No llegué a tiempo a Iruña. Aquel mes de marzo no participé
en la asamblea. Ni
tan siquiera era afiliado. Unos meses de
diferencia me lo impidieron. No tenía los 16 años requeridos y tuve que
esperar. Poco tiempo después sí, me dieron el carnet. Lo firmaba Fede
Bergaretxe, un referente. No en vano, había sido el jefe del Consejo Nacional de la
resistencia en el interior de Euskadi. En plena clandestinidad.
No estuve. Era demasiado joven. Pero sus ecos los conocí de inmediato.
“Batasuna ta indarra” había sido el lema
bajo el cual el Partido Nacionalista Vasco había emergido con toda energía en
el polideportivo Anaitasuna de Pamplona.
La imagen gráfica que mi subconsciente retiene de aquel
evento es un cartel. Fondo negro. Un puño estilizado con el fondo de una
ikurriña surgía del mapa de Euskadi. Rompiendo unas cadenas.
Aquel fue el encuentro de varias generaciones de abertzales.
Unos habían perdido una guerra y habían tenido que salir al exilio. A malvivir
en el ostracismo de un medio ajeno en el que mantener la dignidad institucional de un gobierno desterrado.
Despojados de todo, salvo de la integridad.
Otros habían aguantado dentro del país la postración, la
humillación, la prohibición, el castigo. Cuanto sufrimiento acumulado en
aquella noche del franquismo.
Muerto el dictador, quienes pensaron que el nacionalismo
vasco había sido desintegrado, se encontraron con que aquel partido resurgía.
Porque, a pesar de los pesares, siempre
había estado aquí. Y aunque aquella temida brigada político-social lo
persiguiera sin descanso la semilla de su militancia siempre hacía germinar
nuevos seguidores que recoger el relevo de una organización dispuesta a no
abandonar los ideales de la democracia y la libertad para Euskadi.
En marzo de 1977 se reencontraron. Fue, según me contaron,
una cita vibrante. Repleta de emotividad
y de sentimiento. Y, al mismo tiempo, un ejemplo de autoridad, de liderazgo.
Allí, el PNV tuvo el acierto de de
situarse en la centralidad de un país convulso y lleno de incertidumbre para presentarse ante
la sociedad de la época como una opción política vertebradora, capaz de dirigir
y condicionar la acción política vasca por la senda del diálogo, del
posibilismo y del entendimiento entre diferentes.
Unos, multiplicados en siglas como la hidra de mil cabezas,
reivindicaban la
ruptura. Otros los herederos nostálgicos del régimen,
amenazaban con la
involución. El camino a emprender, la hoja de ruta a
seguir, no resultaba sencilla de fijar.
Tres ponencias -política, cultural y
socioeconómica- marcaron el rumbo. Unos
textos doctrinales que rompieron moldes. El partido de la “burguesía vasca” que
algunos denunciaban hablaba de socialdemocracia, de autogestión, de la
responsabilidad social de las empresas.
Todavía conservo, como oro en paño, aquella publicación
recopilatoria. El paso del tiempo ha despegado los lomos del libro y el
pegamento solidificado conserva la unidad de unas hojas que cobran relevancia
histórica.
Treinta y nueve años después de aquel cónclave, cabe
reconocerse que el viaje fijado en Iruña, ha resultado acertado.
Hoy volvemos a la histórica capital vascona. Cuatro décadas
más tarde encontramos un país absolutamente cambiado. Un país
institucionalizado en la mayor parte de su ámbito territorial, con capacidad de
gestionar sus recursos. Una sociedad que ha sido capaz de detener el retroceso
del conocimiento de su lengua hasta ponerla en línea de crecimiento para su
normalización aunque con una implantación desigual en los distintos ámbitos. Un país pujante. En desarrollo humano
sostenible. A la cabeza en términos de calidad de vida, de innovación, de
servicios públicos. Un país sin violencia, sin la cruel desazón de la amenaza. Una sociedad
`plural y, como tal, diversa, dinámica, contradictoria a veces.
Hoy nos enfrentamos a desafíos diferentes. Estructurales,
como el envejecimiento de la población, la caída de la tasa de natalidad, la necesidad de encontrar recursos humanos de
reposición que hagan sostenible un proyecto de “Pueblo” con perspectiva de
continuidad.
Problemas nuevos como los que arrastran los vientos de la
globalización, el imperio de los mercados, la búsqueda de un alma que
identifique a Europa. Y también, contenciosos pendientes como el reconocimiento
plurinacional de un Estado al que la crisis acorrala económica, ética y
territorialmente.
En esas circunstancias el PNV reúne a su asamblea en Iruña.
Lo hace en plena renovación. Con una
fortaleza institucional inusitada. Con serenidad. Siendo consciente de la gran
responsabilidad que sus decisiones
contienen. En su agenda política, sin perder de vista sus objetivos
fundacionales, el PNV se marca dar un nuevo paso en el autogobierno vasco. Un
paso pactado, que no fracture a la sociedad y que se sustente en el reconocimiento
nacional de Euskadi; el respeto a los diferentes ámbitos de decisión que
conforman la territorialidad vasca; la bilateralidad efectiva entre el Estado y
Euskadi que garantice una libre adhesión y el sometimiento de la legalidad a la libre voluntad
democrática de la
ciudadanía. Un nuevo estatus de convivencia pactada que
encamine un contencioso político hacia una solución definitiva de encaje de la
realidad nacional vasca en el entorno del Estado y de la Unión Europea.
Y, en paralelo, y por ello no menos importante, el nacionalismo vasco se enfrenta a la necesidad de cohesionar nuestra
masa crítica como sociedad, como Nación para no vernos arrastrados por la corriente. Hacer
una sociedad de éxito, donde las necesidades básicas de las personas que
integran nuestro Pueblo se vean colmadas. Configurar un territorio en el que la
calidad de vida nos permita seguir
juntos. Territorio más allá del concepto geográfico que conocemos vulgarmente.
Territorio de oportunidad. De crecimiento. De formación, de inquietud, de
realidades, de sueños.
A nuestro hecho diferencial identitario o de voluntad
debemos sumar ese otro factor distintivo. Hacer de Euskadi un territorio de
prosperidad, de bienestar, de competitividad, de paz, de convivencia.
Hoy, el destino me ha traído hasta el Palacio de Congresos
Baluarte de Iruña, habiendo recogido el testigo de quienes hace casi cuarenta
años establecieron la hoja de ruta en el cuaderno de bitácora de este país,
Euskadi. Jamás hubiera pensado en mi juventud que, junto a otros compañeros, me
correspondiera encabezar la cordada de una nueva expedición colectiva hacia la
cima donde nos aguardan nuestros sueños de libertad y bienestar.
Desde la emoción y la responsabilidad del momento,
recordando el sacrificio de tantas mujeres y hombres que hicieron posible lo
que hoy somos, y citando a Lauxeta,
expreso mi compromiso; “dana emon behar jako maite dan askatasunari”.
Iruña 1977-2016. El camino continúa.
Te he leido lo del libro recopilatorio de aquella asamblea y me has recordado que yo también lo tengo por ahí y,de hecho,lo he encontrado.También tiene una tapa despegada pero por lo demás en perfectas condiciones.Una gozada ojearlo de nuevo y releer tantas cosas interesantes como,por ejemplo,aquella entrevista de "el país" a Irujo o ver tantas fotos curiosas como la de un Azkarraga con bastante más pelo y bigote.
ResponderEliminarEn fin,que de la misma forma que termina el "brindís por D.Manuel de Irujo" vosotros también terminéis brindando por Euzkadi,por navarra y por D.Manuel de Irujo,como representante de toda una generación a seguir y a no olvidar,espejo de entrega y dignidad.Saludos.
Irujo y Ajuriaguerra, historia reciente. Hombres de acuerdos y demócratas confesos. Eran de un nivel superior y de una dedicación incombustible.
ResponderEliminarCuando hablo de un nivel superior, me refiero a tener unas miras de futuro para nuestro País, fuera de lo común. Gora antxiñeko lagiak.
Hola de nuevo Mediavilla.LLegué ayer para escuchar la última parte de la entrevista de Carlos Herrera a Ortuzar.Ójala no hubiera llegado.Será que Carlos Herrera es más ponderado que yo,por eso estaría tan encantado con lo que Ortuzar acababa de decirle......
ResponderEliminarSi no hay agallas para plantar cara a un ultra y se acaba diciendo lo que quiere escuchar...qué nos queda?.