viernes, 4 de enero de 2013

LA SEGURIDAD DE UNA CONSEJERA.

A Estefanía Beltrán de Heredia no le arriendo la ganancia. ¡Qué marronazo ha sido capaz de echarse a la espalda!. Asumir la cartera de Seguridad , antes de Interior, siempre ha tenido un toque especial de valor añadido. Alguno dirá que ahora, sin violencia de ETA de por medio, es más fácil. No dudo de que el terrorismo haya sido un quebradero de cabeza y una prioridad fundamental para quienes le precedieron. No podía ser de otra manera. La policía está para combatir la delincuencia y la de intencionalidad política ha sido especialmente cruel para el conjunto del país, desgastando, con especial saña, a sus recursos humanos y equipos directivos.


Sin ETA como elemento de turbación –afortunadamente- la seguridad en este país debe, obligatoriamente, reinventarse, reestructurarse y fijar nuevos objetivos vinculados con la prevención, con las nuevas fórmulas de crimen organizado, con las nuevas tecnologías, la globalización o los fenómenos especializados de delincuencia, de fraude y de vulneración de derechos individuales y colectivos. La policía que este país necesita en este siglo XXI tiene, por un lado, que volver a sus orígenes de proximidad y cercanía con la ciudadanía. Y, por otro, mejorar en la eficacia preventiva y en la diligencia postinfractora. Y, todo ello, sin olvidarse de cortar el paso a las secuelas aún latentes de intolerancia protagonizadas por de sectores no reciclados en la convivencia cívica.

Probablemente, los avatares de todo tipo que en los últimos lustros hemos protagonizado, ha idealizado en algunos la labor de la Ertzaintza. En otros, la ha satanizado. Y, en una mayoría, se ha respaldado la legitimidad de su trabajo, pero críticamente. Lo cierto es que desde su origen, la Ertzaintza, como cuerpo policial de nuevo cuño, ha sufrido un agudo desgaste. Cerca de ocho mil agentes, salidos a la calle en un plazo breve de tiempo, sin capacidad de relevo generacional, sometidos a años de presión terrorista y de su entorno; con cambios continuados de funciones, destinos y responsabilidades, constituyen hoy un colectivo de difícil gobierno, no ya en su funcionalidad, sino en el más estricto ámbito laboral.

A todo ello hay que sumarle, que no es poco, la pugna interna habida durante lustros por conservar u obtener ámbitos de influencia internos. “Amigos” y “enemigos” que en cada momento buscaban la complicidad o el enfrentamiento con el poder político instalado para obtener premios o castigos según el caso. Intereses personales o grupales enmascarados de afinidades ideológicas de conveniencia que gestionadas con habilidad, en un ámbito tan sensible como el de la seguridad, han pervertido, en buena parte, el papel de una nueva policía que se decía “integral” y que ha terminado convirtiéndose en un foco de conflictos internos. Una calamitosa situación de cuya responsabilidad no es escapan los gestores públicos de gobiernos anteriores y , más concretamente, el último ejecutivo vasco que elevó a categoría de mando político a representantes funcionariales, más ocupados de hacer progresar su propio estatus que de optimizar y modernizar el cuerpo policial.

Así, durante los últimos años, se ha asistido a una soterrada transformación de los cuadros de mando, del sistema organizativo de las unidades, de las comisarías, de los despliegues, de las dependencias orgánicas. Y todo ello trufado de con prebendas a modo de incentivos, de coches de libre utilización, de asignaciones de plazas de libre designación, de comisiones de servicio. Se han apartado a las secciones especializadas para dedicar a sus efectivos en tareas rutinarias. Se ha alejado las comisarías de los núcleos locales, se han creado “refuerzos” sin tecnificación ni preparación específica. Se han nombrado intendentes, comisarios, subcomisarios, a granel. Apaños, remiendos, ocurrencias, desbarajuste en general.

En estas, ha llegado al hoy departamento de Seguridad, la primera mujer –tras el paso fugaz e interino de Idoia Mendia- que ostenta el cargo de Consejera. Nada más llegar a Lakua, Estefanía Beltrán de Heredia se ha encontrado con dos situaciones a modo de “regalo envenenado”. La primera, los incidentes acaecidos en el estadio de Anoeta durante la celebración del encuentro de fútbol entre la selección vasca y Bolivia. La segunda, la desaparición de banderas españolas en determinadas instancias policiales. En ambos casos, la controversia suscitada en la opinión publicada tiene una fuente informativa común; “fuentes sindicales”.

En el caso de Anoeta, el supuesto escándalo parte de la apreciación de que el operativo organizado para velar por la seguridad del evento deportivo fue improvisado. Y a ese juicio de valor, divulgado, lo reitero, por fuentes sindicales de la Ertzaintza, se han apuntado todos para dirigir sus críticas a los nuevos responsables del área gubernamental de Seguridad. Hasta el ex lehendakari Patxi López, en un ejercicio de sorprendente ligereza, ha sumado su voz al coro de quienes piden explicaciones a la Consejera por la actuación de la Ertzaintza. En lugar de centrar el foco de la crítica política en el grupo de cafres que puso en riesgo la integridad de las personas que presenciaban en directo el encuentro futbolístico, con el lanzamiento masivo de bengalas y artefactos pirotécnicos, las interpelaciones se han vuelto hacia la Ertzaintza.

No digo yo que la policía vasca esté exenta del necesario control de sus actuaciones (ahí está el caso de Iñigo Cabacas y la “transparencia” con la que han actuado otros). Lo que me preocupa es que se extreme el celo en un lado y se descontextualice el comportamiento vandálico, delictivo y peligroso de los “amigos” de Permach. Unos salvajes a los que el fútbol, el deporte o la selección vasca les importaba una higa. Por cierto, sería bueno que la Federación Vasca se cuestionara seriamente si iniciativas como la de Anoeta prestigian o devalúan la deseada oficialidad de la selección vasca. Que valoren si lo mejor es realzar y organizar con rigor un acontecimiento deportivo o, por el contrario, hacer una “fiestuki” en la que quien acude se desinhibe de todo (del deporte, de la competición) para pasar un rato de botellón, de consigna y fumeteo.

El segundo “caramelo amargo” ha sido la rápida filtración de un hecho puntual –la desaparición de banderas españolas en determinadas instancias policiales-. En ambas situaciones, la nueva Consejera de Seguridad no ha dudado un instante. En el caso de la intervención policial en Donostia, ha decidido abrir una investigación interna para conocer si en el operativo llevado a cabo por la Ertzaintza en torno al partido de fútbol –o lo que fuera aquello- se cumplieron los protocolos internos marcados para tales circunstancias. Pesquisa obligada para determinar si hubo o no improvisación o si se produjo o no alguna “negligencia” , como ha llegado a calificar el hoy sindicato opositor. Tras sus resultados, Estefanía Beltrán de Heredia comparecerá en el Parlamento para dar cuenta del episodio.

En el caso de la desaparición de banderas, que tan notoria referencia tuvo en determinados medios de comunicación, la respuesta de la nueva responsable del Departamento de Seguridad fue inmediata. El Gobierno vasco –representada en este caso por ella- no había cursado orden alguna en tal sentido, garantizando el cumplimiento estricto de la legalidad vigente. Los símbolos fueron prontamente resituados, acabando así con una polémica incipiente que parecía albergar largo recorrido mediático por la acción incontrolada de algún inconsciente, incapaz de valorar que cualquier gesto no necesario, cualquier decisión controvertida, sería utilizada (así fue) como munición política contra el actual Gobierno vasco.

La prioridad para la Ertzaintza hoy ni son las banderas ni las polémicas públicas. La principal necesidad que aguarda la Policía Vasca es su reestructuración, la definición de sus nuevos objetivos profesionales y la recuperación de la estima social perdida tras su alejamiento paulatino de la calle.

Estefanía Beltrán de Heredia no lo va a tener fácil. Dentro tiene un polvorín. Y fuera, algunos la examinarán constantemente con la lupa de la polémica. Sus primeros pasos demuestran solvencia y firmeza. ¡Buena suerte Consejera!. La va a necesitar.

2 comentarios:

  1. zubiriaitz@gmail.com4 de enero de 2013, 23:07

    Lamentablemente tienes razón, pero el desbarajuste ya existía antes del gobierno socialista y lo que no han querido hacer es cambiar el modelo que sigue siendo y seguirá siendo el mismo, el del amiguismo. Hablas de coches oficiales, hablemos. Los jefes pueden elegir coche o dieta, y lógicamente eligen lo mejor para su bolsillo en vez de estar obligados a tener lo menos oneroso para el contribuyente. Me río de los trajes de Camps, en la Ertzaintza se regalan coches oficiales, el descontrol es total. El jefe de Mikeletes y de Forales mandan sobre dos personas y son comisarios con coche oficial cobrando como comisario, creo que un suboficial sería suficiente. Ningún Consejero ha querido controlar quién y para qué se utilizan los coches oficiales (es una prebenda potente), hay más coches oficiales en los garajes dentro del horario laboral que fuera del horario laboral. No voy a entrar en detalles, pero hay ciertos ámbitos policiales en los que la Ertzaintza prácticamente no existe y no es por culpa del terrorismo. La policía nacional tiene un Cuerpo Superior de Policía al que para acceder se ha de ser titulado universitario, en la Ertzaintza no existe un Cuerpo Superior, como dice alguno se valora más el dar hostias que el conocimiento. La Consejera va a alucinar con lo que va a ver y con lo poco que va poder cambiar las cosas. Le deseo suerte en lo personal porque en lo laboral no va a tener mucha ayuda de los suyos que llevan tanto tiempo cortando el bacalao desde dentro, no va a venir una alavesa agraria a mover el statu quo de los que de verdad mandan. Faltaría más.

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  2. Hola Koldo

    he echado en falta un comentario en tu articulo sobre la imposción a la que se ven las instituciones vascas de poner la bandera española. Entiendo que el PNV no está para ser politicamente correcto sino para sacar adelante un proyecto nacionalista vasco y eso poco casa con la bandera española y la imposición que nos encontramos al tener que ponerla.

    Una cosa es tener que ponerla otra es sonreir cuando se pone.

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