Que alguien te esponsorice un almuerzo -que te inviten a comer- es algo muy
agradecido para quienes ni disponemos de gastos de representación ni de dietas
económicas extraordinarias. Tampoco es una cuestión que se busque. Comer,
comemos todos los días. Como todos los mortales. Y cada cual se paga su menú de
su bolsillo. Como corresponde. Seas político, cargo público o perico el de los
palotes.
Pero, que de vez en cuando, un buen amigo te llame para
compartir mesa y mantel, para nada es despreciable.
Pues bien, el pasado martes, y citado por un compañero común, comí, entre otros, con Juan Mari Aburto.
Almorzamos el martes pero con carta de domingo. Primero un
caldito. Y, después, garbanzos con berza y zancarrón con tomate. ¡Cuanto
echamos de menos, quienes habitualmente comemos fuera de casa, una comanda como
esta!. Tradicional, sana y sin
aspavientos. Con moderación pero reconfortante y contundente al mismo tiempo,
Juan Mari y yo lo agradecimos. No somos de grandes sofisticaciones
culinarias y nuestras redondeces –las mías más que las de él- dan buena cuenta
de las querencias gastronómicas con las que disfrutamos.
Conozco a Juanmari desde hace tiempo. Fuimos compañeros
durante una larga temporada en la Diputación Foral de Bizkaia y en esa institución, junto con el resto de
compañeros y compañeras, conformamos un equipo de notables simpatías,
compromisos y vivencias. Aburto, siempre fue, en los diversos equipos, la voz,
la conciencia social. En los público, y también en lo privado. Yo, que siempre
he sido un descarado y que me gusta, con ironía, pero con respeto, poner un nombre a cada cual, le bauticé en nuestro reducido círculo. E
identifiqué a Juan Mari Aburto como “la persona humana”. La definición, propia
del léxico utilizado por la iglesia, lo decía todo sobre él. Sobre sus
preocupaciones –la gente y en especial la que más necesita de protección, su
filosofía de vida y sobre los
valores que no sólo defendía sino practicaba.
El encuentro del martes fue como siempre, distendido,
sincero, a ras de suelo. Juanmari todavía se resentía del cansancio provocado
por la paliza que se había dado el fin de semana. Desde que fue nominado candidato del PNV a la
alcandía de Bilbao, en sus ratos libres de responsabilidad pública –durante el
tiempo que fue Consejero del Gobierno vasco- se dedicó a visitar los barrios de
Bilbao.
La villa tiene un total de cuarenta y un barrios. Y Aburto
se ha pateado -sobre todo los fines de semana- prácticamente todos. Libreta en
mano y cámara de foto en ristre, ha ido de aquí para allá escuchando a quien le
ha querido interpelar, juntándose con vecinos y asociaciones varias. Capturando imágenes de zonas
degradadas, de barriadas con problemas de infraestructuras básicas, de
reivindicaciones y peticiones de la ciudadanía.
El pasado fin de semana estuvo en las zonas altas de
Peñascal, Uretamendi, Masustegi. “He subido y he bajado –comentaba- decenas de tramos de escaleras. Terminé
molido. Por propia experiencia conoces
lo que tienen que padecer centenares de
familias, la mayoría de ellas humildes, con una edad media avanzada, para hacer
las cosas rutinarias (hacer la compra,
ir al médico...). El ejercicio de supervivencia es muy destacable y, en la
medida que se pueda, hay que posibilitarles una calidad de vida mejor, más
fácil. Similar al de las prestaciones que se tiene en el núcleo urbano”.
Pese al esfuerzo que le supone estar presente “en casi todos
los rincones” de Bilbao, Aburto y quienes le acompañan estos días, están
satisfechos con su experiencia.
La crispación, de la que tanto se habla, de la ciudadanía
hacia los políticos y la política, también ha aparecido en sus encuentros. Pero
en menor medida. “La gente es educada.
Te recibe bien y pese a pasar situaciones difíciles, sigue confiando en
que las cosas mejoren y, al final, agradece que estés allí, les atiendas personalmente y escuches sus inquietudes”.
La sociedad, a pie de barrio, también está alejada del “ruido” de fondo de
las descalificaciones tertulianas. La bronca y la trifulca empiezan a ser una
sobreactuación que interesa poco. O
nada. Lo importante, lo relevante, es lo que de verdad repercute en las
personas. Por insignificante que parezca.
En otro barrio bilbaino, Aburto visitó un centro de
jubilados. Acoge a casi un millar de socios. Allí, Juanmari se encontró con el
enfado de unos usuarios. ¿Por los servicios que recibían? ¿Por los horarios de
apertura y cierre de las instalaciones?. No. La irritación tenía que ver con algo mucho más simple. No
había naipes en el centro. ¿Cómo entender que para jugar a cartas debían llevar
las barajas de casa?. Eso era
inconcebible. Espero que las gestiones del candidato hayan solventado el
problema. Y los jubilados y jubiladas puedan disponer en breve plazo del
material necesario para poder explayar su merecido ocio con garantías. Y con
cartas para todos.
Mientras compartimos menú, hablamos de muchas cosas. Algunas
intrascendentes y curiosas. Como la noticia que aparecía en las redes sociales
en la que el gobierno nepalí había manifestado su preocupación por la gran
cantidad de desechos humanos –heces básicamente- que los alpinistas dejan en su
intento de hollar la cumbre del Everest. Los más de 700 escaladores y guías que
anualmente y por espacio de dos meses se asientan en las laderas de la montaña
más alta del mundo dejan tras de sí toneladas de excrementos que, a juicio de
las autoridades del Nepal, pueden generar graves problemas de salud.
Si eso ocurre a más de siete mil metros de altura y en condiciones extremas, a nivel del
mar y en zona metropolitana, la cota de
estiércol debe ser bestial.
Afortunadamente los servicios avanzados de saneamiento han dado una solución
satisfactoria al problema. No así a la
basura artificial que muchos humanos nos inventamos para emponzoñar a los demás.
Juan Mari Aburto abandonó el pasado mes el Gobierno vasco.
Lo hizo renunciando a la cesantía que por ley le correspondía –una mensualidad
de sueldo bruto-. Ni mucho ni poco. Lo que la ley marca. Pese a ello, no ha
cobrado ni un euro. Pero en los comentarios anónimos que circulan por los
diarios digitales ya le han adjudicado millonarias cesantías. O pensiones
vitalicias inexistentes.
Ha habido más. El ansia por ensuciar su reputación, a través
del infundio de calumniadores enmascarados, no se ha detenido. “Decía el candidato –aseguraba un difamador- que
tenía un utilitario, pero abandonado el cargo de consejero se le ha visto por
Deusto en un flamante Mercedes”. Y, siendo cierta en parte la afirmación, ésta
no dejaba de resultar calumniosa. Juanmari
guarda en su parcela de garaje el barrio en el que reside el viejo
“mercedes” de su fallecido aita , propiedad ahora de su ama quien, por razones
sentimentales, lógicas de entender, no quiere desprenderse del vehículo. Y
Juanmari se lo cuida. Lo arranca de vez
en cuando y lo saca a pasear para que no se deteriore. Algo que determinadas mentes
enfermas han convertido en munición de descrédito.
A Juanmari, como a cualquier otro, las cosas que de él se
dicen injustamente, le preocupan. Pero su
integridad está fuera de toda sospecha. Es el pesado precio que quienes se
dedican a la gestión pública tienen que soportar. Una infausta losa que, por el
impacto que tiene en su entorno, algunos
empiezan a no estar dispuestos a asumir. De ahí la dificultad, cada vez mayor,
por encontrar candidatos voluntarios que opten a comprometerse con sus vecinos,
con su sociedad y con su partido.
No obstante, pese a todo,
en este país sigue habiendo mucha gente buena –“personas humanas”- que
como Juanmari, han vuelto a dar un paso adelante. A ellos –a Imanol, Irene,
Aitziber, Andoni, Itziar, Xabier....-mi respeto y consideración. Porque gracias
a su ejemplo nos reconciliamos con la democracia y con la libertad. Mujeres
y hombres que ahora, visitan casa a casa, barrio a barrio, en sus respectivos
municipios. Para escuchar, aprender y tener en cuenta lo que la gente corriente
espera de ellos. Luego, vendrá el tiempo
de reclamar su confianza a través del voto. Con humildad y cercanía. Para ser
servidores públicos honestos y leales a un compromiso con la sociedad vasca.
Hechos para Euskadi.
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