El 15 de octubre de 1940,
en el foso de santa Eulalia del castillo de Montjuic, descalzo, pisando
tierra catalana, mirando de frente a sus
verdugos, era fue fusilado Lluis
Companys, president de la Generalitat de Catalunya.
El mes de agosto anterior
había sido detenido en su exilio
de Bretaña. La Gestapo nazi le trasladó hasta la frontera española dejándole en manos de las autoridades
franquistas. Durante mes y medio fue torturado en las dependencias de la Dirección General
de Seguridad y el 14 de octubre fue sometido a un consejo de guerra. El
supuesto juicio no duró ni tan siquiera una hora. La farsa tenía ya escrita su
sentencia. Pena de muerte y embargo de todos sus bienes por “rebelión militar”.
Al día de hoy sigue siendo una sentencia firme
no anulada por instancia judicial alguna.
A las seis y media de la mañana del día 15, Companys era
sacado de la “vivienda del cura”, celda en la que había sido recluido. Fue conducido
por el “patio de armas”. “Sereno y
tranquilo”. Sin “sombra de rencor”. Descendió los 58 escalones de poterna. Y en
la aún oscuridad del alba fue colocado
en el foso de Santa Eulalia frente a un pelotón
militar. Rehusó la venda en los ojos. Con los pies desnudos. Un grito;
“Per Catalunya!”. Y una detonación mortífera. Lluis Companys i Jover, president
123 de la Generalitat entraba en la
historia catalana como el “President
mártir”.
En la década de los pasados años noventa, los mandatarios de Francia y
Alemania, François Mitterrand y Helmut Kohl respectivamente, pidieron perdón en
nombre de sus países por haber colaborado en la detención, deportación
y final trágico del presidente catalán. Algo que todavía hoy no ha hecho
ningún Gobierno español. Para vergüenza propia y ajena.
El 15 de octubre de 2015, setenta y cinco años después,
el president 129 de la Generalitat, Artur Mas, prestaba declaración en el Tribunal Superior de Justicia de
Catalunya, situado, curiosamente, en el paseo Lluis Companys de Barcelona.
Acusado formalmente de desobediencia, prevaricación,
malversación y usurpación de funciones, el jefe del gobierno catalán es rehén de banquillo por la celebración de una
consulta no oficial ni vinculante
celebrada el pasado 9 de noviembre de 2014 y en la que tomaron parte más de dos
millones trescientos mil ciudadanos de Catalunya.
El presidente “convergente” fue claro en su declaración. “Me declaro máximo responsable de haber tomado esta iniciativa política y
de haber impulsado el proceso. Soy responsable de haber escuchado a miles de
personas". “Pero, por algo así, se debería comparecer ante un parlamento,
pero nunca ante un tribunal. Y mucho menos en una causa penal".
Verdaderamente, es difícil de entender tanta torpeza por parte de quienes han instigado este proceso de criminalización de las ideas, de hacer desembocar el contraste democrático a la vía judicial-penal. Una estupidez más en la ya larga lista de desvaríos cometidos en los últimos tiempos y que lejos de encontrar puntos de solución a conflictos históricos solo hacen acrecentar la brecha de la confrontación.
Verdaderamente, es difícil de entender tanta torpeza por parte de quienes han instigado este proceso de criminalización de las ideas, de hacer desembocar el contraste democrático a la vía judicial-penal. Una estupidez más en la ya larga lista de desvaríos cometidos en los últimos tiempos y que lejos de encontrar puntos de solución a conflictos históricos solo hacen acrecentar la brecha de la confrontación.
Artur Mas fue acompañado hasta el Palacio de Justicia de
Barcelona por miles de personas. Entre ellas,
cerca de 400 alcaldes, representantes de todas las formaciones
políticas defensoras del “derecho a
decidir”, así como por voluntarios que participaron en la consulta-encuesta del 9-N.
Una muestra de apoyo y cercanía para con el máximo dirigente
institucional de Catalunya que fue
observada por representantes estatales del mundo de la política y de la opinión
publicada como “una presión intolerable” a los tribunales de justicia.
Quienes ahora ponen el grito en el cielo por el ejercicio del libre derecho a la
expresión y manifestación, los mismos que se han declarado reconfortados por la
judicialización de una cuestión
puramente política y democrática, nada dijeron cuando otros se manifestaron
ante las puertas de la cárcel de Guadalajara
a donde ingresaban condenados por graves delitos de vulneración de
derechos humanos.
No dudo de que la
presencia en la calle de miles de personas
que se identifican con su presidente, que se “autoinculpan” de haber
cometido los mismos supuestos delitos
que se le imputan, incomodará a las
autoridades judiciales. Pero a esas mismas instancias aún más les debiera inquietar que desde el
poder establecido en el Estado se les transfiera un problema estrictamente
político a su quehacer independiente de impartir justicia.
También el 15 de octubre de 2015 acontecía otro evento vinculado con la justicia y con
Catalunya. El 15 de octubre de 2015, el Senado celebraba el último pleno de la
presente legislatura. Y en él, con el único apoyo e impulso del partido en el
gobierno, se aprobaba la modificación de la ley del Tribunal Constitucional. Una nueva normativa que confiere al Tribunal
Constitucional poderes sancionadores. No
hay democracia compulsada en nuestro entorno que contenga medidas similares. Ni
de lejos.
El ministro
español de justicia, tan transparente él en su intencionalidad política, aclaraba un tanto el fin último de la reforma. Su gobierno
“no descarta aplicar el artículo 155 de la Constitución que suspendería la
autonomía en Catalunya en caso de que
continuara el desafío independentista al Estado de derecho”.
Pero, ¿dónde
encaja entonces la reforma del Tribunal Constitucional?. Pues muy sencillo. Tal
cambio legislativo es la salvaguarda encontrada para que, en caso de que las
Cortes generales se encuentren disueltas – próximamente lo hará Rajoy para
convocar elecciones generales- , sea el Tribunal Constitucional quien con su poder inhabilitante recién aprobado, ejecute tal previsión.
¿Hipótesis catastrofista la mía?. Ya. Tampoco
se iba a procesar al presidente de la Generalitat y ahí está Artur Mas sentado en el banquillo
de los acusados.
Pocos podían
pensar que un problema tan identificable
como el catalán, que durante decenios ha estado encima de la mesa sin ser abordado adecuadamente,
evolucionaría por aristas tan afiladas y
de difícil recomposición. Paso que se da, se agrava la posibilidad de
entendimiento. Como si el destino nos reservara un desenlace inevitable de ruptura.
Pero no. No es el
destino. Son las aciagas decisiones de quienes entienden que todo pasa por los
juicios sumarísimos. Por el imperio de la ley o la ley del imperio.
Hermann Tertsch, un ex divino de la “gauche” reconvertido en fanático de la caverna, simboliza la febrilidad con la que España vive este
proceso. El esperpéntico comentarista político, a quien la derecha ríe sus inconvenientes boutades, tuvo, hace dos años, la poca vergüenza de
justificar el fusilamiento de Lluis Companys por parte de la dictadura
franquista.
"Es de las
pocas ejecuciones de Franco que habría aplaudido toda democracia", comentó
a través de su cuenta de Twitter. "Todas las democracias de la
época condenaban la traición con la pena de muerte, y no solían
conmutarla", añadió a modo de justificación, alegando que "hoy muchos
tienen suerte de que ya no se haga".
Seguramente, por desgracia, hoy algunos pensarán de forma parecida.
Aunque les baste, en su odio inepto, con
la foto de banquillo del presidente Mas
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