan de que “los ricos paguen más” llevamos asistiendo a un debate sin contenidos y sin ningún dato que lo certifique, que enmascara y confunde la realidad con la propaganda más estéril. Un debate que posiciona a unos como “progresistas” y al resto como “defensores de los defraudadores”. Una falacia que ha intentado deslegitimar el sistema institucional existente en Euskadi (rompiendo el esquema competencial derivado del Estatuto y el Concierto Económico) y que ha impedido, por el momento, acuerdos importantes para recuperar la confianza frente a la crisis so pretexto de diferencias insalvables entre posiciones de “derechas” y de “izquierdas”.
Un debate falso, artificial, irresponsable y demagógico.

Nadie pone en duda en Euskadi que el sistema impositivo existente deba adecuarse y reestructurarse en búsqueda de su eficiencia. Pero, dicho esto, algunos no quieren reconocer que los impuestos son herramientas generadas para incentivar la actividad económica, incidir en la justicia distributiva y, en tercer ámbito, para dotar de recursos al económicos al sistema. Y, que, por mucho que nos empeñemos en subir los impuestos o en perseguir a los tramposos defraudadores, si no volvemos a la senda de la actividad industrial y de los servicios, el saldo seguirá siendo igualmente insuficiente.

Porque insuficientes aunque meritorios son los pretendidos 30 millones de euros, que en el mejor de los casos, se recuperarán por la entrada en vigor de un nuevo impuesto de patrimonio tras las propuestas de las diputaciones de Gipuzkoa o Bizkaia. La reforma pendiente del IRPF, de Sociedades y de otras figuras impositivas, además de la lucha contra el fraude, pueden favorecer el afloramiento nuevas cantidades con las que dotar las necesitadas despensas institucionales. Pero, por mucho que se afanen los técnicos o los políticos, la leche de esta vaca, difícilmente va ser suficiente para alimentar en este momento el apetito de una administración y de una sociedad acostumbrada, porque su bolsillo se lo permitía, a comer a la carta y que ahora, como mal menor, podrá disponer de un menú del día. (El nuevo Gobierno vasco deberá hacer frente a un agujero de más de mil millones de euros en 2013)

La sostenibilidad del sistema no está solamente en los impuestos (se ha subido el IVA y ha bajado la recaudación), sino en la capacidad de vivir con lo que se dispone con el afán de recuperar la actividad económica. Y para hacer eso, nos va a tocar pasarlas canutas. Competir en este mundo global nos obligará a reducir nuestros costes de producción, porque el mismo tornillo que se hace aquí, se vende en el mercado un 35% más barato tras producirse en China. Ante eso no hay supervivencia industrial ni comercial que lo soporte. Y, a las Administraciones les viene tocando ya redimensionar sus objetivos. Volver a priorizar y establecer qué es lo urgente y qué deberá esperar para poder ejecutarse. Llegan tiempos de repliegue, de resguardar lo esencial para preservar el músculo que nos permita la recuperación ulterior. Salvaguardar las prestaciones básicas, afinar las cuentas y el control sobre el gasto, y en la medida que se pueda, reservar estímulos, a modo de vitaminas, para que el tejido productivo mantenga su capacidad de renacimiento.

Hay quien cree que esta receta es neoliberal. Que es preciso cambiar el modelo económico y su propuesta de intervencionismo socialista no encuentra aplicación en todo el mundo occidental. Otros siguen aferrados al discurso vacío como continuidad de una estrategia errática fallida que ahora les obliga, antes de nada, a mirarse en el espejo. En base a esos criterios –legítimos pero no compartibles- hoy ha sido imposible cerrar un acuerdo para la estabilidad económica e institucional entre PNV, EH Bildu y el Partido Socialista. Ha sido una oportunidad perdida. Confiemos en que, pasada la resaca que todo proceso electoral genera, seamos capaces de retomar el diálogo, y entonces sí, compartir diagnóstico y sellar acuerdos. La dureza de la crisis y sus consecuencias nos obligan a ello. Habrá que perseverar.



No hay comentarios:

Publicar un comentario