viernes, 21 de agosto de 2015

DE FÚTBOL Y RELIGIONES LAICAS



A mi  buen amigo Juan Ignacio Pérez lo del balompié no le va. Es más, aborrece la inflación periodística que el futbol genera a nuestro alrededor. Y, en cierta forma, tiene razón. En muchas ocasiones tengo la sensación de que hemos perdido el sentido común elevando a categoría extraordinaria acontecimientos banales que no merecerían, tan siquiera, una reseña en la gaceta del rumor amarillo. Pero no. Alguien se ha vuelto loco y sacude a portada la declaración del último  “proletario del balón” tras firmar un contrato de treinta millones de euros para las tres próximas temporadas. ”Si hubiera sido por dinero me habría ido” destacaban las primeras planas de unas ediciones periodísticas que hace tiempo perdieron el norte. 

Pero no sólo es la falta de realismo crítico lo que nos  exaspera  de la denominada prensa deportiva. Es la dependencia orgánica que los medios sostienen de los “grandes clubs”, a esos que dedican minutos y espacios impagables para contemplar cómo unos endiosados jugadores entran o salen de las instalaciones deportivas en sus sofisticadas berlinas. A los que siguen como fans  desatados para saber si su corte de peinado ha variado en las últimas horas o si las molestias  en la región plantar obligará o no al delantero estrella a guardar reposo facultativo sin menoscabo de unos ingresos por los que decenas de desempleados podrían  percibir el salario mínimo interprofesional.

Es verdad, Iñako tiene razón para aislarse del fútbol, de ese espectáculo insulso de ruedas de prensa en las que preguntas y respuestas pocas veces llegan al grado de aprobado del cociente intelectual medio. De esas primicias que nos presentan, como si en ello nos fuera la vida, el último fichaje croata que defenderá a “muerte” sus nuevos colores   a razón de treinta millones más variables.

Sí, todos estamos saturados de ese mundo exterior que los grupos de comunicación han creado en torno al balompié. Nos hemos plegado a que los informadores no opinen, simplemente griten, a que los  “expertos” defiendan a los “astros” cuan si fueran directivos y , en el fondo, el espectáculo deportivo y su repercusión pública camina hacían un fanatismo de mercadotecnia insoportable. Deporte, dicen, mientras airean la polémica entre un locuaz y bronco entrenador y la dieta de la esposa de un rival, al más puro estilo casposo del sensacionalismo clásico. Hasta las lágrimas del cancerbero al abandonar el paraíso  merecen más espacio que el triunfo solitario de una mujer onubense que acaba de proclamarse, por segunda vez, campeona del mundo de la modalidad deportiva de bádminton. No se llama ni “Pedro”, ni “Cristiano” ni “Piqué”. Quizá por ello no ha dispuesto de titulares  ni de apertura de informativos- Ella es Carolina Marín  y ni tan siquiera en lo más alto del pódium escuchó su propio himno. No porque alguien lo silbara sino porque lo que sonó era el “arriba España, alzad los brazos hijos del…”.  Espanto.

Ya no hay crónicas que relativizan el espectáculo y el esfuerzo. No hay piezas de literatura deportiva, inteligente. ¡Cuánto echo de menos a Santi Segurola, a Jose Manuel Alonso, o Eduardo Rodrigálvarez por citar a tres maestros del periodismo deportivo!. Y a alguno más cercano. Ahora todo es de aluvión, hooliganismo a granel que empacha y que reduce el campo intelectual a la mediocridad del todopoderoso don dinero. A las estrellas siderales de moda y talonario.

Pero hete aquí que en medio de toda esta sinrazón mediática-balompédica, el triunfo a doble partido del Athletic Club contra el Barcelona FC en una competición de nombre rimbombante ha conseguido salirse del plano marcado por el guion dominante.  Quizá porque los acostumbrados a ganar perdieron o porque quienes durante años soñaron con vencer, al fin lo hicieron. David contra Goliat de nuevo. 31 años después.

Sea  como fuere, 180 minutos de juego en campos diferentes hicieron que miles de mujeres y hombres, niños y ancianos, encontraran satisfacción a un anhelo tantas veces frustrado. Y se echaron a la calle como si aquella copa minúscula llamada “super” que sus jugadores llevaron a casa fuera el tesoro de su orgullo reencontrado. Miles y miles desbordaron lo deportivo y las calles de Bilbao en tan sólo 24 horas de convocatoria.

Dice mi amigo Iñako que el Athletic es en Bizkaia y en muchas otras partes de Euskadi y del mundo, algo más que un fenómeno deportivo. Es como una religión laica en la que unos valores, unos colores, una pasión por lo propio, activan una dinámica colectiva difícil de catalogar.

No diré yo que los males generales del espectáculo futbolístico antes señalados no nos afecten. El mal es endémico y los síntomas de locura son globales. También aquí se sobrevalora –sobre todo económicamente-  a los “ídolos del puntapié”  y se mitifica demasiado el protagonismo de unos muchachos de cuya vida y su aportación a la sociedad poco sabemos más allá de la pasión que generan portando una camiseta durante un rato en un verde césped.

Pero, siendo así, la fe rojiblanca, va más allá dl fútbol y del deporte. Tiene que ver con un imaginario forjado en lo local. En la materia prima propia. En casa. Educada en una empresa del país. Con vocación de permanencia, de competir, de igual a igual con los poderosos y como ejemplo de superación para las nuevas generaciones. Todo eso, y quizás más, lo encarna esa “religión laica” llamada l Athletic en la que nos vemos reflejados futboleros y no futboleros. Vizcainos , y también una buena parte del resto de vascos que en mayor o menor medida , y rivalidades a un lado, nos sentimos identificados. 

El éxito futbolístico del pasado lunes va a ser efímero y pasajero. Lo demuestra la competición que no se detiene y que tanto el jueves con el fiasco eslovaco y mañana, domingo, volverá a citar a bilbaínos y barcelonistas en San Mamés con incierto pronóstico para el nuevo duelo. Eso devuelve a la rutina y a la normalidad lo que fue excepcional.  
Pero esa excepción, en la que David se creyó y quiso ser Goliat, para muchos fue una inyección de autoestima que nos permitirá seguir creyendo que, también en el deporte, somos distintos. Aunque sea una “ensoñación” intangible. Pero profundamente hermosa. Nunca me han gustado las canciones de gesta o la épica vinculada al devenir de las sociedades.  Las realidades se hacen día a día y el Athletic, convertido en religión, nos permitió, como bien apuntara el Diputado General Rementeria , en medio de un largo tiempo de dificultad, esbozar una sonrisa.

Hasta Rajoy reflejó, a su modo, el éxito rojiblanco. “Es un ejemplo y un orgullo para todos los españoles” . Su compañero y discípulo donostiarra Ramón Gómez no lo debió entender igual ya que en un twit de respuesta a la felicitación publicada por el lehendakari en las redes sociales contestó que “a muchos vascos nos importa un carajo el Bilbao”.  Y ¿qué carajo nos importa a muchos lo que diga el señor Gómez?.

He señalado que el Athletic se parece mucho a una religión laica –permítanme el oxímoron- . Otras religiones, y en concreto la que representa el señor Munilla, deberían tener más respeto en sus apreciaciones  no teológicas. Cuando la peste de la violencia se ceba contra las mujeres, cuando los abominables casos de agresiones sexuales se siguen produciendo en nuestras calles como consecuencia de una cultura machista cultivada secularmente, cuando la equidad entre géneros sigue siendo una  utopía en el mundo real, el representante de la Iglesia católica en Gipuzkoa debería medir más sus palabras al hablar de que  la ideología de género no es sino una metástasis del marxismo, asumida ahora por la cultura secularizada" y que "ha sido diseñada para confrontarse con la familia y con la misma concepción natural del hombre".

No negaré yo el derecho del prelado a expresarse o a manifestarse libremente. Pero, señor Obispo, su mensaje es tremendamente injusto y ofensivo para quienes desde la actividad democrática pretendemos, a través de las políticas de género, defender los derechos de las mujeres y la igualdad de todas las personas, sea cual fuere su orientación sexual.

Yo, como muchas personas de este país,  crecí con una educación católica. Aquella enseñanza me dejó grabada un principio básico; que Dios el creador nos hizo a los seres humanos  iguales. Y a su imagen y semejanza. Dios padre y madre. En femenino y masculino. En igualdad de género.
Sus palabras, monseñor Munilla, confirman mi escepticismo respecto a la Iglesia que usted representa. Pero eso es cosa mía. Su discurso, por el contrario, en tanto que tenía intencionalidad pública ha sido una provocación.

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