viernes, 12 de septiembre de 2014

ESCOCIA; LA “PIEDRA DEL DESTINO” Y LA VOLUNTAD POPULAR

El 2 de junio de1953, Isabel II de Inglaterra y I de Escocia, fue coronada reina de la Gran Bretaña en la catedral de Westminster. Entre los símbolos de la soberanía de la que estaba siendo imbuida, se contaban el orbe, el cetro real, la vara de la clemencia y el anillo real de zafiros y rubíes. Bajo el trono real era visible una rústica piedra calcárea, de una superficie superior similar a la del asiento del trono. ¿Una piedra bajo el trono?  ¿Qué significado y origen tiene?.

Se trataba de la denominada  “Piedra del destino”, “Piedra de Scone”, o “Piedra que habla” (“Lia Fail”en idioma gaélico) considerada  en relatos míticos como la almohada sobre la que Jacob tuvo su sueño  en el que Yahvé le anunció la “tierra prometida”.
Sobre este pedrusco de más de ciento cincuenta kilos de peso fueron coronados los reyes dalriados, los escoceses, los ingleses y finalmente los británicos.
La mole tiene una sola inscripción: una cruz latina, si bien se atribuye a la misma  la cita  “Ni fallat fatum, Scoti quocumque locatum Invenient lapidiem, regnasse tenetur ibidem” (“Si el destino es verdadero, luego los escoceses serán conocidos por haber sido reyes donde sus hombres encuentren esta piedra”).

El nombre de “Piedra de Scone” proviene del lugar de donde se encontraba cuando fue tomada por el rey Eduardo I de Inglaterra en 1292, después de subyugar a los escoceses que peleaban bajo la guía de su héroe nacional, William Wallace. A pocos kilómetros al norte de la ciudad de Perth, en el Condado del mismo nombre, en las tierras bajas de Escocia, sobre la costa oriental, en las cercanías del río Tay, se encuentra el Palacio de Scone donde esta piedra era utilizada para las ceremonias de coronación de los reyes y reinas escoceses.  En  1292, John Balliol fue el último rey de Escocia coronado en Scone.

Eduardo I, como botín de guerra, la sustrajo y la llevó a Londres para ser usada en la coronación de los próximos soberanos ingleses. Mandó construir un trono, especialmente diseñado para contener en su parte inferior la “piedra del destino” en alegoría aplastante de que Escocia siempre estaría bajo el mandato de la corona, primero inglesa y luego británica. En dicho trono tomaron posesión los posteriores soberanos del Reino Unido, hasta la actual reina Isabel II en 1953.

En 1996 y ante el auge independentista en Escocia, el primer ministro John Major, decidió hacer un gesto que apaciguara la efervescencia política secesionista, y el día de San Andrés -30 de noviembre- fiesta nacional escocesa, la piedra fue sacada del trono real y devuelta a Edimburgo.

La historia de la piedra se torna leyenda. Desde sus vinculaciones bíblicas  a su peregrinaje y utilización centenaria por diversas culturas y pueblos. Es, sin duda, un mito al que se le atribuyen  capacidades milagrosas, esotéricas y mágicas que han conformado un imaginario colectivo de profundo acervo cultural y político no solo en Escocia, sino también en Irlanda e Inglaterra. Más allá de los avatares que han envuelto  su historia, más allá de conocer si la roca devuelta a Edimburgo es o no la auténtica  o si en el pasado  fue sustituida –una o varias veces- por réplicas, la “piedra del destino” o “piedra de Scone” es un símbolo y como tal es venerado por los escoceses que creen, hoy sí,  que su voluntad es más sólida y firme que la propia “almohada de Jacob”.

El próximo jueves, día 18, más de tres millones de escoceses mayores de 16 años  –de los cuatro establecidos en el censo- votarán en el referéndum que de mutuo acuerdo convocaron los gobiernos del Reino Unido  de la Gran Bretaña y de Escocia en el que se dilucidará el futuro político de una de las democracias más antiguas y consolidadas del mundo occidental.

La pregunta que tendrán que responder los electores  será clara; “¿Debería Escocia ser un país independiente? “. El resultado, según las últimas encuestas, se presenta incierto, si bien los últimos sondeos publicados vaticinan una victoria por la mínima del “Sí”, representado por la plataforma “Yes Scotland” que lidera Alex Salmond, ministro principal y líder carismático del SNP –Partido Nacional Escocés-. Sin embargo, el desenlace dependerá en buena parte del nivel de indecisos que aún no ha definido su papeleta última y a los que los representantes de “Better Together” (“Mejor juntos”)  y que defienden el “No” pretenden convencer con una propuesta, “in extremis” de ampliación del marco autonómico.

Sea como fuere, unionistas e independentistas han dado toda una lección de democracia y de respeto a la diferencia.  El acuerdo previo que establecía un referéndum, el ámbito de decisión –sólo se pronunciarán los escoceses-,  el consenso en la pregunta, en el  procedimiento,  ha resultado ejemplar,   máxime en unos tiempos como los que vivimos  en los que la desafección de la política no prodiga ejercicios democráticos tan completos y enriquecedores.

De igual manera cabe destacarse la claridad y la extensa divulgación de las respectivas propuestas en la campaña previa al referéndum,  unas posiciones que han situado a la ciudadanía en el núcleo central de la decisión, reconciliando a la sociedad con la política.

Resulta edificante asistir a un proceso en el que la construcción de una nueva realidad política se forje en la voluntad popular libremente expresada por su ciudadanía. Por eso,  el modelo escocés reafirma las convicciones de quienes creemos  que los problemas de convivencia y de gobernanza existentes en los actuales estados y en la propia Unión Europea deben venir de la mano del respeto, del diálogo, de la negociación y del acuerdo, así como de la aplicación de un sentido práctico y del alejamiento de dogmatismos que eviten resultados y situaciones absurdas, como las que hemos vivido y aún se mantienen en el ámbito del Estado español.

Mariano Rajoy y los políticos españoles debieran tomar buena nota de la demostración democrática  impartida por independentistas, unionistas y hasta la propia reina Isabel II  quien en un comunicado oficial de  Buckingham Palace señaló el pasado martes que “cualquier sugerencia de que la reina quiere influir en el resultado del actual referéndum es categóricamente erróneo. Su Majestad es de la firme opinión de que es un asunto de los escoceses”.

Más allá del resultado final que expresarán las urnas el próximo día 18,  Escocia ha ganado ya. Escocia es la gran triunfadora del proceso: el referéndum -un gran ejercicio democrático- posibilita que sus ciudadanos decidan su propio destino. El futuro de la nación escocesa depende exclusivamente de la voluntad de su ciudadanía. Libre y democráticamente expresada lo que supone todo un modelo y un referente para Europa y sus pueblos.

Si triunfa el “Sí”, asistiremos a un apasionante momento histórico. Hasta que el 24 de marzo de 2016  se proclame oficialmente la independencia,  contemplaremos un apasionante proceso de negociación entre Downing Street y Edimburgo para determinar las condiciones de la separación y los lazos comunes que pretenderán mantenerse (¿moneda? ¿jefatura del Estado? ¿ejército?...). Derecho a decidir sujeto a pacto que diríamos aquí. Y, en paralelo, se abriría el debate de la ampliación interna de la Unión Europea –la integración en la UE de un nuevo Estado desgajado de una estatalidad ya existente en su seno-. Apasionante, reitero, y de consecuencias notables para quienes reivindicamos el reconocimiento de Euskadi como nación europea.

En el caso de que sea el “No” el voto mayoritario, los partidos unionistas se han comprometido a promover un nuevo estatus de autogobierno para Escocia que contempla competencias  fiscales para aquel país. Un marco de nueva autonomía  inédito. Sin olvidar que, ejercido el derecho de autodeterminación, éste podría ser invocado nuevamente pasado el tiempo para reeditar una nueva consulta.

La “piedra del destino” ha vuelto a casa, a Alba –denominación gaélica de la nación escocesa-. La magia y el mito están del lado de quienes pretenden hallar el futuro reencontrándose con su historia. Pero más allá de leyendas o de ensoñaciones,  Escocia tiene una cita con la voluntad de sus mujeres y hombres. Más de  4,3 millones decidirán el día 18. Su decisión será vital para su porvenir. Y  quizá también para el nuestro. 


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