Celebrado el primer Consejo de Gobierno en Donostia, el
calendario político se abre de par en par en un otoño que se presume caliente.
La agenda marca hitos importantes para todos pero no son ellos sino los
antecedentes y las coyunturas, propias y ajenas, las que presumen movimiento e inestabilidad. A lo mejor me equivoco –ojalá- pero, lo visto
hasta ahora , me hace pensar que, durante unos meses, al margen de Escocia o de
Catalunya, contemplaremos un tira y afloja estéril, improductivo, que servirá
más para agudizar el perfil político de cada cual que para dar respuestas
coordinadas a las necesidades reales que tenemos encima de la mesa.
Puestos por orden los objetivos, tenemos a la crisis
económica y el parón súbito que el crecimiento ha tenido en los países
tractores europeos.
Para Euskadi, un país industrial que fía buena parte de su
crecimiento a las exportaciones, resultaría crucial mantener un acuerdo amplio
–social, político e institucional- en el afianzamiento de la competitividad de
nuestras empresas. Competitividad en la búsqueda de mercados, en el
mantenimiento del empleo, en la incentivación de la I+D+I. Retorno al diálogo social, superación de la
fractura que supuso la reforma laboral, colaboración institucional en la
eficacia pública de inversión. Sería la
panacea. Pero la pugna sindical, el acomodo empresarial a las ventajas ya
adquiridas con las reformas dictadas desde Madrid o la política de “campanario”
de quienes sólo asumen la
responsabilidad cuando están en el gobierno, adelantan que tal no será así.
El segundo objetivo que tendremos enfrente será el de
recuperar el consenso en materia de paz y convivencia. Y , aquí, no hay quien entienda la zozobra que vivimos.
La práctica totalidad de las formaciones políticas con
representación parlamentaria, mantenemos un posicionamiento más o menos diáfano sobre el futuro que
debemos construir en Euskadi. El respeto a los derechos humanos, la necesidad
de concitar puntos de encuentro que faciliten una convivencia inédita en
Euskadi. Democracia y más democracia.
Y, mientras miramos hacia adelante con perspectivas comunes,
cerramos el paso a ese nuevo escenario echando la vista atrás. E imponiendo
condiciones de bloqueo sobre lo ya
acontecido para encaminar un nuevo rumbo.
No digo yo que el pasado sea baladí, que no lo es, pero,
impedir consensos que avancen en una nueva convivencia bajo el pretexto del
pasado no resulta aleccionador. Ni positivo. Recomponer el diálogo interrumpido
en sede parlamentaria y alcanzar un punto mínimo de acuerdo el plan de paz
elaborado por el Gobierno vasco debiera estar en las previsiones de todas las
formaciones vascas. Todas.
Y, en un tercer aspecto de previsiones, se encuentran las
iniciativas que, de una u otra manera, inciden en la estabilidad social y en la
resolución de problemas, de compromisos públicos que afectan a todos. Desde proyectos
legislativos en fase de elaboración, a la propia gobernabilidad institucional.
De forma explícita, me referiré al proyecto de ley municipal que durante estos días ha dado tanto que
hablar en los medios de comunicación. En las últimas horas, y propiciado
básicamente por el Partido Popular, se ha intentado elevar a polémica , una vez
más, la necesidad de aprobación de una Ley Municipal que cierre el ámbito
competencial y funcional de las instituciones que actúan en Euskadi. Llevamos
más de treinta años intentándolo y hasta hoy, por unas razones o por otras, ha
resultado imposible.
Sin embargo, en el actual mandato, se ha producido un hecho singular.
Quizá motivado por el cansancio en el disenso o porque la reforma local
aprobada por el Gobierno de Rajoy apretaba a definir un modelo local vasco. Lo
cierto es que durante los últimos meses habíamos avanzado mucho en la definición
de un borrador de ley que, sin ser el ansiado por cada cual, recogía elementos
básicos de acuerdo. El presumible éxito de este avance estaba en la metodología
utilizada para elaborar un texto común. Todas las instituciones representativas
del país, en las que se daba la pluralidad política presente en el Parlamento,
aportaron sus inquietudes y puntos de vista hasta conformar una estructura
básica de proyecto que, pasados los filtros de legalidad, deberá ser remitido a
la Cámara legislativa para su aprobación en este último período de sesiones.
La Diputación Foral de Araba también ha estado presente y
activa en este proceso abierto. Hizo sus alegaciones, llegándose a un punto
referencial básico de aquiescencia con el articulado formulado. Lo mismo
ocurrió con la diputación vizcaína y con la guipuzcoana, así como con la
Asociación de Municipios Vascos –EUDEL-. Que, al día de hoy existan diferencias
de apreciación es lógico. Que no todo esté consensuado, también. Pero la
oportunidad única que se nos presenta para aprobar una Ley Municipal Vasca tras
treinta años, debería obligarnos a
modular los discursos y no intentar hacer estallar una ocasión que se me antoja
histórica por pura y simple estrategia electoral .O por puro oportunismo.
Estrategia electoral. Entramos en los condicionantes que
auguran un horizonte político inestable. Las elecciones municipales y forales
están a escasos nueve meses del nuevo ciclo institucional que ahora se abre.
Cada formación política y su propia coyuntura, mira dicho escenario con sus
propias gafas, con sus preocupaciones, apreturas y necesidades.
El Partido Popular Vasco es quien con mayor desenfoque se
apresta a la cita. Sin capacidad de afección en la política vasca, descentrado
internamente por un liderazgo ex novo, sin cohesión y con una perspectiva
electoral notablemente disminuida, el PP vasco ha pretendido este verano
resituarse a golpe de polémica. Las falsas acusaciones de corrupción respecto
al PNV, las controvertidas posiciones del
alcalde Maroto en relación a las ayudas sociales y el intento vano de provocar
un debate territorial respecto a la Ley
Municipal, evidencian no ya el nerviosismo de los populares, sino su
desesperación por tener un protagonismo mediático que les resitúe ante la
sociedad vasca. Y, así, equivocan el tiro. Quien denuncia corrupción o fraude
en las prestaciones sociales debe tener pruebas y actuar en consecuencia.
Porque quedarse en la crispación de una denuncia mediática sin más, deja al aire su incapacidad de actuación y
revela que su papel pasa, pura y llanamente, por la provocación y la
irritación. Y quien sólo sabe crispar, obtendrá de la sociedad su respuesta de hartazgo y desafección.
Tiempo al tiempo Arantza Quiroga.
El Partido Socialista de Euskadi aborda en estos próximos
calendarios momentos cruciales en su renovación y reposicionamiento. Tras los
últimos golpes electorales, los socialistas vascos necesitan acertar en su
diagnóstico. Su nervio, las “tripas”, pueden llevarle a equívocos. Su base
militante puede pedirle giros copernicanos, sueños reconfortantes de una nueva
izquierda junto a elementos políticos emergentes alimentados por sus propios
errores. Pero no siempre los deseos “militantes” coinciden con lo que su base
social desea. Y ésta pide que el PSE recupere su capacidad decisoria en la sociedad
vasca. Recientemente, Jose Antonio Pastor manifestaba en una entrevista que
será “complicado negociar un nuevo presupuesto” en “vísperas de unas
elecciones”. Y la pregunta que cualquier observador se hace es “¿por qué?”.
¿Por qué es más difícil pactar un presupuesto en la antesala de unos comicios?.
¿Acaso los partidos políticos abdican de la responsabilidad cuando llegan las
elecciones? ¿Es que las necesidades del país o los acuerdos son incompatibles
con el contraste democrático en las urnas?. Pastor, y muchos socialistas saben
que no. Al contrario, que la capacidad de decisión, la interlocución, se
demuestra con los hechos, no con la discordia o la marginalidad.
Pero esa cuestión, esa incógnita, la deberán resolver ellos,
los socialistas y sus nuevas ejecutivas.
Las elecciones municipales y forales no deben condicionar la responsabilidad que
cada cual tiene hoy en el mapa político vasco. Las tendencias indican que el
liderazgo municipal y foral pivotará en dos formaciones alternativas; en el PNV
o en la Izquierda Abertzale de EH Bildu. Dígase lo que se diga, no habrá más
opciones. El resto de partidos tendrá
sus protagonismos (intuyo que el PP exiguo) y jugará sus bazas posteriores como
mejor considere. Lo que nadie debería intentar es derribar el hoy,
desestabilizarlo hasta límites insoportables,
para intentar ganar mañana. Porque esos cálculos, en política,
nunca funcionan.
Un apunte irónico final y con rima. Con todos los respetos.
Un “carismático” líder de la progresía vasca se asoma a “Podemos”. Tiembla,
Pablo Iglesias. La Casta de Izquierdas llama a tu puerta. Un abrazo.
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