viernes, 15 de marzo de 2013

LA VERDAD DEFENESTRADA


Cuando una persona decide lanzarse al vacío para poner fin a su existencia  debe tener un grado de sufrimiento tal que sólo el escaparse de la realidad alivia su tormento. En realidad, desconozco los motivos por los que se impulsan  las inquietudes suicidas. Pero la desesperanza absoluta, la depresión, la incapacidad para superar  determinados problemas, deben de estar detrás  de esa ansia autodestructiva. Debe ser horroroso, no lo dudo.  Por eso me inquieta ver que , en demasiadas ocasiones , demos pábulo a razonamientos sencillos para explicar algo tan inexplicable como la voluntad de las personas por quitarse la vida.

Me inquieta y me preocupa que de manera súbita la colectividad que nos rodea encuentre una causa para justificar lo injustificable. De igual manera que me indignaba que cuando se producía una acción violenta  traumática contra una persona se asociara a la víctima una cierta responsabilidad de culpa; “algo habrá hecho”.

La pasada semana tuvimos conocimiento de la muerte de un hombre en Bilbao. Se había arrojado a la calle desde la ventana  del domicilio que ocupaba. Sin esperar ni un minuto para conocer las causas del defenestramiento apareció en los medios de comunicación una palabra muy recurrente en estos días; “desahucio”.  Al parecer, la víctima, había decidido acabar con su vida ante el requerimiento inminente de abandonar la vivienda que le cobijaba.

Y ahí comenzó una ola de especulaciones que fue medrando sin contraste alguno en una generación de alarma social que debiera preocuparnos.

Nadie se cuestionó otros razonamientos para encontrar sentido a óbito. Nadie tuvo el sentido común suficiente para poner en cuarentena una versión que, cuando menos, indirectamente apuntaba a un culpable de aquel fatídico hecho. De ser cierta la tesis, si el hombre se había suicidado porque le echaban de su casa habría un inductor que provocaría el desahucio. Y, el inconsciente colectivo pensó en un malvado banco como responsable de aquel drama.

Y no. Poco tiempo después se conoció que el suicida vivía de alquiler. Que tenía trabajo interinamente en la Administración Vasca. Luego que tenía ingresos habituales. La investigación destapó igualmente ámbitos de su privacidad conyugal y familiar  en nivel de desestructuración. Pero el desahucio siguió siendo la pieza clave esgrimida como causa fehaciente de la tragedia.

Nadie se paró a pensar si el propietario de la vivienda que reclamaba el pago de una renta no satisfecha durante largo tiempo era un hombre también acuciado por la necesidad económica.  que fruto de esa necesidad, y de la falta de respuesta de su inquilino se vio obligado a emprender acciones legales para recuperar su propiedad y buscar, si era posible, nuevos contratos de arrendamiento  que pudieran ser satisfechos y mitigaran su precariedad actual.

Nadie fue capaz de hacer un contraste para intentar buscar la verdad de un fatídico caso, convertido en agitación y propaganda por los pescadores de ríos revueltos. Agitación y propaganda que la mayoría de medios de comunicación compraron  y exhibieron para mayor gloria de una sociedad aborregada por una indignación creciente que no se para a pensar, porque, lo más fácil es, siempre echar la culpa a los demás de lo que pasa.

Sin más argumento que el rumor, la gente se echó a la calle. Para denunciar a la banca, a los partidos políticos e incluso el Gobierno vasco. Con frivolidad y desmesura impropia llegaron a calificar a la víctima como “daño colateral” de los ajustes presupuestarios anunciados por el ejecutivo. Como si el consejero Erkoreka o el lehendakari Urkullu tuvieran responsabilidad en el suicidio.  Todos se identificaron con el “inmolado”. Todos eran “amigos”, compañeros, de la persona muerta. Aunque nadie le conociera. Solidaridad de manifestación , de rapiña de consigna, de inconsciencia social. 

Porque cuando las protestas cesaron, cuando todos los medios de comunicación  sin excepción alguna, recogieron las movilizaciones, el muerto se fue al hoyo. Sólo. Abandonado. Olvidado.
Aquel hombre que había puesto fin a su vida sin que nadie conozca sus razones permaneció en la morgue sin que nadie reclamara su cuerpo. Ni familiares, ni amigos, ni compañeros. Ni quienes se solidarizaron vociferantes en la calle o en las puertas de la sede del ejecutivo. Tuvo que ser el Gobierno vilipendiado quien atendiera las exequias fúnebres. Así se acabó la historia. Sin una línea de referencia en los tabloides. Ni un segundo en los informativos. Tristes protagonistas de usar y tirar.

No es este el único caso  sin aclarar en el que un drama humano acosado por múltiples factores  se presenta públicamente  como consecuencia directa e indubitada de un desahucio. Aún a sabiendas  de lo contrario.

Esta misma semana aparecía nuevamente una noticia premonitoria de conflicto en los diarios digitales. Una mujer debería abandonar en breve su domicilio en el municipio de Getxo. La chispa estaba ya encendida. Tuvo que ser el ayuntamiento de la localidad quien contextualizara la situación.  No se trataba de un caso de desahucio sino la posible consecuencia de una separación-divorcio conyugal.  La manipulación había encontrado un cortafuego.

Hay mucha gente que está viviendo situaciones difíciles. La crisis, el paro, les ha golpeado y se enfrentan a situaciones de exclusión social que deben ser atendidas de manera prioritaria por las instituciones públicas para garantizar la dignidad de las personas. Y en esa prioridad se ha avanzado mucho. Pero, cuando casos como el expuesto se recrean como un reality televisivo, se daña considerablemente una acción prodigiosa que hay que seguir alimentando y defendiendo.  Todos, y especialmente los medios de comunicación, necesitamos hacer una profunda reflexión  sobre el rigor  de nuestras apreciaciones y opiniones. La búsqueda de la verdad , el contraste, tiene que estar por encima de la indignación o del espectáculo. Nos jugamos mucho en ello. Nos jugamos, entre otras cosas, no confundir a la sociedad vasca, conmocionada como está por la dureza de una situación que se merece  ser atendida con la mayor claridad  y realismo. Lo contrario sería abonar la desestabilización.

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