No gano para sustos. Cuando menos te lo esperas, ¡zas!. Una
paloma impacta con tu ventana. Es la tercera vez que ocurre en poco tiempo.
Supongo que no será el mismo animal, que serán aves distintas las afectadas ya
que tras el choque con el cristal, la accidentada criatura cae al vacío desde una quinta planta. Lo
cierto es que no sé si el suceso acaba en óbito –que es lo más probable- o si
tras el desplome consigue recuperarse y retomar el vuelo antes de estrellarse en
el suelo. Desconozco el resultado por una sencilla razón, la ventana es fija.
No puede abrirse.
El hecho de que el ventanal esté permanentemente
cerrado me produjo inicialmente, cuando llegué
a mi actual despacho, una sensación de contrariedad. Todas las
estancias, y más las que se ocupan en el
ámbito laboral, necesitan airearse, ventilar un ambiente especialmente denso
por las tensiones generadas en el trabajo.
Pero, pasado el tiempo, cambié de opinión. Que la oficina permaneciera
hermética tenía su sentido.
El arquitecto que diseñó los despachos con las ventanas
cerradas acertó. No sólo eso, al día de hoy, creo que fue un visionario. Un
sabio.
De haber permitido que las ventanas se abrieran, a más de uno
de quienes ocupamos las oficinas nos habría alentado tentaciones de querer saltar por ellas. Y, de lo que no
tengo ninguna duda, es que por ellas habría sido defenestrado más de un visitante
ocasional. Y es que el género humano pirotécnico se prodiga en demasía. Vamos,
que hay petardos a mogollón y el estímulo de
hacerlos desaparecer ventana
abajo es creciente. De ahí que diga que el arquitecto tuvo una idea acertada. Para evitar males mayores, las
ventanas mejor cerradas. A cal y canto.
Lo que no llego a comprender es cómo las palomas no perciben la presencia del
cristal. Y se estampan contra él. Quizá su tinte oscuro provoque un reflejo que
las confunda o que su opacidad dé la
impresión de que en realidad existe un
hueco abierto por el que colarse. Sea como fuere, los pichones parecen no
percatarse que, al otro lado del vidrio,
hay alguien martilleando el ordenador
que se sobresalta cada vez que cegadas
por lo que fuere, las aves rebotan como
en una pared..
Las palomas no sólo
me visitan con vuelos camicaces.
La mayoría del tiempo, toman el sol y pasean desinhibidas por la cornisa. De aquí para
allá como pedro por su casa. También hay casuística. El día pasado, una pareja –se supone que paloma y
palomo- se dedicó a fornicar de manera
reiterativa con la vista puesta en el
Palacio de justicia. Un cuadro casi
pornográfico. Impúdico cuando menos.
Lo cierto es que tener una ventana en el despacho, con
notables vistas a la calle, te permite contrastar la rutina con otras vivencias
que ocurren en paralelo. Como si tuvieras opción de contemplar experiencias de otra realidad casi virtual.
Así, mientras discutes de algo tan aburrido como la ley municipal, asistes en
directo, como un invitado más, al final de una boda civil con aurresku, lanzamiento de ramo y fotos de familia al completo. Y se oye,
aunque poco, lo de “¡Viva los novios!”.
Otros, en distinto momento, se hacen escuchar más. Son los que vienen de
manifestación bocina en mano, para protestar por ésto o por aquello. Es un
aliciente más que, en ocasiones, sirve para percibir que tus preocupaciones son
tuyas y que ahí fuera existe todo un mundo que gira con propia inercia.
No sé si Mariano Rajoy tendrá o no ventanas en su despacho
de La Moncloa. Me imagino que sí y que
también estarán herméticamente cerradas.
Hasta hace unos días me lo imaginaba contrariado. De reunión
en reunión hasta la derrota final. Buscando con sus asesores mensajes y golpes de efecto que pudieran
alimentar la esperanza de que en las elecciones navideñas recobrara el espacio
perdido. Precisamente las fechas elegidas para
realizar las votaciones jugaban,
a modo de despiste, para amortiguar el cabreo ciudadano y centrar las
expectativas de la gente en el turrón, la lotería, la paga extra y en la cena de nochebuena. Un
calendario-adormidera que le salvara de la quema.
Pero, sin hacer nada –algo habitual en el presidente
popular- se encontró con un regalo anticipado. El proceso catalán se activaba repentinamente
–la hoja de ruta pactada lo emplazaba en 18 meses- y le puso en bandeja una
campaña en la que, revestido de la bandera rojigualda, , le ha
hecho crecer entre su electorado natural.
La presentación y ratificación ante el Parlament de la iniciativa para la “desconexión” de
Catalunya obedecía al mandato expreso
que el electorado catalán había dado a las formaciones ganadoras de las
elecciones autonómicas del 29-S. De eso no hay duda. Quienes optaron
abiertamente por la independencia tenían toda la legitimidad del mundo para que
sus planteamientos fueran llevados a la cámara legislativa catalana. Pero, aquí
está quizá el mayor reproche que se les pueda hacer, tal paso debería haberse dado sin precipitación y
con una precisa gestión de los tiempos. El “tempus” posibilitaba una estrategia
distinta ya que el efecto práctico de tal declaración habría sido el mismo si tal acto
parlamentario se hubiera desarrollado
dentro de tres meses y no ahora, en las vísperas de unas generales.
Se dice que las prisas no son siempre buenas consejeras, y
en este caso, bajo la notable influencia de los radicales de las CUP´s, el proceso catalán , acelerado tal vez en
demasía, ha tenido una consecuencia
quizá indeseada; la revitalización de un PP en horas bajas.
Nadie dudaba que ante el avance soberanista en Catalunya la
respuesta del Estado fuera a ser inmediata. Y que las consecuencias previsibles, a tenor de la experiencia
política de estos últimos años, tensionaría la situación con intervención inmediata del Tribunal
Constitucional, la amenaza de sanciones, etc.
También en esto Rajoy era previsible. La incógnita mayor se
situaba en el “cuando” se produciría el choque. Y éste llegó de inmediato.
Sin salir de la Moncloa, mirando por su ventana particular,
Rajoy creció en su papel de “estadista”
y a los ojos de miles de electores españoles quedó investido de
“candidato-garantía” de la unidad constitucional. Alimentaron ese rol todos los representantes políticos que no dudaron en acudir a la sede
gubernamental tras la llamada de Rajoy.
Hasta quienes se opusieron a los planteamientos de “mano dura” legitimaron
el papel del líder del PP como
“macho alfa” del Estado frente a la amenaza independentista. Por no hablar de la penosa imagen
del secretario general socialista,
captado en una foto de familia en los jardines gubernamentales, dilapidando todo su capital
de alternativa opositora con su cierre
de filas al lado del “cumplimiento de la ley”.
Sánchez , que luego ha querido matizar su posición pero
que lo ha hecho tarde y mal, fue
el primero en inaugurar el “book” fotográfico del nuevo líder de la España
constitucional, Mariano el “campeador”. El álbum ha seguido, para mayor gloria
del PP y de su interés electoral. Y para una campaña centrada en los valores de
una España grande y libre.
Rajoy ya no tendrá que habla de Bárcenas, ni de la trama púnica. Ni de los recortes o
de las trampas presupuestarias detectadas en Bruselas. Le bastará con mencionar
la ley y el orden, aunque con ambas invocaciones siga sin resolver el grave
problema político suscitado por una mayoría catalana que aspira a ejercer su
derecho democrático de decidir su futuro.
El puchero se está calentando demasiado. Hasta el rey, cuyo
papel constitucional es el de “arbitrar y moderar el funcionamiento
regular de las instituciones” se ha salido de madre. Ni árbitro ni moderador. “La España constitucional de nuestros días –señaló Felipe VI- es un patrimonio que nos pertenece
a todos; pertenece al pueblo español, que es en quien reside la soberanía
nacional y del que emanan todos los poderes del Estado". Ni un solo guiño al
diálogo, a la pluralidad o al contraste democrático de la sociedad. “Una,
grande y libre” nuevamente.
El Estado que se llamaba de las autonomías y las
“nacionalidades” involuciona y la amenaza de acabar con la “veleidades separatistas” cobra fuerza cada día. La previsión de una
“nueva transición” parece desvanecerse. Cada día que pasa ocurre algo nuevo que pone en solfa cualquier previsión futura que se hubiera
hecho ya. Y todavía pueden pasar muchas
cosas. Así se anuncia enigmáticamente
por quienes analizan en profundidad
el ciclón político español que se avecina.
Basta echar un vistazo por la ventana para percibir que los
negros nubarrones anuncian temporal. Y de los grandes. Que no nos pase nada.
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