Las madres siempre, o casi siempre tienen razón. Es un don
característico que los hijos reconocemos. Ellas viven en un universo paralelo
de sabiduría y certeza. Un mundo elemental, cargado de verdad y de comportamientos inexplicables. Es como un salto cuántico a otra dimensión en
el que la percepción resulta intuitiva. Metafísica diría yo. Ellas, por lo
menos la mía, saben lo que los demás desconocemos. Sin dudas, sin titubeos. Sin
necesidad de cuestionarse nada.
Ejemplo práctico. “Ama, dónde está la camiseta verde?”
Respuesta inmediata: “Ahí!”
.-¿Ahí?
.- Sí, encima de eso.
.-¿Eso?
.-En su sitio.
.-No la veo.
.-Si es perro te muerde.
.-Dónde?.
.-Donde cagó el conde.
Te desesperas buscando la prenda que parece desaparecida por
arte de magia, al tiempo que temes que, de un momento a otro, te pegue un
mordisco. Pero para eso están ellas. En un pis-pas, levanta un trapo de un
balde y debajo, como un conejo de la chistera,
surge la sudadera.
.-Lo ves, estaba en su sitio. Lo que pasa es que no sabes
mirar.
Esa sensación de
imbécil total se pasa con el tiempo, sobre todo si has prestado atención en ese curso de
formación continuada que gratuitamente te da tu progenitora.
Aprendes a valorar el tiempo.
.-¿Puedes venir un momento?
.-Voy.
.-Ni voy, ni dejo de venir.
..-Que voy ya.
.- Ya no. Ahora!.
Y a discernir lo importante de lo intrascendente.
.- ¿Qué hay de comer?
.-Comida. Y aquí se come todo.
.-Por qué?
.-Porque sí. No sabes tú el hambre que hay en el mundo.
Las madres, Mari Tere en mi caso, son más prácticas que teóricas.
.-Que te, que te, que te, que te... voy a dar (y para cuando
termina la frase ya te ha dado)
.- No llores, que vas a llorar de verdad. O, llora lo que
quieras que menos mearás.
Ese carácter tan marcado siempre te domina. Te puede e,
inexorablemente, te vence.
.-Ríete de mí, que ya me reiré yo luego.
¿Una amenaza?. No. Casi un proverbio.
Me he acordado hoy de Mari Tere porque ella no tiene doblez. Dice lo que
piensa aunque, a veces, debería pensar un poco más lo que dice. Pero ya le
importa poco lo que otros opinen o digan de ella. Está de vuelta de muchas
cosas.
Hoy, se encuentra un tanto asustada con las noticias que
llegan del Ébola. No es para menos.
No sabe en qué consiste la enfermedad, ni como se transmite
o que síntomas manifiesta. Pero está
convencida de que es un mal peligroso,
contagioso y casi mortal.
Sin embargo, aún temiendo al virus, lo que más le horroriza
es la gestión sanitaria que está llevando el Gobierno de Rajoy.
Es de entender su preocupación, máxime cuando quienes deben
estar al frente de esta alerta de salud pública
lideraron la crisis del Prestige, del Yak 42, Madrid Arena, el accidente
del Metro de Valencia...
Lo cierto es que, todo lo relacionado con los protocolos de
seguridad, la repatriación de los misioneros infectados, o las medidas de
control, está siendo un auténtico despropósito. Un desbarajuste de
improvisaciones, declaraciones altisonantes e incompetencia.
No se puede admitir que se diga que las fronteras de Melilla
deben blindarse para que los subsaharianos no nos invadan y, con ellos, las enfermedades que portan y, por el
contrario, se traslade hasta Madrid en avión privado, con escolta policial y
parafernalia mediática de televisión en directo a los dos sacerdotes portadores
del virus del Ébola. Una operación que
ha tenido en cuenta más las razones de imagen que las recomendaciones de los profesionales
sanitarios.
No es de recibo que se afirme que todo el sistema de
seguridad está activado y se conozca que los profesionales de la salud hayan sido
adiestrados en cursillos de 45 minutos sobre las medidas de prevención
especiales que se deberían cumplirse ante un brote infeccioso como el que nos
afecta. O que los protocolos de seguridad parezcan cumplimentados por Pepe Gotera y Otilio
(chapuzas a domicilio).
No es presentable el circo mediático en que se ha envuelto
el caso, hasta el punto de que la mayoría conozcamos el nombre del perro de la
enfermera contagiada en Madrid y hayamos olvidado como se llamaban los dos misioneros
expatriados, muertos por atender a una
emergencia humanitaria de primer nivel en el África negra. Espectáculo de
periodistas infiltrados en los pasillos
del hospital en supuesta cuarentena. Celtiberia show en estado puro.
Resulta incalificable que quienes se oponían, por razones de
progresía falsaria a la repatriación de los dos servidores de la dignidad humana –por el hecho de ser
religiosos- , sólo se hayan movilizado para encararse al sacrificio de un can.
La muerte de un perro motiva más en esta sociedad egoísta que darlo todo por la vida de los desheredados
del planeta.
Pero lo que resulta escandaloso es el comportamiento del
Consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid, convertido en portavoz oficial
del gabinete de crisis ante la desaparición mediática y política de la ministra Ana Mato
(gran apellido para una dirigente de sanidad)
Que quien debía velar por el control, por la seguridad, y el
cumplimiento de los procedimientos preventivos eche la culpa a la infectada de su dolencia,
resulta bochornoso. Sobre todo, cuando quien ha contraído la enfermedad se haya
infectado por hacer su noble trabajo de atender a un paciente moribundo. Resulta asquerosa la actitud del mandamás
madrileño por sus descalificaciones tabernarias, acusando a la infectada de “mentir”,
responsabilizándola de frivolizar
la amenaza - “no estaría tan mal para ir a la peluquería”- o minimizando el rigor que debe prestarse a
una excepción infecciosa como la presente – “para explicar cómo quitarse o ponerse un traje no hace falta
un máster" -. Su actitud solo merece una respuesta inmediata. El
cese.
El individuo en cuestión se llama Javier Rodríguez (nos
acordaremos de su nombre), y, por el bien de la comunidad, el PP –partido al
que representa- debería someterlo a
cuarentena, aislarlo y desinfectarlo. Su
toxicidad, su incompetencia y arrogancia aconsejan ser tratado como el virus
más peligroso para el conjunto de la ciudadanía. El virus de la estulticia.
El Ébola, como otras enfermedades contagiosas de amplio
efecto letal existe en el planeta desde hace tiempo. Pero, como su
afección se concentraba en territorios
del llamado “tercer mundo”, jamás nos preocupó. Que más da que millares de
negritos murieran al año por esa enfermedad.
La globalización ha traído el Ébola hasta el paraíso
occidental. Todavía sus secuelas son minúsculas. Pero aterran. Las sociedades
desarrolladas, que se sienten ya amenazadas, apremiarán, ahora sí, a su
comunidad científica para encontrar vacunas
y medicamentos que les prevengan y curen del mal. Y, más pronto que
tarde, las multinacionales farmacéuticas presentarán un producto carísimo con el que combatir la dolencia. Una botica
que los “pobres negritos” no podrán pagar.
Mi madre siempre dice que nadie escarmienta en cabeza ajena.
“Fíate y no corras”. A Mari Tere, la amenaza del Ébola le inquieta. Pero aún
teme mucho más la incapacidad, la
ineptitud, la irresponsabilidad de
quienes debiendo salvaguardar la salud pública extienden el peligro y la preocupación en todo
lo que tocan. Con guantes o sin ellos. Y no me refiero precisamente a los profesionales de la
sanidad.
Rajoy, de visita en Milan, ha afirmado sentirse satisfecho
por la gestión de la crisis sanitaria. “Mis colegas europeos me están diciendo
que las cosas se están haciendo muy bien”. Mari Tere Amarika, presidenta del
gobierno de su casa remacha: “Yo le daría dos medallas. Una por inútil, y otra
por si la pierde”.
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