Jesus Mari era un
tipo genial. Nos dejó tempranamente hace unos años. Pero su entereza, aplomo y
sentido del humor, me hacen recordarlo muchas veces. Y en él pensé cuando
conocí los resultados electorales en
Sestao y la mayoría absoluta obtenida por la candidatura del PNV. También unos días más tarde, cuando por
televisión vi al subdelegado del gobierno en Araba hacer una “peineta” y llamar
“hijosdeputa” a quienes se manifestaban reclamando el relevo de Maroto de la
alcaldía.
Para Jesus Mari, “hijoputa” no era un insulto grave. “Las
madres –decía- no tienen la culpa de lo que son sus hijos. Además, `hijoputas´
hay muchos. Cuando está nublado es porque
los `hijoputas´ están volando y no dejan ver el sol. Cuando este brilla
es que se encuentran en el suelo y entonces están activos”. Además, Jesus Mari,
identificaba una variedad singular en
estos especímenes. Eran los `nietoputas´, es decir `hijoputas´ con pedigrí..
“Que me digan `hijoputa´, pase –solía decir-. Pero que no me llamen `vovo´ (sí
con “v”), porque de un guantazo les
arranco la cabeza”.
Ironía frente a la grosería. Sentido
del humor frente a la
dramatización. Ni violencia física ni verbal. Ante todo y
sobre todo, respeto. Y mucho sentido común. Porque no se puede, un día, exigir
castigo y criminalizar a miles de
personas por silbar un himno en un partido de fútbol para, acto seguido,
consentir que un responsable público exhiba tanta obscenidad, como la
demostrada por el subdelegado gubernamental de Araba –antiguo Gobernador civil-
sin ser requerido por sus superiores a
dimitir. O a ser cesado.
Sea como fuere, algo falla en el sistema cuando el odio, el
rencor, se convierten en motor de la
acción política. Y la falta de respeto, la amenaza, el “esto tendrá sus
consecuencias” aflora como prioridad en las relaciones personales o colectivas.
Mal asunto.
Están desatados. Desde el primero, Mariano Rajoy, que subió
a la tribuna del Congreso para abroncar al líder de la oposición –“líder de un
partido extremista, de izquierda radical y alejado de la realidad”- hasta el
último, Sémper y su cita a la “desvergüenza del PNV”.
Encolerizados. Irascibles. Provocadores y hasta amenazantes.
La factura electoral y la pérdida de las posiciones de gobierno aquí y allá,
les ha transformado en el “doberman” que popularizara en un video electoral el
Partido Socialista.
Lejos queda la candidez de aquel mensaje de la “niña de
Rajoy” o el más cercano viaje hacia el centro pretendido ante la irrupción de
los “Ciudadanos” de Albert Rivera.
Jesús, cuanta mala leche. Y todo ello en público. A saber lo
que se han permitido decir en privado.
Imagínense los sapos y culebras. Las “advertencias” que
Alfonso Alonso y otros dirigentes
pudieron cruzar vía telefónica en
los momentos previos al relevo de Maroto en Gasteiz. Las centralitas de Sabin
Etxea o de Ajuria Enea habrán reventado por tanto mensaje subido de tono. Que
si los puentes están rotos, que si de ahora en adelante la relación será de “menos
uno”, o que “arrieros somos”. Génova y La Moncloa a tope de decibelios
Vaya rebote. Lo peor es que las insinuaciones pueden
fraguarse en realidad. Sin ir más lejos, fuentes del grupo parlamentario
popular en el Congreso han anunciado ya
que retomarán, en el tramo final de la legislatura, su propuesta aparcada de
modificar la ley electoral. Dicen que
para que se establezca por normativa que las listas más votadas terminen
gobernando. Pero seguro que detrás hay
más disposiciones. Y que están diseñadas a medida. A medida del sopapo que
pretendan dar, entre otros, al PNV.
Lo veremos pronto. Porque en el Partido Popular, a tenor de
la visceralidad de sus reacciones parecen no haber leído a Sun Tzu, ni tener en
cuenta el proverbio que indica que la “venganza es un plato que se sirve frío”.
El tremendo “calentón” de los populares se ha producido en
Euskadi, como consecuencia de la elección de Gorka Urtaran como alcalde de
Gasteiz y el desplazamiento de Javier Maroto de la presidencia municipal. Es
justo reconocer que situaciones como
ésta son difíciles de digerir. Baste recordar la zozobra que en el PNV causó el
apartamiento de Ibarretxe de la lehendakaritza tras haber encabezado la lista
más votada en las autonómicas de 2009. Apartamiento precisamente provocado por
el PP que encumbró a Patxi López.
Aquel movimiento, recordemos, encolerizó entonces al PNV
que, en su calentamiento reactivo, también cometió graves errores de
visceralidad y exceso contra quienes habían sumado sus votos para fraguar una
mayoría. O, de igual manera, se produjo en los comicios municipales de 2003, cuando, por ejemplo, el
PSE, y también el PP formaron alianza
-con la izquierda abertzale fuera del consistorio por
ilegalización- y evitaron la alcaldía
del PNV, fuerza política más votada en la localidad.
Otros tiempos sí. Otras circunstancias pero que, se quiera o
no, dejaron secuelas y cicatrices. Pero
el hecho de no olvidar lo ocurrido no debe ser argumento válido para justificar actuaciones presentes.
Porque los errores propios y ajenos, no se superan perseverando en el error. Al
contrario. De ahí que también el PNV deba reconocer que algunas de sus reacciones del pasado
fueron más allá del límite de lo
razonable. Lección aprendida.
Lo acontecido en Gasteiz no tiene nada que ver ni con el
revanchismo ni con ajustes de cuentas
pendientes. Si Maroto no hubiera llevado al extremo su discurso y su estrategia
de polarización contra los colectivos
inmigrantes, probablemente, no
hubiéramos asistido a las consecuencias que hoy encolerizan al PP. Si no
hubiese tensionado la cuerda hasta romperla con un discurso tan peligroso y tan
rentable en clave electoral, no se habría producido una fractura que ha
llevado a la unidad de acción de toda –toda, lo remarco- la pretendida
oposición. Si su estrategia de captar votos se hubiera quedado en la lucha
contra el fraude en las prestaciones sociales, estaríamos hablando hoy de otra
cosa muy distinta.
Pero no. Conseguido el liderazgo en las urnas, Maroto
remachó el clavo y lejos de remansar las aguas desbordadas, insistió en su posición
con aquella desafortunada afirmación (más próxima del Frente Nacional que de
ningún lado) de “lo primero será Vitoria y los vitorianos”.
La imagen más nítida de la fractura social provocada en
Gasteiz, se pudo contemplar en las puertas mismas de la casa consistorial, donde
partidarios y detractores de Maroto estuvieron a punto de provocar un estallido
de violencia insoportable.
Evitar ese cataclismo fue lo que provocó lo que despectivamente se llamó
“coalición de perdedores”. Perdedores, que todos juntos, significaban más electores, más votos y más
representantes que los que obtenidos por el PP y su cabeza de cartel. Mayoría,
extraña sí, pero legítima también.
Queda por delante lo más complicado y no me refiero
precisamente a la búsqueda de la estabilidad en la nueva corporación municipal,
que harto complicado se presenta. Queda por delante restablecer la convivencia. Deshabilitar
el odio y aplicarse en transmitir a la ciudadanía una dosis suficiente de
tolerancia y de respeto. Ganar las elecciones no es suficiente. Las elecciones
no se ganan para que esté uno u otro en el poder, sino para provocar cambios a
mejor en la sociedad. Y
Vitoria-Gasteiz necesita ese cambio básico en la convivencia. Que
no haya más “hijoputas” ni más “vovos”.
El Partido Popular de aquí y de allí no ha discernido que su
situación de aislamiento, su pérdida de influencia generalizada en todas
partes ha sido causada por ellos mismos.
Por un lado porque una buena parte de su electorado les ha castigado. Y, por
otra, porque sus maneras de ejercer el
poder han hecho que aliados insolubles
entre sí hayan encontrado en la necesidad de ejercer la alternancia un mínimo
común denominador para sumar sus dispares fuerzas.
No darse cuenta de ello, acentuar la crispación, recurrir al
insulto, a la amenaza, redundará en su soledad y en erigirse en objetivo a ser
quitado del medio.
Mucho me temo que el rebote del PP les va a llevar a
dispararse en el pie. Y cojos están ya.
Esperemos que tenga razón, Burukide. Que los del Pp estén rebotados, personalmente opino, es lo de menos. A cuántas personas, votantes de a pie, serán capaces de rebotar acompasadamente con su discurso retorcido es lo que creo el mayor problema. Sin contar con el ambientecillo que ello puede generar.
ResponderEliminarSiempre he pensado que a ese tipo de "trepas" o "conseguidores de objetivos personales" lo mejor era dejarles caer por su propio peso y evitar daños colaterales. Pero en vez de caer, también podria parapetarse en el machito con ese discurso. Así que tampoco está mal que, para variar, a ciertos "trepas" se les diga de una vez: "así no".
Pufff! Un follón! Y si en vez de Urtaran hubiese sido alcaldesa la candidata de Bildu... no lo quiero ni pensar (conozco a ciert@s Vitorian@s).
P.D: A ver qué pasa en el Pp ahora que van a entrar en sequía de butacas.