viernes, 30 de agosto de 2013

VÍCTIMAS



El pasado miércoles,  el diario cabecera del grupo “Vocento” publicaba un artículo de opinión de Joseba Arregi , persona con la que no comparto puntos de vista pero a la que respeto profundamente,  titulado “Detrás de las apariencias”. En dicho ensayo, el ex consejero de Cultura, recuperaba una cita publicada por mí en relación a la intervención del Delegado del Gobierno, Carlos Urquijo, para atribuirme, y también al partido que represento, una cierta complacencia  hacia la izquierda abertzale en su afán por reinterpretar nuestra historia reciente.

Arregi rescataba de mi post dedicado al delegado gubernamental la siguiente frase;  “…no se puede apelar constantemente a la dignidad de las víctimas del terrorismo para, en su nombre, interferir perniciosamente en la convivencia pacífica de la sociedad vasca”.

Leída en el contexto de aquel escrito creo, eso al menos perciben mis limitadas entendederas,  que la mención a las víctimas y su “utilización” argumentativa quedaba meridianamente clara. Pero Joseba Arregi no lo ha interpretado así, llegando a cuestionar  que  “la convivencia que pregona el PNV es que la izquierda nacionalista radical pueda construir su relato social de la historia del dolor sufrido por las víctimas tratando a los verdugos como héroes y que ese sea el código desde el que se interpreta la narrativa oficial  que quieren construir las instituciones”. 

No, señor Arregi. No era esa ni la intención, ni el mensaje que pretendía transmitir más allá de lo que usted considera “apariencias”.

Lo que pretendí trasladar en aquellas líneas era, ni más , ni menos, que mi hartazgo  por la utilización continuada y maliciosa que se hace de las víctimas del terrorismo. Hartazgo sí, porque la instrumentalización del dolor y del sufrimiento se ha convertido en moneda de cambio en esta sociedad  de líderes de opinión que no encuentran más argumento para contrastar sus ideas políticas que el amparo de las víctimas como parapeto de su posición. Hartazgo de que se patrimonialice la injusticia de actos bárbaros como excusa  de falta de ética democrática  de quienes no comulguen con ese “pensamiento único” ampliamente divulgado.

Hartazgo  por verme situado por quienes así piensan, del lado de los “verdugos”, de los que tanto daño nos causaron por su criminal acción .

Nunca creí necesario relatar mi experiencia personal en esta dramática página que nos ha asolado durante años pues pensaba  que mi relato resultaría insignificante frente a casos más evidentes de amargura vivida en este país. Pero, llegado el momento, y para que el señor Arregi, entre otros, disipe sus desconfianzas,  creo preciso abrir parte de mi consternación vital acumulada en relación al terrorismo, sus consecuencias y las víctimas generadas por su práctica.

Una mañana brumosa, en el atasco de rigor, escuché por la radio cómo se había producido un atentado terrorista en una céntrica calle bilbaína. Un comando de ETA que durante semanas había perseguido a su presa, descargaba sus mortíferas balas a un conductor detenido en un semáforo.  En compañía de su hijo le robaron la vida.  Era un buen amigo con el que estaba citado horas más tarde.  Le conocía. Le apreciaba. Como conocía y apreciaba a su  ahora viuda, y a sus hoy huérfanos. 
Meses más tarde, un cobarde  militante de ETA colocó una bomba  debajo del  asiento del vehículo de otro viejo conocido y también amigo. La violencia de la explosión arrancó de cuajo otra vida que me era próxima. E incrementaba el listado de viudas y huérfanos inocentes, golpeando, nuevamente, de forma directa mi condición humana. Para entonces ETA ya había asesinado a centenares de personas. De hombres y mujeres con caras y ojos. Con nombres y apellidos. 

En los últimos años he asistido a capillas ardientes,  funerales, a encuentros con familias desconsoladas. Aún recuerdo con espanto  la imagen de un edil popular cubierto por una manta en la puerta de su casa en Durango. O las reuniones en Ermua en las horas fatídicas del secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco.  

No. No me hablen de víctimas. Las conozco. He visto, palpado, su padecimiento, su inconsolable soledad ante la desgracia provocada. Jamás saldrá de mi boca reproche alguno hacia ellas. Tal vez , en algún momento no estuve, no estuvimos, a la altura de lo de nosotros se esperaba. Seguro que lo lamentamos de corazón, pero jamás fue mi –nuestra- pretensión añadir sal a su herida abierta.

Esos rostros no se olvidan nunca. Y en este país, muchos no los olvidaremos. Memoria, reconocimiento, restañamiento, en lo que se pueda, de su sufrimiento, acompañamiento, son nuestra obligación. La de todos. Y en especial de quienes provocaron tanta frustración, tanta inhumanidad. Ellos deberán, no solo por ética, sino por justicia, reconocer  su mal, y pedir perdón. Esa será la historia por escribir y por reconocer. Y esa es una reclamación que mi partido, el PNV, y yo mismo reclamamos de la Izquierda Abertale.  Sin aspavientos y más allá de  las apariencias. Así de rotundo. Porque, estamos seguros de que sólo del reconocimiento  del enorme dolor causado se podrá cimentar una nueva sociedad de respeto y tolerancia
.
Estoy seguro que la reconciliación entre vascos  será muy difícil. Nos costará generaciones restañar las heridas abiertas en estas últimas décadas. No soy ingenuo. El trauma generado por un acto de violencia no se olvida. Ni debe olvidarse. Pero, nos merecemos  un futuro mejor de lo ya vivido. Aunque las víctimas sigan siendo víctimas. Eso nadie, por desgracia, lo podrá evitar ya.

Pero, aunque políticamente resulte incorrecto decirlo, dejen ya a las víctimas en paz. No las pretendan convertir en algo que no son. No son ni agentes políticos ni prescriptoras de opinión. Ni lo son ni lo desean ser.  Dejen ya de mercadear con su dolor. De enarbolarlo como si fuera una bandera que lo condiciona todo.

Resulta nauseabundo  contemplar la utilización que de ellas, de su condición y de su desconsuelo hacen algunos. Dejen ya de usarlas como ariete  político. Las víctimas son personas, no partidos políticos.  No se  merecen tanta manipulación ni tanto desenfoque de su papel ciudadano. Busquemos, entre todos, acomodar lo mejor posible su perspectiva vital truncada a sus deseos reales y posibles.

¿Es tan difícil percibir el hastío social que provoca tanta manipulación maliciosa que se viene haciendo de las víctimas?. ¿No se dan cuenta de que tanto protagonismo cautivo de intereses bastados puede generar ciertos rechazos  sociales?  


Algunas de las consecuencias que la violencia deja tras de sí, por condición humana, son el odio, el rencor y el resentimiento. Hagamos entre todos que esa perniciosa herencia provocada por el terrorismo en Euskadi se minimice. Y sí, desde el respeto a la ley, pero también desde la tolerancia y el diálogo, seamos capaces de construir una nueva sociedad basada en la confianza , los derechos humanos y  las reglas democráticas. Una sociedad vasca en la que ya no haya más víctimas. Y nadie pretenda rentabilizar el sufrimiento ajeno.

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