Mientras
que en la España del “pequeño Nicolás” o de la Pantoja “encarcelá” – no por
cantar sino por blanqueo de capitales- se habla de Ana Mato, del “jaguar” invisible
de su garaje o de las fiestas de confetis esponsorizadas por el “tío
Bigotes”, en nuestro mundo próximo
siguen pasando cosas relevantes. Sin tanta gracia ni desparpajo como en esa
“piel de toro” en la que todo se convierte en espectáculo. Desde el
miserable desahucio de una anciana de 85
años a quien su hijo hizo avalar una hipoteca de 40.000 euros ante un prestamista usurero- la pobre mujer
causa lástima pero del hijo no se ha escrito una línea- hasta la aparición impúdica y lamentable de un astro balompédico con su
nuevo rolls-royce exlcusivo. Ostentoso y
engominado hasta el cerebro. Un cristiano que difícilmente encajaría en la
iglesia del Papa Francisco.
Sí, al
mismo tiempo que en España se acumulan los problemas y se amontonan en la mesa
camilla del presidente durmiente, en nuestro
entorno cercano se nos enseña que no todo es igual ni se funciona de similar
manera. Que cuando se atisba una grieta en el sistema de convivencia, se ponen
manos a la obra para repararla, y no como en el Estado que nos aflige, donde
ante una crisis de convivencia se llama a la fiscalía general del Estado o a la Guardia Civil.
Celtiberia
nos tiene acostumbrados a eso. A apagar fuegos con gasolina. A esquivar la
responsabilidad y poner de manifiesto su supremacía intelectual frente a
quienes no comulgan con un régimen que consagra la “unidad” frente a la “unión”.
Es decir, quien sólo entiende la convivencia desde la superioridad o desde la subordinación otorgada.
Y, como
decía Donato, mi recordado
progenitor, tanta soberbia te hincha los
cataplines. No sé por qué digo “cataplines”
cuando suena tan cursi, si la acepción “cojones” –también recogida en el
diccionario de la RAE- resulta más convincente y redonda. A veces, llamar a las
cosas por su nombre resulta inapropiado, pero más dificultoso resulta hacer
equilibrios con el lenguaje, cuando las evidencias resultan tan ásperas
que responder con la sorpresa de un
“cáspita” o “jolín” desnaturalizaría el malestar que la situación genera.
La semana
nos ha dejado a un Mariano Rajoy desinflado. Se las prometía feliz. Había
anunciado, extraordinariamente, que acudiría al Congreso de los Diputados a
sacar pecho con sus propuestas de “regeneración democrática” en un debate que
quiso convertir en impulso de su compromiso ético frente a la corrupción. Bastó , veinticuatro horas
antes de su puesta en escena, un auto de juez Ruz, para aguarle la fiesta. El magistrado
de la Audiencia
Nacional , en el trámite previo a la apertura de juicio oral
en el caso Gurtell, señaló a la ya ex
ministra de sanidad como responsable civil a título lucrativo en los presuntos
delitos cometidos por su ex marido, el ex alcalde de Pozuelo de Alarcón
(Madrid), Jesús Sepúlveda.
Es verdad,
no la imputó. Pero
mató a Mato. Al menos políticamente. Y dejó a Rajoy desnudo de
credibilidad. Su firmeza ante la
corrupción sonaba a falsete y su intención de liderar la manifestación de
regeneración democrática se convirtió en soliloquio desesperado. Rajoy “huele”
cada vez más a amortizado y su estrella se consume en un Partido Popular incapaz de salir del laberinto de los casos judicializados. Seguramente esa
anemia de confianza pública trate de ser
suplida con gestos de autoridad, de firmeza malentendida como respuesta a otros
desafíos; léase Catalunya. El Rajoy
desinflado, tratará de tomar aire en Barcelona, donde también prometió explicarse. Y lo hará
atizando más la caldera de un
desencuentro que ya parece irreconciliable. ¡Más madera! que diría Groucho
Marx.
La flema
británica tiene otra ironía. Otro carácter. Quizá por su proximidad marítima a
los vascos nos caiga mejor. O, tal vez,
porque su concepto de democracia nos resulta más auténtico. La solución
pactada a la demanda escocesa sigue dejando huella. El cumplimiento de la
promesa unionista en el referéndum del pasado 18 de septiembre donde el “no” se
afianzó con el 55% de los votos ha dado su primer
paso.
La
comisión creada por el Gobierno británico para acelerar la entrega de más
poderes a Escocia presentó el pasado jueves sus conclusiones. El dictamen
recomienda que el Parlamento escocés tenga competencia para recaudar y fijar
los tipos y los tramos del total del impuesto sobre la renta, lo que le da un
control directo sobre cerca de 13.000 millones de euros.
El acuerdo
—descrito por Lord Robert Smith, el parlamentario que preside la comisión, como
un “logro sin precedentes”— supone la mayor transferencia de competencias de la
historia del país y la más profunda reforma del sistema tributario británico
moderno. Edimburgo tendrá, además, capacidad para crear nuevas prestaciones sociales
en áreas transferidas. Podrá disponer del primer 10% de lo que se recaude de
IVA en Escocia y controlará la tasa por pasajero en los aeropuertos escoceses.
Se transferirá también la gestión sobre las fincas de la corona en suelo
escocés y la concesión de licencias para extracción de petróleo por fractura
hidráulica (fracking), un
asunto que preocupa al amplio sector ecologista de los votantes del SNP. Además, el Parlamento de Holyrood
tendrá todas las competencias para regular las elecciones regionales, incluida
la de permitir que voten los jóvenes de 16 y 17 años, como sucedió en el
referéndum.
La
profundidad de la apuesta, que aún deberá ser concretada y pactada, ha hecho
que diversos analistas hayan definido a la futura Escocia como
el “País Vasco del Reino Unido”.
Pese a todo, la propuesta de
“devolution” hoy conocida, no satisface las aspiraciones de los nacionalistas
escoceses y resulta “injusta” para los representantes políticos de otros
territorios. Lejos de cerrar el proceso, abre definitivamente el complejo y
trascendental debate sobre la organización territorial de un Estado formado por
cuatro naciones. Sobre las bases de estas recomendaciones, el Ejecutivo de
Cameron deberá ahora elaborar un proyecto de ley que sea aprobado por el
Parlamento de Westminster surgido después de las elecciones generales de mayo.
Los partidos se han comprometido a sacar la legislación adelante gane quien
gane los comicios. Conciliar las reivindicaciones escocesas con las nuevas
demandas surgidas ahora en Inglaterra, Gales o Irlanda del Norte será tanto
como hallar la cuadratura del círculo de una nueva formulación política estatal
volcada en la “unión” y no la “unidad”.
Unión voluntaria y no forzada de unos contra otros. Justo el camino
inverso al que se advierte en la España rajoniana.
El “¡más madera!” del PP –y la extraña
mueca socialista de complicidad- no hace la menor gracia. Ese humor irrita y
exaspera a quienes, por pura simpatía,
nos sentimos más británicos que españoles. Aunque sólo seamos vascos de
voluntad e identificación.
Los parlamentarios Arrondo y Urruzuno
–de EH Bildu- se han sentido insultados
por mí último artículo. Mi intención no era la de la descalificación personal.
Parafraseando a Forres Gump si “tonto es el que hace tonterías”, “bobo” será el
que hace bobadas. Presentar una moción – al menos en el Parlamento Vasco-
siempre está vinculado a la sustanciación inicial de una interpelación. Luego
si la interpelación no ha existido, o, en su caso nada tuvo que ver con lo que
ahora se plantea resulta imposible que reglamentariamente se admita a trámite una moción de contenido
distinto. Eso es lo que ha ocurrido en su caso, aunque los proponentes siempre tienen la posibilidad de articular una
iniciativa diferente, como en consecuencia y legítimamente han hecho. Yendo al fondo de la cuestión, que el señor
Aburto vaya a dejar su cargo como Consejero –cuando lo haga- no significa ni
que “abandone el barco” ni que abdique de su responsabilidad pública. Al
contrario, dejará de ser consejero para asumir otras responsabilidades.
¿Laura Mintegi abandonó el barco de la Izquierda Abertzale
cuando presentó su renuncia en el Parlamento? ¿Alguien le censuró por ello?. Bobadas las justas.
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